Por LUIS GARCÍA QUIROGA
Ahora que encontraron en territorio de Risaralda fósiles de más de diez mil años, deberíamos reflexionar sobre algo que podría ser un hecho tal vez dentro de cierto tiempo, cuando hayamos convertido esta ciudad y este planeta en un lugar sin animales silvestres, sin abejas, ni árboles, ni ríos o quebradas. Nada de agua.
Más allá de la ficción -aunque siga siéndolo- imaginemos un tiempo remoto después de que los últimos de nuestros descendientes humanos hayan sido piadosamente ayudados por los robots-smart a una muerte digna, dejándoles ver los videos de cómo vivían de sabroso hacia los años 2000 en esa hermosa tierra llamada Pereira.
Los robot-smart, que a diferencia de los humanos les inquietaba más el pasado que el futuro, se habían dedicado a estudiar filosofía, literatura, psicología y en especial a la antropología y la taxonomía biológica, sin mucho éxito hasta que por casualidad hicieron el hallazgo arqueológico de Pereira, por lo que no lograban entender cómo una de las regiones de Colombia más bellas y con mejor calidad de vida, se había convertido en un foco de exterminio ambiental y humano.
En ese pretérito en el que no hubo guardianes ni de la heredad ni de grandeza, porque le hicieron creer a la gente que civismo era sinónimo de lucrativos negocios, los robot-smart se toparon en Pereira una huella genética de la era de la revolución digital en el lejano 2020, también conocido como el año de la pandemia del Covid-19.
Era algo que los robot-smart no entendían, porque en el futuro cibernético lo mejor de los humanos no fueron los viajes galácticos sino la derrota deletérea y final de los virus y las enfermedades, ante lo cual, con mayor entusiasmo y frenesí se habían dedicado a aniquilar el planeta Tierra, dejando apenas vestigios como el hallazgo fósil de Pereira.
Sorprendidos los robot-smart llevaron de inmediato los vestigios a los sofisticados laboratorios de investigación genética encontrando que ya desde la segunda década de los años 2000 se venía discutiendo “la necesidad de revisar el POT” (Plan de Ordenamiento Territorial) que tenía entonces una clara vocación ambiental, validado y elogiado incluso por Planeación Nacional, pero que innecesariamente el alcalde de la época, en plena campaña política -por escrito- se había comprometido con el gremio urbanizador, a revisarlo.
Ellos, los robot-smart (que eran más inteligentes que nosotros) querían saber por qué se argumentaba que con la pandemia y ante la pérdida masiva de empleo, la solución estaba en romper el cinturón de protección ambiental expandiendo el perímetro urbano para construir vivienda, siendo un renglón que apenas generaba trabajo estacional, pero no empleo sostenible en el tiempo.
Paradójicamente, los robot-smart tenían un elevado criterio humanista. Y fue así como también en algunos fósiles hallaron huellas de miembros de varios colectivos ciudadanos que dieron la batalla para impedir que se rompiera el cinturón de protección ambiental de más de 5 mil hectáreas de reserva rural rica en la más variada flora, fauna silvestre, fabulosos humedales, manantiales y reservorios acuíferos expuestos al riesgo de la depredación devastadora del sueño de cemento de los urbanizadores y otros agentes contaminantes.
En ese encuadre, con curiosidad felina, los robot-smart, que no conocieron la frescura del agua ni el esplendor de un guayacán florecido; y que únicamente en los videos podían extasiarse con la majestad de los guaduales mecidos por el viento, se obsesionaron en llegar a las entrañas de la historia y del extraño comportamiento ambiental de lo que había sido la humanidad, cuyo valioso hallazgo hicieron por primera vez en el territorio exótico y exuberante de lo que -miles de años atrás- había sido la urbe de Pereira.
Se preguntaban los robot-smart, por qué los ciudadanos no defendieron su territorio ambiental, qué clase de burócratas dirigían la ciudad y por qué el gremio político fue inferior a sus responsabilidades de procurar el bienestar de su gente, a la que, según los videos sobrevivientes a la hecatombe ambiental, tanto decían proteger.
Lo que para los robot-smart parecía una historia de ficción, terminó siendo un rompecabezas, quizás porque en el encuadre del hallazgo en el sitio de Irra, además de un microcosmos de lo que había sucedido en el planeta; en el trasfondo, también había un mensaje, una señal significativa a descifrar en la lectura escondida de los despojos mortales del descomunal mastodonte encontrado por los mineros, a 20 metros de profundidad de un suelo que, para los asombrados robot-smart, miles de años atrás, había sido tierra de promisión.
Pereira, 27 de octubre de 2020
PENSÉ QUE HABÍA ALGO BUENO DE ENCONTRAR EL FÓSIL, ES DECIR, CÓMO LLEGARON LOS MASTODONTES DESDES NORTEAMÉRICA Y POR QUÉ SE EXTINGUIERON? SI ENCONTRAMOS ESAS RESPUESTAS TENDRIAMOS UNA MEJOR IMAGEN HACIA LO QUE PIENSAN OTROS PAÍSES DE NOSOTROS
Luis porfavor una columna dedicada a los mastodontes políticos de Risaralda.