Por MIGUEL ÁNGEL RUBIO OSPINA.
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los na-
dies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto
la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la
buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en
lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los na-
dies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se le-
vanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de
escoba.
EDUARDO GALEANO.
Pereira, Risaralda, una mañana y una tarde lluviosas del 17 de mayo de 2021.
Señor Alcalde, hoy amaneció lloviendo en Pereira, la mañana trajo una brisa fresca, fría, húmeda… ¿Sabe? Me gusta la ciudad cuando hace frío, salí a caminarla un poco, quizá aprovechando que hoy es día festivo y que la ciudad está en la mayoría de sus calles solitaria, por no decir desolada, Alcalde usted me entiende, espero.
El sabor de las mañanas frías de la ciudad, que al medio día puede llegar a temperaturas de 30 o 32 grados, ha sido para mí un acto poderosamente poético y sublime, uno termina por acostumbrarse, alcalde, a que en Pereira, la ciudad que usted gobierna, hay que llevar en el morral, gorra, bloqueador solar, sombrilla y chaqueta, pues de una cuadra a otra puede usted pasar de una resolana a un aguacero arreciante, que se le mete a uno por dentro de los zapatos y le empapa a hasta el alma, uno llega a casa mojado hasta el cuello, pero con los años va aprendiendo a no molestarse con estas alteridades climáticas. ¿Le ha pasado señor alcalde? Si no le ha sucedido, lo conmino a que camine desprevenidamente por la ciudad y a que se deje tostar del sol del mediodía y a calar los huesos con los aguaceros de la noche, alcalde… usted me entiende, espero.
Sin embargo, Alcalde, la lluvia de los últimos días en la ciudad tiene un hálito de tristeza y dolor que quizá usted, desde su buró, desde su camioneta polarizada, desde su lujoso apartamento, no percibe; si esa lluvia tuviera voz, alcalde, si esa lluvia pudiera susurrarnos en Español lo que guarda en su caída, créame, señor alcalde, que temblarían de miedo los techos de las casas y los edificios que golpetean los aguaceros de esta ciudad, cada gota de esas que han caído en las últimas noches, alcalde, sobre su apartamento lujoso, o sobre los techos de zinc de las casas de esterilla de Esperanza Villegas, Caimalito, o Puerto Caldas son las voces de nuestros desaparecidos alcalde, de los jóvenes silenciados por las balas, de los muchachos que no volvieron a sus casas y que hoy reclamamos en las calles y en las marchas, alcalde, de las mujeres que la Policía ha abusado, de los estudiantes que han perdido sus ojos, o de los muchachos a los que se les ha calcinado la piel de sus manos por los gases lacrimógenos que la fuerza pública lanza contra el pueblo, alcalde. Yo espero, alcalde, que usted pueda escuchar a las lluvias de las noches venideras, seguramente alcalde, esas voces le contarán, que en las casas humildes de esterilla y piso en tierra de Puerto Caldas, la gente va al baño en letrinas de tierra, come una vez al día y no tiene la mínima certeza de qué comerán al otro día.
Alcalde, esas voces que vienen con los aguaceros de Pereira, esos que se anuncian precedidos de rayos y truenos, son voces de los que se han ido, de los que no están, pero que se niegan a callar, alcalde y entonces con el poder de muchas voces que hablan en nuestros techos, alcalde, tendremos fe en resistir hasta el final esta justa lucha en la que soñamos un país mejor y una ciudad en la que la lluvia no sea de dolores ni de muerte.
Alcalde, a propósito de la lluvia, esa montonera de gotas cayendo sobre las calles, no alcanzarían todos los ríos de Colombia en un aguacero para limpiar la sangre y las muertes de nuestros muchachos en el viaducto, de nuestros muchachos en el Museo de arte, de nuestros muchachos en el Olaya, de nuestros muchachos en las calles de Cuba, de nuestros muchachos en la Romelia, de nuestros muchachos en Puerto Caldas… ¿Se acuerda alcalde, que usted dio la orden de desalojo con Escuadrones de la muerte contra una gente que ahora cuando llueve, ni siquiera podrá escuchar la lluvia en los techos de zinc de sus casas? , sino que esta se les mete por los poros, fría y pesada, y les dará gripa alcalde, les dará Covid, alcalde, les darán enfermedades, alcalde, y usted en su apartamento, cree que es un simple aguacero, alcalde.
