DIMENSIONES
Todo evento percibido como traumático por un individuo o por una comunidad termina por provocar a mediano y largo plazo una serie de manifestaciones, como los trastornos de estrés postraumático, denominados así en las clasificaciones internacionales de las enfermedades. Estas reacciones dependen, como toda vivencia y conducta humana, de muchos factores, pero hay dos que son particularmente importantes: la intensidad de la experiencia y las formas que tienen personas y sociedades de enfrentar las situaciones que ponen en peligro la integridad del individuo y del tejido social en que este se desenvuelve. Antes de la aparición del virus que provocó la Covid-19, se creía que el desarrollo de la ciencia y el gran adelanto de la salud pública preventiva hacía invulnerables a los humanos ante el ataque de enfermedades infecciosas, y que esas amenazas eran parte de la historia de la civilización. ¡Craso error! Los años 2020 y 2021 fueron vividos exactamente con las mismas incertidumbres y temores que cuando ocurrió la plaga de Justiniano (541-542), la peste negra (1347-1351) o la viruela (1520), solo por mencionar las pandemias más antiguas y letales de las que se tienen registros.
Las 673 millones de personas infectadas y los 6.7 millones de fallecidos en el mundo durante la actual pandemia de la Covid-19 nos dejan una gran lección: el ser humano es vulnerable a fenómenos que no puede predecir y que escapan a su control, por muy avanzados que estén el conocimiento científico y tecnológico. ¿Qué otras enseñanzas nos regaló esta pandemia? Puso al descubierto un elemento que sale a relucir en la condición humana cuando es sometida a las grandes crisis que provocan los fenómenos naturales (terremotos, crisis climáticas) o el accionar humano (desplazamientos, guerras): aspectos basados en la bondad, como la solidaridad, el reconocimiento de la hermandad humana, la compasión y la preocupación por el destino de los demás como si fuera el propio.
No obstante, lo segundo que salió a flote fueron los aspectos basados en la maldad, como la expresión del egoísmo, la deshonestidad, la mentira y el aprovechamiento de la situación para el beneficio personal o del grupo al cual se pertenece, como sucedió con el acaparamiento de los productos biológicos, en el caso de las vacunas, y de los elementos de protección contra la enfermedad. Esto se hizo visible en países con mayor riqueza económica y material, que acumularon una mayor cantidad de dichos insumos en detrimento de los países con menor desarrollo, ¡y ni se diga del gran negocio de las multinacionales y emporios económicos, que redoblaron sus ganancias a expensas de la situación desfavorable de millones de compatriotas! Un virus nos enseñó que los humanos somos vulnerables y que tenemos factores de bondad y maldad en nuestro actuar. El reto es trabajar para que florezcan los primeros en desmedro de los segundos. www.urielescobar.com.co