Discurso pronunciado en el compartir poético, de mismo nombre, ocurrido en la Universidad Tecnológica de Pereira el 23 de mayo de 2025, bajo la organización de la revista de estudiantes de filosofía Vertientes y la asistencia y participación invaluable de la poeta Helena Restrepo y los poetas Albeiro Guiral y Leonardo Ramírez.
Si algún curioso incauto, algún inquisidor desesperado o algún instigador irresponsable se atreviera a preguntar en esta aula “por qué estamos en el mundo”, se estrellaría con mi silencio. Quizá algún optimista responderá dichoso por sí mismo, o lo hará por sí un pesimista con dolor. Lo cierto es que estamos, parafraseando al filósofo del ser, arrojados al mundo, y que tenemos (mas no entre las manos) un principio y un final para la vida. Luego, que este mundo, este global compendio de historias y culturas influenciado y presidido por mezquinas influencias y presidentes terribles, atravesado por lanzas paradigmáticas, es nuestra casa. Que no tenemos injerencia sobre él y que cambiarlo es utopía antigua y actual de pueriles soñadores.
Arrojados al mundo, condicionados por nuestras circunstancias y sujetos irremediablemente a nuestro entorno, la inconformidad emerge como un grano, una alergia ontológica, y un abismo inmenso siempre abierto se hace evidente a nuestra mirada sensible. Es un abismo que nos divide el ser y nos pone en frente dos caminos para caminar: crear de sentimientos, dudas y certezas (las propias verdades) un mundo propio o varios de ellos, el segundo camino; y el primero, el tomado por la masa, seguir la carrera del mundo global, con su voluptuosidad enorme y frágil, explosiva y cegadora, la del mundo estandarizado y amañado por un sinfín de códigos que nos coartan y nos arrinconan en la confusión del centro, de su auge terrible, donde solo somos una cifra, un rol y un superficial rostro.
Dos opciones. Escoger la indiferencia ante esta dicotomía es decidir la muerte. Es no decidir. Pero no es la muerte alegre, no la muerte – fiesta la que se procura, sino la progresiva, la muerte de no vivir, la pérdida absoluta de nosotros mismos. De un amigo de mi alma traigo un pensamiento: “el infierno es un lugar donde no pasa nada”; el castigo es el tedio; sin duda, un lugar cuyo acceso es conocido por los indiferentes.
Se me antoja el mundo, entonces, como la idea de una casa incómoda. ¿Qué placer, qué amabilidad puede, pues, aportar un recinto que nos separa a rabiar, como condición de habitarlo, de todas nuestras particularidades? Abstraídos de ellas pasamos a ser un simple mueble útil en un rincón de la sala, hormiga obrera que limpia las baldosas, cucaracha servil que se preocupa por llegar tarde a trabajar; cascarón que nada guarda, que todo lo suyo oculta como si se tratara de un sacrilegio vil; sujeto intrascendente oprimido por el letargo, manto de la cotidianidad.
Remanso para esta fragmentación el humor y la ironía; paño sanador la amistad y el amor; y resistencia auténtica revolución, las artes, disidencia vigorosa sobre la resignación a las imposiciones.
Reunámonos, pues, a la orilla de estas razones y encendamos el fuego para que brillen en su centro, que no se quemen nunca. Juntemos nuestros extremos apartados y encontrémonos con el favor de la poética.
Gracias por estar aquí
Gracias por habitar el mundo con poesía