Alcalde y ahora que llego al tema de la gente, de la multitud, de la masa, de ese aguacero de gentes que marchan a toda hora y por todas partes en la ciudad desde el 28 de abril hasta el día de hoy y que permanecerán, porque este aguacero será largo alcalde, no amainará hasta que podamos tostarnos con un sol que alumbre por igual para todos, y con una lluvia que nos moje con la misma esperanza a los que habitamos esta ciudad y este país.
Alcalde y entre las distintas gotas de este aguacero de personas que marchan y seguirán marchando en la ciudad, hay unas gotas especiales que mojan y se mojan de modo distinto; a esas gotas puede usted fácilmente identificarlas, van de primeras en las marchas, ordenan el aguacero de manifestantes que no solo llueven sino que atruenan con su voz y sus consignas su inconformidad y rabia, esas primeras gotas, alcalde, ordenan el cauce, marchan alerta para que el aguacero no deje caer, para que sea bálsamo en un país dormido y cómplice, alcalde, es una lluvia indetenible, no hay sombrilla, ni impermeable que lo detenga, nos moja a todos, a los conformes y a los inconformes, a los amigos y enemigos, al empresario rico y al que está comenzando, a las mujeres, a los homosexuales, a los afrocolombianos, a los hermanos indígenas, a usted mientras firma sus contratos y toma sus importantes decisiones en su buró, a los marchantes que al sol y al agua, no se cansan de soñar.
Esas primeras gotas de las que hablo, señor alcalde, se llaman La primera línea. Son el primer relámpago del aguacero anunciado, el primer trueno que anuncia el tipo de tormenta, la primera gota que cae y no se detiene junto a las demás…
Usan capucha señor alcalde, y sin embargo puedo verlos sonreír, cantar, caminar, no necesito descorrer su capucha para advertir detrás a un ser humano, como usted, como yo, como los casi 550.000 habitantes de esta ciudad, un ser humano que quizá llegue en pocos años a ser alcalde, presidente, carpintero, artista, o simplemente decida vivir según la baraja que la va poniendo el destino.
Usted se niega a escucharlos porque llevan capucha, cuando usted y su gente, se han negado a voltear el rostro y verlos directamente a la cara todos estos años, cuando sin dar la cara, usted desde su escritorio (que es lo mismo que un buró) da la orden de desalojo de una comunidad y la deja en la calle, cuando usted insta a crear organismos privados de seguridad para volver a la tranquilidad de nuestra ciudad, propiciando el derecho que se abrogan algunos de creerse con patente de corso para disparar a todo lo que no le guste o le huela a pueblo.
Alcalde, los sin cara se han mostrado valientemente ante usted, da lo mismo que rostro esté detrás de la capucha, su memoria lo olvidará al momento de montarse a su camioneta blindada y polarizada, que le impide ver la realidad, que le muestra la ciudad bonita y de “gente bien” que le gusta a usted, que no lo confronta con sus miedos, ni con sus mentiras, que lo cuida del aguacero que de un momento a otro se desató en esta ciudad.
Alcalde los sin rostro, los capuchos, los que ocultan su cara, ella, él, somos todos, hablan por mí, hablan por mis amigos y hermanos, hablan por aquellos que para poder conversar con usted, deben mover cielo y tierra para ser atendidos cinco minutos porque el alcalde no tiene tiempo para atender a sus ciudadanos, no tiene tiempo de ver llover, no le llegan las gotas a su escritorio y no le mojan los papeles de su despacho.
Viene un aguacero, alcalde, duro y de muchos días, no bastarán sombrillas, ni impermeables, ni tapabocas, ni camionetas blindadas, ni escoltas, no serán suficientes las órdenes dadas desde el batallón (habrase visto cobardía) para que nos maten, para que nos disparen a discreción, hay momentos señor alcalde, que a la lluvia, no la para nada y arrasa con todo, lo renueva todo, permite que se vislumbren las verdades que el cemento y el dinero silencian.
Somos aguacero alcalde, tormenta, relámpago en medio de las calles, somos la voz que golpetea en los techos, en los automóviles, en los rostros de la gente, en la ropa recién comprada de los muchachos bonitos de esta ciudad, somos el aguacero que daña el plan de ir a la finca porque las vías están bloqueadas, porque en la ciudad matan por respirar, porque bailar en las calles está mal visto.
Hemos decidido no esperar que la buena suerte nos llueva alcalde, ahora nos tocó llover y somos tantos que aún sin capuchas, usted no alcanzará a reconocer tantos rostros que le piden, dignidad, respeto, coraje y agallas para ponerse de lado del bando correcto.
Alcalde, lo invito a que camine la ciudad cuando llueve, yo pago los tintos…
MIGUEL ÁNGEL RUBIO OSPINA.