Por LUIS GARCÍA QUIROGA
Es lamentable decirlo, pero ahora los colombianos tenemos 70.000 mil razones para sospechar de cualquier decisión pública del Estado nacional, regional o local.
En tal sentido, no puede ser más grave lo que pasa con la Corporación Autónoma Regional de Risaralda -Cárder-, cuya pésima reputación de entidad corrupta lacera la marca e incluso, ofende a muchos de sus empleados, como alguna vez alguno de ellos dijo en una emisora local, que, “sentía pena al decir que trabaja en la Cárder”. Más patético, imposible.
Fue así como el pasado miércoles muy a las 7:00 am estaban encendidas las redes sociales. Ciudadanos, especialmente mujeres, expresaron la indignación propia del abuso, el atropello y la sospecha de estar de cara a un acto de corrupción rampante a cargo de funcionarios de Cárder que en menos de 24 horas notificaron la tala de 14 árboles de más de 20 metros de altura en la calle 10 con carrera 21 Barrio Pinares, en un lote privado pero colindante con un espectacular bosque protegido y amenazado de tiempo atrás por los depredadores.
La historia se cuenta sola cuando la Cárder hizo la notificación “A quien pueda interesar” al medio día del martes 21 de agosto y el miércoles 22 madrugaron a talar. “Tumbando y capando” como decían los viejos vaqueros. Sorprende la eficiencia de la decisión porque enviaron 12 obreros debidamente uniformados, como se ve en fotos.
Pero no contaban con el músculo ciudadano que hizo frenar el exabrupto. Cometieron el error de escuchar los intereses del propietario a quien le estorban los árboles (no sabemos quién es, ni nos interesa) pero que debería saber que existe un principio general de derecho que regla el interés público sobre la propiedad privada. Algo que Cárder pretende ignorar en su sospechosa arrogancia.
Ya es hora de que el gobernador Víctor Manuel Tamayo y el alcalde Carlos Maya, así como los demás miembros de la Junta Directiva de Cárder (si es que de verdad son dolientes de nuestro maravilloso pero frágil y vulnerable medio ambiente) como autoridades máximas del territorio que lo son, le pongan el tatequieto a tanto desafuero que se denuncia impunemente contra la Cárder.
Esta vez cometieron el error de notificar ya pa` ya, con la intención de agarrar distraída a la comunidad. Lo “normal” es que primero talan guaduales y bosques y después llegan a los hechos cumplidos como autoridad ambiental.
Sin la presión social, ninguna sociedad ha conseguido nada importante que le haya sido negado o desconocido por las vías de la voluntad y ejercicio de los gobiernos.
Sólo el ejercicio legítimo de la ciudadanía ha sido el único mecanismo que sustituye las ausencias o falencias del liderazgo que el sistema de democracia representativa otorga a las vocerías políticas mediante la figura de mandato de representación.
Eso quiere decir que cuando los ciudadanos eligen a un alcalde, gobernador, presidente de la república, concejal, diputado, representante a la Cámara o senador, no lo hacen para otorgarles el honor de la investidura del cargo. Es una responsabilidad delegada. De ninguna manera recibir un honor será el objetivo misional de la designación o elección.
Es igual con los funcionarios públicos e incluso, con los privados, cuando los designan como titulares o encargados de las funciones y llegan a creer que ellos son más importantes que el cargo o la responsabilidad que les asignan, por fuerza de las circunstancias.
Es un hecho fáctico que el éxito de una gestión es visible cuando el designado es superior a las decisiones y propósitos misionales. De lo contrario, es la razón por la que muchos suben como palma y caen como cocos. O pasan como rayo de luz por un cristal, sin romperlo ni mancharlo.
De lo contrario, es inexorable la presión social de la ciudadanía consciente y la crítica de los medios de comunicación, de los analistas, de los opositores.
En conclusión, mientras haya ciudadanía habrá presión social. Y los ciudadanos de Pereira que les duele la pérdida de calidad de vida por la vulneración de los recursos naturales, están alerta y en pie de lucha contra los abusos al medioambiente.
Hombre, Luis: tampoco se quién es el dueño del lote en mención ni sus intenciones, pero igual situación conflictiva con iguales protagonistas ha sido repetitiva en las noticias de los medios y en la «carreta» policromática de opinadores o columnistas. Más que sus líneas, bien hilvanadas como siempre, fue la posición de los vecinos del semidescampado «florero de Llorente» lo que me llevó a recordar la frase de un amigo, lanzada al aire y sin mucho rigor pero con temeridad: «es muy fácil ser ambientalista en (o con) el lote de otro», lo que creo que es tajante.
Cordial saludo.
Carlos Betancurt