Fundado el 9 de febrero de 2020
LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadEl encanto del Eje Cafetero 

El encanto del Eje Cafetero 

Miscelánea  

En el trasegar profesional, recientemente tuve la oportunidad de interactuar y compartir con personas de varias partes del país que me ayudaron a comprender el sentido y el valor de vivir en una región como la nuestra, que aun llamamos Eje Cafetero, aunque cada vez haya más potreros y menos cafetales. Cuando uno no ha tenido la oportunidad de viajar mucho, el lugar donde uno crece y vive se le vuelve literalmente paisaje, hasta el punto de que, por mera costumbre, uno pierde la capacidad de comprender y de apreciar la belleza y el valor de todo cuanto conforma nuestro entorno.  

Un amigo barranquillero, cuando estuvo de paso por acá, me dijo algo que me sorprendió tremendamente, en relación con un elemento de nuestro paisaje sobre el cual yo no me había detenido a pensar; me dijo Norman Jiménez, que así se llama mi amigo, – mire hermano, a mi lo que más me gusta del Eje Cafetero son los taludes; – ¿Cómo así? Le respondí yo, ¿qué tiene de especial un talud?, – pues mucho, acotó Norman; y me explicó: -mire viejo,  de donde yo vengo esas cosas que ustedes llaman barrancos simplemente no existen; en el departamento del Atlántico la montaña más alta si acaso tendrá una elevación de 200 o trescientos metros; en cambio por acá están llenos de barrancos por todas partes, no hay camino ni carretera que no los tenga a un lado de la vía, forrados de verde por la espesa vegetación y plagados de nacimientos de agua; y eso, mi querido amigo, que no existe en Barranquilla, es lo que más me gusta del eje cafetero.   

La verdad, nunca me había puesto a pensar en la estética de los taludes, si no es porque un costeño me hace caer en cuenta; hasta ese momento la idea que yo tenía era que los taludes solo eran un problema, por lo de los deslizamientos; pero tiene sentido, una cosa es viajar por las carreteras ardientes e interminables de la costa, donde nada nos rompe la mirada, y otra muy distinta atravesar permanente las imponentes montañas de Caldas, Quindío, Risaralda, norte del Valle y norte del Tolima entre nogales, guayacanes y guaduales, cruzando ríos y cañadas cada kilómetro, con esa frescura que hace fascinante viajar por tierra y querer detenerse en cualquier parte.  

En el puente festivo que acaba de pasar, le saqué el cuerpo a las, en mala hora, llamadas fiestas «del chupe», y me di una vuelta por Filandia, donde también están de celebración y me quedé sorprendido de la transformación que ha tenido ese municipio, con decirles que en menos de 10 años ha desarrollado su oferta turística a niveles que hacen perder el interés de volver a Salento, donde se volvió imposible entrar.   

En el recorrido, pasando por Quimbaya y Alcalá, no pude evitar pensar que hayan sido necesarios un par de terremotos y la declaratoria del Paisaje Cultural Cafetero, que básicamente fue un instrumento que nos regaló la UNESCO, para poder entender que nuestra mayor riqueza eran todas esas cosas que nos parecían intrascendentes; que nuestras montañas, nuestros cafetales, nuestra gastronomía, nuestra música y nuestra forma de ver y vivir la vida, eran nuestra mayor riqueza; elementos apreciados por los visitantes de manera superlativa y, para nosotros, de lo más normales. Ahora entiendo a Norman, cuando me dijo lo que le gustaba del Eje Cafetero.  

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