Por: Francisco Arias Escudero, padre Pacho
El Viernes Santo, un informe se viralizaba por todas las redes sociales, incluso con mayor relevancia que la muerte del Señor: “el senador de Colomba humana, Gustavo Petro fue diagnosticado en Cuba con cáncer”.
Se reseñaba que después de varios exámenes, tanto en la isla caribeña como en Colombia, los análisis de laboratorio y las endoscopias, determinaron una lesión en la juntura del esófago con el estómago. Iniciará un procedimiento quirúrgico para remover el tejido dañado; si no es posible, iniciara su tratamiento de quimio que le llevará a un confinamiento total.
Mas allá de una posición partidista, o polarizada, y con nuestro deseo, por supuesto, de pronta recuperación, veíamos en las imágenes y en sus mismas declaraciones, un rostro afligido, y con una marida llena de consternación, donde nos surge la gran pregunta: ¿y ahora qué? ¿Qué puede suceder?
Independientemente de nuestras opciones ideológicas, de nuestras estructuras mentales, de nuestras formas de vida; cuando un día seamos confrontados con una situación límite como lo es el dolor o la misma muerte, ¿de qué manera la asumiremos?
Hay una canción de los chalchaleros que dice: “Sapo cancionero canta tu canción, que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión”. La palabra ilusión tiene entre otros, dos significados: Uno de ellos, la búsqueda de un bien etéreo, inexistente. Pero un segundo, que encierra la proyección hacia algo maravilloso que nos aguarda, de lo cual estamos casi seguros. Con razón alguien nos motiva a los creyentes, a alimentar una continua ilusión por el cielo.
Nuestra fe se apoya en un hecho fundamental: Jesús de Nazaret, al morir, venció la muerte. En otras palabras, le cambió sus reglas de juego. De allí en adelante morir no es destruirse. Es participar con Cristo en su Resurrección. Pero nos preguntamos: ¿De qué manera actuó el Maestro, si el Enemiga continúa venciendo a los hombres de todos los siglos?
Aunque el hecho de morir sigue siendo idéntico, sus consecuencias son totalmente distintas. No importa que por un corto espacio suframos el eclipse de la muerte.
Al resucitar, Jesús le ha cambiado su sentido a la muerte. Antes era ella un, enemiga que los artistas presentaban con terríficas formas. Ahora es una bondadosa nodriza, que nos ayuda a nacer a la vida verdadera.
Para algunos cristianos la fe es sólo un esfuerzo por mantenerse en gracia. Cabría otra actitud más simple, pero más instructiva y excelente: Una enorme seguridad del poder de Dios en mi vida.
Ninguna de mis culpas me destruirá completamente. Si sufro unido al Señor, ese dolor tiene poder de gloria. Si alguna enfermedad me aqueja, se avecina mi liberación. Si voy a morir no es algo que me vaya a suceder. Es Alguien que viene amorosamente a mi encuentro.
Conviene entonces que alimentemos cada día la ilusión de morir. Mejor aún, la ilusión por la vida perdurable.