Por Luis Fernando Cardona G
“Nos estamos volviendo antisociales?, preguntó mi esposa cuando me observó asustado a las 10 y 30 de la noche, asomarme por una rendija del portón a mirar quién golpeaba y resultó ser un mendigo que luchaba por no irse a dormir con hambre.
-No, corazón, pero sí asociales, le respondí.
Según el diccionario de la RAE, asocial es un adjetivo que se aplica a quien no se integra en la sociedad o no sigue las normas y convenciones sociales. Ejemplo: «Es una muchacha muy especial que siempre se muestra distante y asocial».
Asocial me parece, según mi leal saber y entender, todo aquel que golpea el portón sorpresivamente a altas horas de la noche.
No era otra cosa que un padre de familia obligado a permanecer meses en el encierro en espera de ayudas que no llegaron, de un gobierno que se esfuerza, pero nunca es suficiente.
El 19 de abril 2020 bajo el título tituló: “Gobierno: Entrega de ayudas sociales se ha cumplido en 96 por ciento” El Tiempo en declaraciones de la directora de Prosperidad Social, Susana Correa, destacó que “hasta el pasado 15 de abril un total de 2’560.593 hogares que hacen parte de Familias en Acción recibieron los incentivos monetarios del programa. En total el Gobierno ha invertido unos 687.960 millones de pesos”.
La pandemia dejó al desnudo que en Colombia los pobres son (¿o somos?) mayoría. Que los que el Dane incluía en sus estadísticas como empleados, en realidad son solo rebuscadores del día a día o contratistas sin derecho a prestaciones sociales a quienes no les renovaron el contrato y ahora están desprotegidos. Que los estratos uno y dos no son los únicos que claman por ayuda; que en el estrato tres y el cuatro estamos los demás, a quienes Los Prisioneros mencionan en su canción cuando dicen: “Únanse al baile de los que sobran, nadie los va a echar de más”.
Estamos padeciendo los rigores de un encierro involuntario siguiendo las instrucciones del gobierno para evitar la propagación de la pandemia, pero las cuarentenas se están prolongando indefinidamente, la paciencia se agota y el hambre no da espera.
Ahora tememos lo peor. Por ejemplo, que el hambre desemboque en turbas atacando a nuestras residencias, en busca de la comida que no han recibido de las ayudas oficiales y que, en muchas ocasiones, tampoco les han dejado ganar honradamente cuando han intentado salir con su chaza de vendedores ambulantes.
Tal como sucedió en Bogotá y que se conoció en redes sociales, al adulto mayor a quien vimos completamente indefenso, con una herida en la cara de la que emanaba sangre, mientras un policía le aplicaba una llave para asfixiarlo y otro trataba de capturarlo, todo por haberse atrevido a salir a vender dulces para llevarle un trozo de pan a su madre de 90 años.
Esto es apenas la punta del iceberg frente a lo que nos espera. Una hambruna en crecimiento y la criminalidad disparada, en muchos casos causada por el hambre de quienes no fueron incluidos en los programas del gobierno.
Ojalá el cuadro que nos espera no sea el de bandos de ciudadanos organizados enfrentados a pandillas que asaltan viviendas y comercios en busca de un trozo de pan.
¿Será que el hambre nos irá a volver irracionales?
Si, Luis Fernando. Vienen tiempos muy difíciles y los que «Administran» lo público no lo saben, no lo quieren saber o se hacen los que no saben.
Totalmente, si en épocas: » normales», la población colombiana, vivía agobiada, por suplir sus necesidades básicas, a futuro se observa el temor por : reformas laborales, tributarias, educativas.
Es triste ver a un semejante con hambre pero es mucho más angustiante sentir miedo pues ya no se está seguro en tu propio hogar.
No puedo estar más de acuerdo contigo. La cuarentena no se puede seguir prolongando durante meses, no tengo duda que es la prueba más grande y dura que haya pasado un gobernante en los ùltimos tiempos, pero el gobierno va a tener que ponerle un equilibrio a sus decisiones, sino, habrán muchos mas muertos de hambre y desorden social antes que del Covid