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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadLas locas aventuras de Guayavus Pertonius 

Las locas aventuras de Guayavus Pertonius 

En un país imaginario de un continente subdesarrollado el pueblo cometió el error de subir al poder a un loco incumplido y ególatra llamado Guayavus Pertonius.

El sujeto, embriagado con la investidura que rondó sus sueños desde los tiempos de joven rebelde e inconforme, se creyó de repente el amo y señor de todo y de todos. “¡Yo soy el único y gran jefe! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! -proclamó- ¡y hasta los jueces me tienen que obedecer!”. Por supuesto, deliraba. En realidad, podía ejercer mando exclusivamente sobre una de las varias ramas en que operan las instituciones. ¡Qué le vamos a hacer! Los enajenados no comprenden lo que dicen.

Gente arrepentida entendió por fin que con su voto había contribuido al suicidio nacional. ¡Qué pesar!, Ya era tarde. El daño estaba consumado.

En su ascenso a la cúspide el demente había manipulado a la comunidad prometiéndole el cielo y la tierra. Cualquier estrategia servía desde su perspectiva maquiavélica. Se alió con un viejito malicioso y egoísta que, valiéndose de la extraña admiración que profesa la masa popular hacia los groseros, logró vender el cuento de que sería la única opción para derrotar a Petroonius; sin embargo, era un lobo disfrazado de oveja. Con el tiempo quedó al descubierto como un sagaz títere que intencionalmente se prestó para despistar a quienes ingenuamente le confiaron su futuro y el de sus familias. Nunca tuvo la intención de alcanzar la máxima posición pública. En la recta final de la contienda se “echó de las petacas” para garantizar la victoria de su aparente rival.

Pero, ¡Oh, ingenuidad! No solo hubo complicidad de adultos. Los jóvenes que en época electoral se creían sabios y salvadores despreciaban con petulancia el consejo de sus mayores. Los mandaban a callar. Cuando sus padres les advertían sobre el peligro que representaba el liderazgo de alguien obsesionado con la propia grandeza, les respondían en tono altanero: “¡Lean para que se informen”! ¡Cuán insolentes y torpes pueden ser quienes desconocen la historia! Siendo caprichosos como su “maestro”, optaron por seguir apoyándolo y contribuyeron a la desgracia. Tenían la certeza de que conquistarían un buen cambio, pero terminaron convertidos en instrumentos del encarecimiento de los combustibles y de todos los bienes, entre otros perjuicios. Luego del “triunfo” la economía se precipitó en caída libre. Como algún paisa desabrochado diría, “lanzaron al país de culos pa´l estanco”. Después de actuar como protagonistas de la tragedia los muchachos empezaron a emigrar en busca de los horizontes que en su propia patria ellos mismos ayudaron a destruir.

Una vez en la cúpula, Pertonius se esforzó al máximo para pensar y concluyó que sería genial jugar al orador para desahogarse en prosa con discursos incendiarios orientados a sembrar el odio entre sus compatriotas, y también lo deslumbró la maravilla de viajar por el mundo hablando ante los escenarios internacionales como un poeta apasionado, pues su ilusión ha sido obtener el Premio Nobel de la Paz. Hasta ahora su verborrea fantasiosa causa hilaridad en el extranjero.

En todo caso, Guayavus profundizó la herida de la lucha de clases para generar divisiones de las que podría sacar provecho. A los que trabajaban y se ganaban cada tinto con el sudor de la frente los llamó “multimillonarios”; y a los “cómodos” que se dedicaban a esperar subsidios sin mover un dedo en favor de la sociedad les llenó los bolsillos con el dinero tomado de los impuestos aportados por los más juiciosos, y los envenenó contra los “ricachones”. A pesar de todo, algo de sensatez había en su macabro plan: mientras mantuviera enfrentado al pueblo recalcando que los pobres son los buenos y los ricos los malos conseguiría distraer la atención sobre las verdaderas prioridades que no encaraba por andar siempre en las nubes. Es justo y necesario reconocer su astucia al aplicar sin compasión la antigua enseñanza “divide y vencerás”.

Pertonius había llegado a las alturas aprovechando la ignorancia de muchos, la inmadurez de algunos y los intereses personales de otros, y apoyado en una supuesta inconformidad social de quienes destruían ciudades bajo el amparo del derecho a protestar. Pero al encumbrarse en el ambicionado cargo se encontró casi solo. Únicamente lo seguían las minorías que desde un principio le juraron lealtad ciega, además de los expertos en halagar a cambio de algún beneficio.

Un día quiso, como los Dioses del Olimpo, que los súbditos le rindieran pleitesía e hicieran sacrificios para honrarlo y ganar su bendición. Entonces, como necesitaba una multitud reverente y no la tenía, les pagó a unas personas para que viajaran desde lejanas tierras hasta su capital con el único propósito de “hacerle barra” como las porristas. No conforme con lo anterior, “invirtió” la plata de los contribuyentes para asegurarse de que artistas famosos y afines a su ideología presentaran un show capaz de atraer la curiosidad de los “desprogramados”, de los estudiantes que salían de clases y de los transeúntes desocupados después del medio día. Y vociferó y vociferó y vociferó ante un colectivo relativamente pequeño a pesar de que una cantidad representativa de sus integrantes estaban allí por contrato. Los aplausos pre-negociados le permitieron engañarse con la idea de que lo alababan con sinceridad. Se tuvo noticia de que después del espectáculo algunos de los personajes que previamente habían vitoreado a Pertonius atacaron una sede periodística en represalia porque se atreve a denunciar los desaciertos de su “mesías” quien, mientras tanto, anunciaba la intención de alterar algo llamado “regla fiscal”, la cual establece los parámetros para evitar que los gobernantes se descachen con los recursos del Estado.

Afortunadamente es imposible que en la vida real se produzca una sucesión interminable de infortunios como los aquí narrados. Esta es una historia ficticia nacida de la mente febril del autor, quien todavía no ha soñado con su desenlace.

1 COMENTARIO

  1. Ya quedan poquitos Guayavusianos de profesión. Los demás deben ser muy bien pagados para que agiten las banderas contra la corrupción o para que agiten alguna otra bandera. Todo se redujo a un asunto de banderas agitadas.

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