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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadLas siete puertas del suicidio

Las siete puertas del suicidio

«Es la séptima y última puerta, pero probablemente nos es imposible no abrirla, porque el hombre es un animal que trasgrede la prohibición de las puertas cerradas»

George Steiner

1 puerta: La dama seductora

A ese viaducto llegaban personas con su moral chorreada hasta al piso, hastiadas de romances surrealistas tipo «te amo a ti y tú amas a otro», gente con un vivo estado musical de su conciencia convencida de estar en un cuerpo-celda del cual debían liberarse. Nadie se arrojó desde allí sin pensar en nada. La música, las penas, los secretos, la enfermedad, la existencia vacía, son la última patada o el suave empujoncito sobre los cien y algo metros de altura.

Los paseantes de la zona son testigos del estado místico de aquellos suicidas. Personas silvestres que meditaban en la muerte mucho antes de pensar en el puente, el vacío, o en el fin último. Seres que jamás se enteraron de que previo a tocar fondo, abajo en el límite del concreto y la hierba, el corazón se detiene benevolentemente en el aire. Pero hay que ser lógicos: esa vida ya estaba desahuciada, lastimada, rota, antes de representar el acto final.

Los especialistas crean hipótesis para entender al suicida y al suicidio: estudian la escena, hacen preguntas, buscan alguna carta firmada, recrean el día y los motivos, indagan en la materia, pero no en el espíritu, donde realmente se esconde la decisión. Ignoran que el verdadero asesino es el lenguaje. Esos símbolos muertos que fijan la vida, y que como puentes se rompen, se queman, se transparentan llevando al hombre al borde del abismo.

Aquellos mismos transeúntes, ciegos y abismados, afirman que los suicidas cantan, lloran, meditan, escriben, abren sus manos para sentir el viento, conservan un hermoso silencio. Se cree que estos esperan una señal, la llamada «Bienaventuranza» o el signo divino previo a la extinción. Aquel viaducto es solo un símbolo, una posibilidad sin retorno, y por su naturaleza esta estructura no es la culpable, hay que señalar al lenguaje, a las palabras, a los vientos guturales que unen o alienan.

2 puerta: La vida como idea

Quienes se lanzan al vacío, a falta de nombre, son catalogados como locos o dementes, pero en realidad esas personas son unos filósofos de la vida. Pensadores que encuentran una fuerza, un fin, en lo que negativamente se llama «La muerte como seducción a la libertad». Gente alucinada en la sórdida confianza de un tribunal blanco que hará justicia a toda historia y que concluirá con esas pasiones que parecen actuar sin albedrío alguno. La frase: «it´s not desiring the fall; it´s terror of the flames» es tan cierta como aterradora.

Aquellos suicidas dan un paso de fe movidos por las azarosas pasiones internas. Decisión abrahámica que desvela el poder destructor e inherente de la voluntad que busca, irónicamente, nacer a un proyecto de libertad metafísicamente puro. Pero claro, esto hace parte de esa ilusión de la muerte, de esa Fata Morgana que preconiza el axioma de que todo hombre es el fracaso de un ángel.

3 puerta: La trampa del lenguaje

El hombre se construye en el lenguaje y se destruye en él. La comunicación entre animales impresiona, porque esa bioacústica no es comprensible a menos que salgamos de nuestra naturaleza. Hay que tener sensibilidad para abrirnos a comprender otras formas de hablar con el mundo y las cosas. La cinesis animal es el movimiento que deviene en habla. Alguien dijo: «El hecho es que un animal y un ave comprenden a sus respectivos congéneres solo al observar sus movimientos. Es suficiente que uno de esos seres se mueva para que los demás comprendan por qué lo hizo».

De ello se deduce que los movimientos equivalen a un idioma, a una comunicación por imitación. En la ciudad se habla inconscientemente este mismo lenguaje animal. Los ciudadanos se mueven, trabajan, aman, odian, sueñan juntos. Si nadie se moviera, el caos nacería, llegaría la anquilosis social.  Los suicidas del viaducto dejan grandes interrogantes sobre el conocimiento humano. ¿Por qué ningún otro imita el movimiento negativo de estos? Hay un vacío epistemológico que ignoramos. Otro filósofo (entiéndase suicida) dijo: «No existe problema filosófico más serio que el suicidio». Y también, «que una buena razón para vivir es lo mismo que una buena razón para morir». Argumentos que tomaron fuerza luego chocándose contra un árbol.

La ruptura del vínculo social es el abismo que se intenta llenar con espiritualidad, sea esta la creencia en las cuatro nobles verdades, el sermón de la montaña, o la teoría de la paloma de Kant. La pérdida del amor original y su transferencia puede ser un punto de partida para indagar sobre ese enigma, pero, aun así, se necesitarían otros nodos más sólidos. Otro alguien propuso la idea de amar al prójimo como a sí mismo, la regla de oro de todos los profetas que murieron sacrificados en el altar de la incomprensión. Esto y nada induce a pensar que el lenguaje es similar a inclinarse al borde del viaducto, mirar hacia el seductor vacío, y lanzar el cuerpo como un acto de amor fati. Y ahí, justo ahí le damos la razón a quien dijo que las «palabras son hechos».

4 puerta: La ciudad de los puentes rotos

Los pensadores se preguntan: ¿Cómo puede llamarse sociedad a un montón de ciudadanos sin lazos entre sí, fríos e indiferentes?  Deducen que están frente a una antinomia social, similar a la palabra «persona», que en su etimología original significa «máscara». En sociedad el individuo desaparece, por más que la Ilustración Europea haya querido resaltar el sujeto como una noble empresa, como un proyecto subjetivo y único. El hombre, sinceramente, está solo y es un punto aislado disuelto entre un mar de rostros con gestos diferentes. Del mismo modo que hoy se construyen paredes coladas en una sola pieza, así también es sustituido el cemento entre los individuos por la presión que los mantiene juntos, que los muestra unidos, pero que en el fondo van irremediablemente separados.

