Por LUIS FERNANDO CARDONA GUTIÉRREZ
“Allá arriba en aquel alto donde nace la quebrada había un monte muy bonito y al agua nunca faltaba…”.
Si mal no recuerdo, con esa canción inicia el programa del profesor Yarumo, que por tantos años ha promovido la tecnificación de los cultivos cafeteros en tierras del antiguo Caldas.
La búsqueda de historias de vida nos lleva a visitar parajes para nosotros inhóspitos, donde son comunes los hogares humildes pero generosos, conformados por hombres de piel tostada por el sol y mujeres de belleza natural y miradas inocentes, que madrugan a producir el alimento para los suyos y para los habitantes de las ciudades que a veces los ignoran, pero que de ellos dependen. A bordo de un típico jeep capaz de serpentear las sinuosas carreteras en primera hasta donde la ingeniería mecánica lo permita, con el imponente paisaje de las colinas santarrosanas como marco, llegamos a la vereda San Andresito, invitados por nuestro amigo Danilo Salazar, para comprobar con nuestros propios ojos que la Paz por sí misma es un gran milagro de la vida.
Con una sonrisa amable, y una discapacidad evidente que sobrelleva con enorme valentía, don Luciano Espinosa nos da la bienvenida a su casa. El llegó a Santa Rosa de Cabal huyendo del conflicto armado en las montañas del Cauca. Aquí encontró el refugio para volver a nacer.
En la mesa no falta un buen café, acompañado de una arepa de maíz del tamaño del plato, una presa de carne a las brasas, dos tajadas de plátano maduro y una porción de arroz blanco.
Los alimentos los comparte con generosidad y alegría, solo por el placer de recibir en su casa a un par de peregrinos.
Con la misma sencillez con que cada mañana descuaja montaña para cultivar la huerta, don Luciano nos muestra orgulloso el fruto de la única batalla de la que ha salido victorioso, su lucha contra la miseria usando como arma con sus manos callosas: se trata de unos granos de café con marca propia: “Equilibrio”, el nombre con el que el Comité de Cafeteros y la asociación de cultivadores Asorrosa, bautizaron esa sabrosa mezcla de aromas y notas a cítrico y caramelo, cuyo precio en el mercado puede bordear los 4 dólares la libra.
“Ellos vieron el juicio, el fundamento, que yo tenía con el café, que lo administraba muy bien; entonces llegamos a tomar una prueba de taza y la calidad que tenía y me ayudaron a sacar una marca que se llama Equilibrio. Y ahí estanos. Es una prueba de taza que tiene sabor a cítrico, notas caramelizadas y eso gusta mucho al consumidor”. Sin duda, ese equilibrio es el que le ha permitido conservar la calma ante el asedio de los malquerientes, envidiosos que no se resignan a que una persona con sus limitaciones pueda salir adelante y darle una vida decorosa a su familia. Los mismos que aprovechándose de su condición intentaron invadirlo para quedarse con lo que tanto sacrificio le ha costado.
Un milagro de la paz
El milagro de don Luciano comenzó con el proceso de paz del gobierno Santos, su familia se batía entre el fuego cruzado de guerrilla y paramilitares, en las montañas del Cauca. Huyó desplazado de su patria chica. Llegó primero a Risaralda, Caldas, con algo de dinero y dos hijos a cuestas. Compró ropa de niño para vender en los andenes, pero como no tuvo éxito en el comercio, se la regaló a los más pobres y le pidió a Dios que le regalara una cuadrita de tierra para cultivar. En vez de una cuadra, Dios le mandó seis y los brazos suyos y de su familia para reemplazar la maleza por cultivos de pan coger.
Así nos narró, con palabras sencillas, cómo ha sido su emprendimiento:
“El estado me dio un predio en la vereda San Andresito, de Santa Rosa de Cabal, donde entramos en malas condiciones porque me cayó un tumor y me tuvieron que hacer una operación, que me dejó con una gran discapacidad, no me era fácil trabajar como jornalero pero con la ayuda de Dios y de mi familia, lo sacamos adelante y todos estamos trabajando en él. Tengo cultivo de aguacate papelillo, limón, naranja, guayaba, aquí se encuentra de todo: cebolla, gallinas, pollos y pescados en esos dos estanques. Nada nos falta, porque tenemos a Dios y nos tenemos a nosotros mismos”, dice don Luciano. Entre tanto, sostiene en sus brazos a su pequeña hija, Salomé, de dos años.
Mientras lo escuchamos, fijamos la mirada en Salomé lavando a su muñeca en una ponchera en el solar de su casa. En ese rostro se refleja la inocencia de la niñez levantada con principios y valores.
Ha sido una bella jornada, hemos desayunado y almorzado en familia, con la satisfacción de haber visitado un hogar campesino que le ora al Señor con los hechos, porque construye patria cultivando y cosechando alimentos para nuestras despensas y levantando a una familia formada en el amor y el servicio a los demás, una muestra de que en los campos colombianos sí se puede sembrar la paz.
Feliz Navidad.
Crónica.
Genero maravilloso y escaso.
Más porfavor.
Con este ejemplo de vida, hacer la paz si se puede. Con todo mi corazón, Señor columnista mis más sinceras felicitaciones, estas son verdaderas historias que mueven el corazón.