Fundado el 9 de febrero de 2020
LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

DerechoLas cosas de mi Dios

Las cosas de mi Dios

Por JORGE H. BOTERO

“Ganó el No, perdió Colombia”, es el título de un interesante y provocativo texto que hoy se lanza en la Feria del Libro

Los católicos creen que Dios nos ayuda a resolver nuestros problemas cotidianos a través de milagros. Por eso la oración es su actividad religiosa principal, mientras que para otras vertientes del cristianismo lo es la palabra divina que la Biblia recoge. Siempre me pareció extraño esa especie de soborno, injusto con quienes no oran, carecen de quien lo haga por ellos o simplemente no son católicos; e inadmisible que Dios ande haciendo excepciones cada tanto a sus propias leyes. Si es justo, tendría que aplicarlas con imparcialidad, pero si decide ser misericordioso y conceder privilegios, deja de ser justo…

Ignorando mis audacias teológicas, Dios me ha hecho el milagrito. Dije la semana pasada que, como consecuencia de un conjunto de desencuentros con mis estudiantes en una universidad ficticia, había resuelto retirarme de la docencia. Pues bien: la Universidad Nacional me ha invitado a participar en una sesión de la cátedra Jorge Eliecer Gaitán, que regenta la profesora Clara Rocío Rodríguez, para debatir sobre el Acuerdo de Paz suscrito con las Farc en el contexto del lanzamiento del interesante libro -editado por ella- que he mencionado en el epígrafe.

Entiendo que le llamó la atención que luego de haber sido impugnador persistente de la negociación en este espacio que Semana me concede, hubiera optado por defenderla. Grave inconsistencia podría decirse. No. Es algo distinto: la fidelidad a las instituciones democráticas. El contenido del acuerdo me pareció desequilibrado contra el Estado, cuestionable su forma de aprobación por el Congreso y dudosa su ratificación por la Corte Constitucional. No obstante, cumplidos esos trámites, quien de veras respalda las instituciones debe reconocer que las decisiones mayoritarias, adoptadas conforme a la ley, son obligatorias.

“¡El acuerdo es ilegitimo! el pueblo lo negó en las urnas. Santos se había comprometido a respetar ese veredicto y no lo hizo”, han reclamado sus opositores en un ensordecedor grito silencioso. Esta afirmación es correcta, pero a partir de esa decisión popular adversa se acometió una reforma del texto suscrito en La Habana que, en mi sentir, no fue meramente cosmética, en especial en el capítulo sobre desarrollo rural, afirmación esta respecto de la cual no hubo -ni jamás habrá- acuerdo posible. De allí surge precisamente la grieta profunda que dividió a la sociedad colombiana entre los del Si y los del No. Por fortuna, el paso del tiempo todo lo cura. Aquel airado reclamo a pocos hoy les mueve la aguja.

Vaticino que la derogatoria del convenio Santos-Timochenko no hará parte de los debates presidenciales en curso, ni el próximo gobierno intentará, como el actual, meterle mano. En realidad, ese documento se va convirtiendo en un referente cada vez más distante de la vida política nacional por diferentes y poderosos motivos. Su texto, largo y difuso, carece de fuerza normativa; aporta, como lo definió la Corte, meras pautas para la acción de los tres gobiernos que deben implementarlo. El entendimiento de su alcance se actualiza cada cuatrienio en el correspondiente plan de desarrollo.  Los problemas de violencia rural en ciertas zonas, pobreza y auge de las economías ilegales, requieren atención preferente, no solo porque lo diga ese convenio; atenderlos deriva de obligaciones fundamentales del Estado.

El sector de la antigua guerrilla que se desmovilizó, tanto como el Presidente Santos y quienes lo acompañaron en la negociación, no parecen tener hoy un liderazgo político dominante. La profunda crisis social suscitada por la pandemia y el estallido social consiguiente han pasado a ser los elementos centrales de la agenda nacional; esos problemas son fundamentalmente urbanos, no rurales. De hecho, el campo ha padecido menos los problemas del Covid-19 que las ciudades y poblados en donde vive más del 70% de la población.

Nada de lo que digo significa negar importancia al campo. Sigo viendo con frustración que no hayamos logrado ponernos de acuerdo en un modelo de desarrollo rural fundamentado en la compatibilidad de los modos de producción campesino y empresarial, que ambos son eficientes en determinados contextos. Las laderas andinas son óptimas para el cultivo de hortalizas y tubérculos en pequeñas parcelas; por el contrario, no es posible desarrollar la Orinoquia sin empresas capitalistas que demandan trabajo asalariado.  Entiendo que se ha avanzado durante este gobierno en la clarificación de los registros sobre la propiedad de la tierra, pero no lo suficiente. La figura de las unidades agrícolas familiares tendría que ser sometida a ajustes sustanciales o sencillamente derogada: a nadie beneficia; a todos perjudica.  

La jurisdicción Especial de Paz, se halla cerca de tomar decisiones sobre integrantes del alto mando castrense y los líderes de la guerrilla. Serán determinaciones complejas de asimilar. Se fundamentarán en una dimensión, nueva en nuestro medio, del derecho penal: la responsabilidad por línea de mando, una modalidad que fue por primera vez aplicada en el proceso de Nuremberg al fin de la Segunda Guerra Mundial. Esta figura permite deducir responsabilidad a los comandantes de la Fuerza Pública, así no hayan intervenido directamente en los delitos que se les imputan; bastará demostrar que no podían ignorar lo que ocurrió y que estuvo a su alcance evitarlos. Con un enfoque semejante se definirán las responsabilidades de los antiguos guerrilleros. Respeto de ellos, además, sería muy complicado que, a pesar de ser condenados, conserven su condición de congresistas.

Ojalá el país entienda que para cerrar de veras ese capítulo de la historia de Colombia -los enfrentamientos con las Farc- durante el que se cometieron crímenes horrendos por unos y otros, el mejor camino es la justicia transicional. Esta permite penas reducidas para quienes reconozcan responsabilidad y aleja el riesgo de que intervenga la Corte Penal Internacional si no logramos superar la actual situación de impunidad.

Briznas poeticas. Gustavo Adolfo Garcés nos habla de ese otro país en el que fuimos niños: “La infancia / regresa en silencio / siento que me aprietan / las manos de mi padre”.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Más articulos