La ciudad es un almacén de personas que se encuentran distribuidas en los monstruosos espacios que los configuran. Cada lugar representa una forma de actuar y pensar diferente. Los lugares crean diversas psicologías, distintas formas de hacer y sentirse enlazado a la realidad. Hay sujetos tipo Ulises que divagan por todo sitio buscando su lugar, haciendo de cada espacio su hogar. Ellos están en todas partes y jamás en su casa, y ese movimiento es una forma de ser y estar. Así entonces los vestidos, la manera de hablar, el trabajo y los lugares donde actúa el hombre, se vuelven más característicos que él mismo.

La social es lo ordenado, lo exacto, lo medido y puntual que rige la vida de aquellas personas que solo saben matar su tiempo en el aburrimiento y en la vorágine de la actividad mercantil. Desde tal perspectiva la metrópolis parece un organismo gigantesco, y sus ciudadanos, la sangre. Las ciudades, a diferencia de las aldeas o pueblos, son plásticas por naturaleza porque se configuran a imagen y semejanza del habitante; ellas a su vez lo moldean a él en virtud de la resistencia que ofrece cuando este trata de imponer sus formas personales.

5 puerta: Palabras como cosas

El lenguaje nunca ha servido, y si lo ha hecho, ha sido para arrojar funciones netamente instrumentales o pragmáticas. Por eso los judíos han intentado una crítica de la razón instrumental, por un lado, y por el otro, una des mitologización de la ciencia. El hombre es un papelillo lanzado a un huracán feroz. Ya un alemán eminente ponía en tela de juicio conceptos abstractos y metafísicos como Dios, amor, justicia, destino, y preguntaba a qué categoría del ser pertenecían estas. Pero estas inquietudes crearon más preguntas que respuestas, lanzaron al hombre a una «relatividad» de las cosas, lo entregaron a una desesperación silenciosa. Por eso, a quien le es dado en tal angustia abrir su corazón en vez de cerrarlo, acepta en su interior los medios de salvación.

Y en función de esto es posible afirmar que hay una especie de trampa en el lenguaje que justifica los hechos. Una inmensa red de caminos equivocados que se pueden transitar sin piedras miliares. Por ello, juzgar a una persona por tal o cual acto es una contradicción, porque se acusa o enjuicia con la misma pasión que alabamos a nuestros dirigentes, amamos a nuestros padres, o creemos en nuestros santos. El ser humano no sabe nada, dice el canturreo socrático que transciende en el mundo. Si alguien decide vivir o suicidarse no necesita dar una explicación por ello, ya que las desgastadas e inservibles palabras son equiparables a cucharas, herramientas, o al fuego salvaje de la montaña antigua.

6 puerta: Confusión y lenguaje

Detrás de las palabras y los conceptos se esconden esencias, verdades y fundamentos. Los seres humanos usan el lenguaje para codificar, nombrar y tomar posesión de la realidad. Una vez comprendido el fenómeno se desechan las palabras como un cuerpo sin espíritu. Por eso es que las expresiones del lenguaje se desmontan, se limpian, y se vuelven a ensamblar, para que circulen de nuevo, y con ello, intentar descubrir algo novedoso.

El hombre antiguo pensaba en ideas, no en conceptos, su fuerte era la acción. El famoso mito de la Torre de Babel, la construcción de un megalítico sueño, fue detenido por la confusión de lenguas. La muerte del lenguaje no se da por la confusión de signos, sino por el fin de la comunicación del hombre con todas las cosas. Esa es la tragedia real e ignorada. Ya no se entendían los adoradores de Nimrod en ese programa igual que los suicidas lo hacen con el mundo. Poner el primer pie en la escalera del enigma es entender que los suicidas dan el primer paso en firme y el segundo en falso, donde caen a un lugar sin eco y sin respuestas.

7 puerta: La verdad y la muerte del espíritu

Hay un ufanarse por encontrar la verdad en el lenguaje, desconociendo que no existen palabras nuevas, solo combinaciones producto de la época. La realidad no cambia nunca, cambian los hombres. Buscar la verdad, sea la Aleteia griega, el Emeth judío o la Sukha budista, por medio del lenguaje, es un error infinito. El psicoanálisis entró al alma de las personas gracias al análisis, los sueños y el lenguaje, y con los mismos términos descubrió por azar el concepto del «subconsciente». Una sub idea que no es más que una estructura lingüística externa, porque la verdad interior tras las palabras, es inaprensible.

Por ello el mundo entiende todo, y mejor, en imágenes, como en otro tiempo con la música, y como en otro tiempo con el grito. Imagen que en esencia es el aniquilamiento del espíritu. Las lenguas semíticas fueron un intento de materializar el alma humana, aunque miles de años atrás, hasta hoy, el lenguaje no progresa linealmente, sino cíclicamente, es decir, este nos recuerda el escenario del eterno retorno donde todos somos los personajes. La creación o combinación de palabras es una dinámica para designar realidades, aunque estos conceptos sirvan solo para cada época, y para cada suicida.

El hombre, diría un francés eminente, es una «sustancia pensante», y solo de este modo capta esencias y experimenta las categorías del espíritu. ¿Cuántas dimensiones existen? sin duda la más importante se llama «Detener el mundo». Las palabras no desean, ya que su fin no es unir, sino dividir. Esa es su naturaleza y solo así muestran su utilidad negativa. La imagen es la muerte del espíritu y el suicida ve y luego cree.

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