Vivimos un momento histórico. La inteligencia artificial ya no es un asunto de ciencia ficción: está en nuestras conversaciones diarias con un asistente de voz, en los diagnósticos médicos que salvan vidas, puedo dar fe de ello en un reciente evento cardiaco que tuve, en los algoritmos nos recomiendan qué leer o qué escuchar. Todo lo digital se ha convertido en un terreno fértil de oportunidades.
El desafío está en cómo usamos esas oportunidades. No se trata de temer a la inteligencia artificial, sino de reconocer que su impacto depende del enfoque ético que le demos. La tecnología en sí no es buena ni mala: es la intención humana la que la convierte en herramienta de bienestar o de riesgo.
Desde Colombia y América Latina tenemos una ventaja: podemos aprender de las experiencias globales para diseñar normas claras y responsables. El llamado no es a frenar la innovación, sino a encauzarla para que sirva a lo que realmente importa: las personas.
Educación y futuro
La IA tiene un potencial inmenso para transformar la educación. Niños y jóvenes que hoy acceden a contenidos personalizados, tutorías virtuales y herramientas interactivas, estarán mejor preparados para el mundo laboral que ya está cambiando. Formarlos en el uso responsable de la tecnología es formarlos para el futuro.
Bienestar social y productividad
La IA puede mejorar nuestra vida cotidiana: simplificar trámites, ahorrar tiempo, detectar riesgos en la salud o apoyar decisiones complejas en las empresas. También es un aliado para incrementar la productividad, tanto en lo personal como en lo laboral. Pero ese aumento de eficiencia debe traducirse en bienestar colectivo y no en nuevas brechas de desigualdad.
En mi caso personal, lo viví de manera directa hace apenas unas semanas. Sufrí un infarto cardíaco con un síntoma inesperado: primero un dolor en la parte posterior de la espalda y, horas después, en el pecho. Gracias a que mis registros médicos estaban organizados en una IA y a que la tecnología permitió analizar mi historial clínico, recibí la alerta de que lo más probable era un evento cardíaco y que lo mejor era acudir de inmediato a los servicios médicos. Esa recomendación salvó mi vida. Aquí, la inteligencia aplicada no fue un lujo, fue un recurso de salud vital, un ejemplo de cómo la digitalización bien usada puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
La ética como brújula
El llamado es claro: ser serios y cuidadosos con el manejo de estas herramientas. La ética digital debe guiar cada paso: proteger datos, evitar sesgos, garantizar la transparencia de los algoritmos y poner siempre en el centro el bienestar humano. La innovación sin ética es una promesa vacía.
Reflexión final
La inteligencia artificial y la digitalización son inevitables, pero también son una oportunidad irrepetible. Depende de nosotros aprovecharlas con responsabilidad, para que el beneficio sea personal, social y ciudadano. Usarlas para ser más productivos, para mejorar la educación, para facilitar la vida laboral y doméstica. Ese es el camino que debemos construir: una tecnología que sirva a la humanidad y no al revés.
Fernando Sánchez Prada
Columnista