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PolíticaESCAMPAVIA. Adiós pampa mía.

ESCAMPAVIA. Adiós pampa mía.

Por JUAN GUILLERMO ÁNGEL MEJÍA

Mi esposa y yo recodamos con especial gratitud las atenciones que nos dispensaron “Los Cuatro Rumbos” y sus amigos cuando vistamos Las Varillas, un pequeño pueblo habitado por argentinos descendientes de inmigrantes europeos.

Los australes son amigables, trabajadores, ingeniosos, inteligentes, poetas y futbolistas de exposición, otros como fanfarronamente pregona su presidente Fernández, llegaron en barcos desde Europa, razón suficiente para hacerlos superiores a quienes con ellos compartimos el suelo americano.

Los embajadores europeos se reúnen para decirle a Colombia que sus policías y soldados no pueden responder a la violencia con la fuerza, ni deben actuar para defender a las víctimas, so pena de recibir las sanciones del poderoso olimpo europeo, quizás arrepentidos de las peores masacres y exterminio del que tenga memoria el género humano.

Nos han llegado un par de asociaciones que se dicen defensores de los derechos del hombre, una de ellas compuesta por argentinos a quienes nadie nominó, representantes de esa maluca secta de seres superiores, seguidores de una corriente política que logró transformar al país austral de una potencia mundial a un estado mendicante, como resultado de la corrupción de gobernantes ignorantes, ladrones y populistas destructores.

Hay otra entidad, la CIDH, ente que se creó con el propósito de intervenir para que no se vulneraran los derechos de los pueblos oprimidos por las dictaduras de derecha que entonces proliferaban; una de las razones por las cuales son sesgadas sus apreciaciones dado que no pretende defender a los humanos pisoteados por turbas de vándalos, de asesinos a sueldo o fanáticos, ajenos al gobierno imperante.

La otra razón está en que estos organismos se han convertido en instrumento de los sistemas de gobierno que asumen el manejo incluso de la vida privada de quienes terminan como esclavos sin futuro, sin nada en qué soñar; gente que espera sin esperanza que les llegue la bolsa con el mercado, que le digan qué hacer, donde vivir, y que pensar.

La inequidad y la pobreza, cruel realidad que impera en las naciones del tercer mundo, justifica el uso de la violencia, y la dictadura en la que, como se ha demostrado hasta la saciedad, caen quienes sinceramente sienten que es posible un mundo sin privilegios.

El mundo feliz del que nos habla Huxley, aquel en el cual el estado asume todo y dispensa todo no ha logrado hacer desaparecer la pobreza, por el contrario, la generaliza como resultado de la corrupción consecuencia inevitable del poder absoluto, del fascismo de izquierda el cual, como su aparente opuesto el de derecha, coincide al eliminar las  barreras de la oposición, al castrar la libertad de discrepar, así la nueva utopía, misma que se establece sobre la sangre, la destrucción del aparato productivo y la eliminación de las libertades; conquista el alma de los jóvenes que no han vivido la tragedia y de los mayores, muchos de ellos pensadores de buena fe, quienes aferrados al fastidio de la inequidad niegan lo evidente y justifican la tiranía, en la infructuosa búsqueda de ese mundo feliz.

Para justificar el estado totalitario es necesario mentir, como nos lo hace evidente Santos, quien, o mintió cuando derramaba incienso y se vanagloriaba de sus victorias como ministro o miente hoy al pedir perdón; mintió para que le votaran el acuerdo de la Cuba, mintió cuando engañó al pueblo al robarse el resultado electoral, mintió para conquistar lo que el fundador del premio Nobel de la Paz  considera debe declararse desierto, puesto que se otorgó como resultado del engaño, así o ese personaje es un mitómano irredento o un tramposo calculador quien en busca de la gloria engañó a todos por un tiempo pero ya solo logra convencer a sus iguales.

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