Saludo a mi maestro y amigo Jesús Eduardo García, quien me pusiera este tema entre pluma y papel algunos meses atrás. Mauricio Mesa, Alejandro Londoño y Nelson Vargas, estas palabras presentes también son de ustedes, peatones del vivir diario. Lorenzo, Sebastián y Juan Pablo, gracias.
De nada estático puede hablarse en nuestro mundo. Existir, o tener algo lugar, implica que el ente que le posee demuestre un movimiento determinado. Dinamismo. Sucede tal ya con lo material, ya con lo inmaterial: corren con esta suerte artefactos, pensamientos, situaciones y la posee también el mundo de las emociones. En absoluto alguna cosa puede librarse de la marca inmarcesible del paso del tiempo, con su dinamismo propio.
La historia, ya del mundo o ya del hombre, no es otra cosa que la secuencia cronológica, o no, de los cambios particulares y globales sucedidos, río de episodios que ha desembocado en su irremediable devenir: la actualidad.
Llamemos a esa marca inevitable que el tiempo imprime, transitoriedad. Que la transitoriedad sea un marcado carácter general en cada particularidad es algo que podemos afirmar si nos preguntan por alguna cuestión cuyo círculo de discusión esté cerrado casi hasta la nulidad. Y pocas son las cuestiones que logran esta índole en nuestra cultura mal inquisidora.
En continuación, bien podríamos decir del tiempo que la transitoriedad es su origen. Bajo esa medida sabemos que al momento actual le proceden y sucederán otros momentos en sí mismo soberanos, de una independencia y rebeldía indefinidos e incalculables – porque no se pueden calcular momentos ajenos al del presente – que les llevan a escapar de cualquier medida, incluso la del tiempo, artificio de los hombres. En el reino temporal y tenaz del hoy que el hombre esgrime mañana será ayer. Y esto es una violenta paradoja que inducirá a recurrentes inquietudes de diferentes índoles.
Así mismo la eternidad es otro artificio, lo es en tanto escapa de la naturaleza, que es de carácter transitorio. ¿Acaso hay algo en la naturaleza toda que haya permanecido eternamente intacto a través de sus largas transiciones? No hay momento alguno que goce o sufra de permanencia, y de todos la única constante es el cambio en las maneras de Heráclito, quien lo ejemplificara con la figura del río que en su fluir nunca lleva puestas las mismas aguas aunque recorra a diario los mismos canales, y que como el cuerpo de agua no será el bañista visitante el mismo en ninguno de los siete si durante siete días continuos en el sumergiera su cuerpo, aunque su cuerpo irrefutablemente sea el mismo.
La esencia de la existencia no está en sostenerse, mas en mutar y alienarse entre lo existente se encuentra su desarrollo.
Y destáquese que el concepto de desarrollo posee también, y de nuevo, movimiento.
Baruch Spinoza también supo reconocer tal suerte de transitoriedad al identificar toda afección y toda causa de afección humana como pasajeras. Ya las más generalísimas cualidades del hombre, que son sus emociones, tocadas por la laxitud del cambio, abren magníficamente y como nunca el espectro del albedrío. El hombre aquí es libre desde la liberación del tiempo.
Los números y sus cuentas son serviles apenas a quienes les practican con ciencia. Y son serviles apenas en cuanto permanecen en su ciencia y para nada más cuando salen. Por demás, en su globalización, el tiempo es un enemigo insospechado que sume a los hombres ya en la especulación con respecto al porvenir, ya en la preocupación con respecto a lo inmediato o ya en la melancolía con respecto al pasado. El anhelo, ahora es una mancha separada propia del hombre atormentado.
Nos convierte el tiempo en corceles tras la virtualidad de lo inasible del pasado y el futuro, con el escurridizo hubiera como placebo del haber. Justo aquí es valioso recordar el principio por el que propongo que el tiempo original, antes de su conceptualización, es cambio: librarse entonces de su sujeción y adoptar su sentido esencial trae a la conciencia la liberación frente al devenir, espejo profundo que solo él se posee y aún es inevitable sobre todos los entes. Sin embargo esta conciencia precisa de abandonar cualquier pretensión de claridad, pues poco más incierto que el devenir.
Librarse, así, no es otra cosa que enterarse con todo el ser del dinamismo de cambio que nos contiene y contenemos. Todo cambia, lo canta la mejor voz de Latinoamérica. El filósofo de Ámsterdam, a quien antes nos hemos remitido, brillantemente definió como pasajeros también los episodios de fortuna como aquellos donde el infortunio prima, pues ninguno aún en su intensidad podrá persistir ante la naturaleza cambiante. Por tal, el momento más valioso para actuar, y corre con la suerte de ser el único, es el ahora. Hombres que actúan fuera de los ejes de este espacio se parecen a José Arcadio Buendía, resquebrajado en las fracciones de su vida.
A manera de despedida, al lector mi instigación a violentar el tiempo y entender la magnificencia de la dicha que la desdicha alcanza, sin dejar de reconocer en el fango ya un retorno o ya una cúspide que se visitará, también de manera estacionaria, para continuar el camino.
Exelente artículo mi estimado Jesús