Mirando el féretro que contenía tu cuerpo, el tiempo se detuvo, las lágrimas se congelaron. Me obligaron a mirar tras un cristal que me dejó ver tu rostro amarillento y apagado. Pensé que sería un error, parecías profundamente dormida, lo que mi mente no procesaba bien, era que jamás volverías a despertar. ¿Cómo le explicas a un niño el significado de la muerte? Volví a la misma casa, continuamos con la vida, porque cada día, ciertamente, volvía a salir el sol; me visitabas en mis sueños, oía tu voz algunas veces. El paso de los días no curó el vacío de tu ausencia, el paso de los días me dio la certeza de tu despedida.
No pude ser la misma desde entonces, esas tardes infinitas en las que el silencio y el dolor visitaba nuestra morada, me carcomían lentamente; me urgía buscar una manera de ocupar mis pensamientos que me llevaban a dibujar tu rostro constantemente, el dolor que se convertía en sufrimiento de tanto dar vueltas en mi mente. Tomé los libros y mis quehaceres, refugié mi débil y triste alma en los números y las letras. Ocupé cada segundo de mi tiempo, en algo diferente, para que no volviera a mí la imagen de tu rostro pálido y frío. Aún escuchaba tu sonrisa y entonces yo también sonreía. Antes de tu partida era una niña común, pero tu adiós me obligó a ser una persona excepcional. Cada reto lo convertí en conquista y así, cada pequeño reconocimiento, lo dediqué en tu honor. Nunca se me borró la sonrisa, es una manera de perpetuar tu esencia en mí, es la forma de tenerte a mi lado, aunque hace mucho que te fuiste.
Recordar tu partida ya no es un momento necesariamente triste, aprendí a verlo con otros ojos. Hoy entiendo que tu muerte, realmente fue mi salvación. Recién comprendí que tu partida me hizo resiliente, y aunque sé que soy de carne y hueso, realmente me siento indestructible. Las lágrimas forjaron mi voluntad de hierro, pero no me endurecieron el corazón. El vacío de las tardes eternas, lo llené con creatividad, y lo que suponía no escuchar de nuevo tu voz, me permitió oír por vez primera la mía. Después de tu adiós, me hice realmente fuerte, he llorado otras ausencias, porque vivo mis propios vacíos, sin embargo, cada lágrima lava mi alma, aviva mi espíritu. Después de tu adiós, cada nuevo adiós, cada nueva tristeza, cada despedida me invita a un lugar en el que el dolor realmente es el motor, en el que el silencio me permite escuchar un débil susurro que me alienta a crear, a construir, a transformar. Desde entonces, la muerte no me asusta, es nuestro destino natural, me preocupa sí, la agonía de vivir mientras me siento muerta. Hoy no conmemoro tu óbito, sino el renacimiento de mi propio ser. En honor a ti, hoy escribo estas líneas, un tributo a la mujer sonriente, de quien heredé la alegría. Celebro después de todo, porque sé que, si me pudieras ver desde donde te encuentras, estarías muy orgullosa de la mujer que tu partida forjó. Gracias madre por darme la vida, y la oportunidad de revivir, como un regalo que me trajo tu muerte.
Que manera de expresar tu sentir,me gustó y lloré.recorde mi dolor parecido y recipiente con golpes parecidos y el tiempo logró hacer callo en mi corazon,Gracias..
Respetada Columnista:
Profundos sentimientos.
La gratitud eterna al ser que Dios, le dio la grandeza de dar vida.