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Director Fundador

PolíticaEl Correo de los Andes

El Correo de los Andes

Por JORGE H. BOTERO

El lanzamiento de un libro compilatorio de textos publicados en esa extraordinaria revista cultural, que estuvo en circulación entre los años 1979 y 1989, es motivo de alegría al final de este año sombrío

En una de sus esplendidas novelas, Umberto Eco relata las vicisitudes de alguien que, como consecuencia de un accidente, ha perdido vastos sectores de la memoria. La terapia que su siquiatra le prescribe consiste en refugiarse en la casa rural en la que transcurrió su infancia. Allí, en contacto con objetos que le fueron familiares, libros en buena parte, comienza, con alborozo, a recordar quién es. Vivo una epifanía semejante al recorrer ese libro. Puedo releer ahora, a veces bajo una luz distinta -no en vano han pasado más de treinta años desde que la revista dejó de publicarse- muchos textos e interesarme en otros por vez primera.  

Al frente de esa gran empresa cultural estuvo Germán Arciniegas, uno de los intelectuales más importantes de Colombia durante el siglo XX.  Entre las muchas tareas que cumplió vale la pena destacar que fue un gran defensor del ideario liberal, en especial en épocas de predominio conservador, adversario perenne de las dictaduras que asolaron la región (Rojas Pinilla, Pérez Jiménez, Somoza, etc.), novelista sobre temas históricos e historiador, con el continente americano como marco referencial en muchos de sus textos.  

La línea divisoria entre el ensayo histórico riguroso, que con el uso de fuentes diversas explica los hechos del pasado y los factores determinantes de su ocurrencia; y la novelación de episodios y personajes, no siempre es nítida. No lo es en el caso de Arciniegas. En muchos de sus escritos el discurso ceñido a los hechos demostrados se enriquece con anécdotas atractivas, aunque probablemente derivadas de la prolífica imaginación del autor. Esta misma característica se encuentra en la obra de Stefan Sweig. Apasionantes como son sus biografías de María Estuardo, Calvino o Fouché, nadie las toma como estrictamente verídicas.

Sweig y Arciniegas tuvieron un breve intercambio epistolar a comienzos de los años cuarenta que éste relató en El Correo. En esa ocasión el emérito Director narró conmovedores episodios de la noche precedente al suicidio del gran escritor austriaco. Sin embargo, no se sabe de dónde obtuvo la información. Quizás ella fue, como otras veces en su obra, invención suya.

No siempre quienes pretenden relatar hechos del pasado obran de buena fe. En no pocas ocasiones tratan de sepultar la verdad con construcciones ficticias que los historiadores rigurosos procuran desmontar.  Un ejemplo notable de esta adulteración son los relatos de Cristóbal Colón: sus diarios, o lo que de ellos sobrevive en fuentes secundarias, tenían un propósito utilitario: convencer a los Reyes Católicos del valor de sus descubrimientos, en vez de relatar con apego a la verdad lo que observó en sus viajes.   El compendio editado por Los Andes incluye un interesante análisis sobre una novela de Alejo Carpentier: El Arpa y la Sombra cuyo eje argumental consiste en que el Almirante, arrepentido por sus adulteraciones, decide reescribir sus relatos antes de morir. No sucedió así, como bien sabemos; la política de la corona española, sobre lo que dio en llamarse el Nuevo Mundo, estuvo por largo tiempo contaminada por un arrume de falsedades.

Interesante, así mismo, la lectura del ensayo sobre la carta VII de Platón escrita por un gran filósofo colombiano: Danilo Cruz Vélez. Ese texto, cuya autenticidad hoy se discute, contiene las reflexiones del primero y primordial pensador de occidente sobre sus infortunios cuando decidió meterse, fracasando rotundamente, en el áspero oficio de la política.  Qué interesante fuera publicar esa carta, acompañada por breves comentarios de varios filósofos o politólogos, no solo en la memoria anual de alguna academia, sino en una revista cultural de amplia circulación. 

Esta reseña de textos publicados en El Correo de los Andes tiene un objetivo: poner de presente que los contenidos de una revista cultural tienen su propia especificidad: no se encuentran juntos en ninguna otra publicación por buena que ella sea. No me atrevo -no en este momento- a definir el concepto de cultura. Pero si diré que incluye la literatura, las artes, y el conocimiento básico sobre las ciencias de la naturaleza, la vida y la sociedad. De aquí fluye una conclusión indisputable: si no existen, o escasean, las revistas culturales, nada podrá sustituirlas. Por ello resulta pertinente señalar que las revistas que algunas universidades publican en general versan sobre los resultados de las investigaciones y actividades que en el claustro se adelantan. No suelen ser, en sentido estricto, revistas culturales.

La situación es grave si se acepta que la cultura es la morada del espíritu; es decir, que, si no existen albergues adecuados para ella, la dimensión más elevada de la condición humana queda, en cierto modo, a la intemperie. Y todavía más cuando se advierte que, tal vez con la excepción de El Malpensante, que con denuedo intenta sobrevivir,no quedan revistas culturales en la tal Atenas suramericana esa, como diríamos parodiando, sin querer ofender, al presidente Santos.

No basta recoger en un libro deleitable algunos materiales del Correo de Los Andes. El reto es de mayor envergadura, apreciado Rector: refundar esa publicación, que tanto sirvió a la minoría inmensa que constituyen aquellos que anhelan entender a los demás y a sí mismos desde las coordenadas de la cultura. Por supuesto, habría que hacerlo en el ámbito virtual que reduce costos y ofrece enormes posibilidades de difusión. Un buen modelo es Letras Libres, un valioso reservorio del pensamiento liberalque se edita en México.

Germán Arciniegas tuvo una larga y fructífera vida. Asumió la dirección de esa gran revista cuando ya había cumplido los ochenta años. Aquí en la intimidad digo que en los años que me faltan para alcanzar esa edad, no ahorraré esfuerzos para enriquecer mi precario acervo cultural. Si la Universidad decide relanzar el Correo de los Andes, y necesita, en aquella época futura, un director, pasaré mi hoja de vida.

En cuanto a este año refiere, hasta aquí me trajo el rio.

Briznas poéticas. Del poeta español Alejandro López Andrada: Entre los muros negros de la luz / vuelve tu espíritu para consolarme. / Tenías las manos llenas de orfandad, / pero, a pesar de todo, / me calmaba / tu lentitud de lago, tu piedad / de orilla abierta al sueño de los árboles.

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