Por HUGO OCAMPO VILLEGAS
La situación del Deportivo Pereira está llegando a límites insospechados y peligrosos. Porque al sentimiento de frustración que embarga a los aficionados por los pésimos resultados deportivos se agrega una sensación de rabia pues ellos sienten como si estuvieran ‘esquilmando’ al equipo mientras se concreta la subasta.
El fútbol es un negocio, eso no se puede desconocer. Pero debe hacerse por encima de la mesa y no debajo de ella. Hace rato las transacciones alrededor del balón traspasaron la débil línea del lucro que se debería permitir para convertirse en un descarado tráfico de prebendas económicas que incluso ya tocaron las divisiones menores de los clubes. Ya no asoma el mejor sino el que tenga padrino o empresario.
Y esta es la triste historia del Deportivo Pereira. Hace bastante tiempo que viene padeciendo el lastre de los bolsillos particulares llenos y las arcas de la institución vacías. Porque quienes han llegado a su administración lo han hecho para servirse del equipo, no para servirle al equipo.
La frustración del aficionado: Lo del equipo en la cancha es el resultado de los intereses que se manejaron en la contratación de los jugadores, la mayoría de los cuales no han justificado con su rendimiento que ha sido pobre, pobrísimo. Y la excusa es que no había plata para más… pero sí para quienes negociaron. Que no quepa la menor duda de ello.
Hasta la dignidad en el compromiso se perdió. Sería más fácil meter un camello por el ojo de una aguja que encontrar un director técnico que decida irse por decisión propia cuando los resultados deportivos no llegan. Hoy, como Jorge Artigas, se quedan atornillados como si nada estuviera pasando para no perder la indemnización del rompimiento unilateral del contrato.
La rabia del hincha: el proceso de liquidación ha sido manipulado por las partes con sus intereses diversos y la jueza encargada del mismo esconde en los términos procesales su pasividad para tomar decisiones prontas al punto que ya ni la subasta ofrece credibilidad porque todos vemos sombras en las actuaciones de los implicados en la misma.
Seguramente al agente liquidador John Omar Candamil no hay que echarle toda el agua sucia del mercado persa en que se convirtió el Deportivo Pereira –algo bueno tendrá que haber hecho- pero su pecado inocultable es haberse apegado al apetitoso entramado del negocio del fútbol para guardar en su escritorio la tarjeta de abogado liquidador y reemplazarla por el atrayente carné de hombre del fútbol en que se convirtió gracias a la quiebra declarada del club de la ciudad.
Obviamente debemos pedirles a los seguidores del Deportivo Pereira que se hagan escuchar, pero por caminos diferentes a la violencia amenazante y física pues ello sólo contribuye a agravar la difícil situación por la que atraviesa la institución.
Como el técnico Jorge Artigas no ha tenido la dignidad para irse pensando en unos pesos más –por lo menos hasta antes del partido con Jaguares- sólo resta esperar que no haya más trabas para la realización de la subasta y que ésta tenga al menos un asomo de transparencia.