Hace poco más de tres semanas luego de una sanción de la Superintendencia de Industria y Comercio, tomada a raíz de una demanda presentada por una empresa de taxis, la multinacional Uber cumplió su promesa de retirarse del país no sin antes amenazar con millonarias demandas al estado colombiano por, supuestamente, vulnerar el derecho a la libre competencia.
El malestar cundió por los cuatro puntos cardinales, especialmente en las ciudades capitales donde la calidad del servicio de la plataforma tecnológica desnudó las fallas de los taxis, conocidas por todos, pero remediadas por pocos, como son entre otras, la negación del servicio a determinadas zonas, el fraude en los taxímetros, los paseos interminables para encarecer el costo final de la carrera, el alto volumen en los equipos de sonido, pasando por la descortesía con el pasajero y en algunos casos, la complicidad con actos delictivos.
Esta plataforma se convirtió en el medio de sustento para cerca de 80.000 colombianos, la mayoría profesionales desempleados que vieron en ella una oportunidad de vida. Y nosotros mismos, nos lamentamos del epílogo de esta polémica que habría de tener por consecuencia un grave retroceso en todos los sentidos.
Alguien, con mucha razón, dijo entonces que al acceder a las pretensiones de los taxistas se reeditaba la historia de los “aguadores” en 1916 en capital del país -personas que se dedicaban a cargar agua en vasijas desde el chorro de Padilla hasta las casas del centro de la ciudad- hasta cuando el gobierno tomó la decisión de otorgar una concesión para instalar un sistema de tuberías para el acueducto, remediando el frecuente contagio de graves enfermedades como la fiebre tifoidea y la disentería.
Salió Uber de Colombia, decíamos, y los colombianos quedamos en espera de una solución concertada, con la presentación de un proyecto de ley que recogiera lo mejor de esa plataforma y salvaguardara al mismo tiempo los intereses de sus competidores, los taxistas.
Pero el pasado jueves, Uber regresó al país sin mediar trámite ni autorización alguna, cambiando modelos de negocios a su gusto e ignorando las decisiones judiciales, y modificó su esquema de negocios descargando en el usuario del servicio los riesgos, ya que ahora “arrendarán un vehículo con un conductor, bajo un acuerdo entre las partes”, lo que le traslada al pasajero la responsabilidad por los daños y perjuicios causados a terceros, y lo peor sin que sea consciente de tamaña responsabilidad.
No nos podemos equivocar, las plataformas digitales llegaron para quedarse y debemos adaptarnos a ellas, pero no debemos caer en la ingenuidad de permitirles a las multinacionales hacer lo que les venga en gana. Los pasajeros también merecemos respeto.