Por GUSTAVO COLORADO GRISALES
El oxímoron es perfecto: la liviandad y la gracia de la mariposa complementan la pesadez y agresividad del hierro. Conscientes o no de ello, cuando esos muchachos californianos escogieron el nombre de Iron Butterfly para su banda estaban definiendo el espíritu de los años sesenta, que comenzó a gestarse una vez finalizada la Primera Guerra Mundial. Las heridas de la contienda empezaban a ser sanadas por el aliento hip, un vocablo proveniente de la terminología del jazz, que significa algo así como sabio o iniciado y es el origen de la palabra hippy.
La saga nos dice que en 1966, en pleno verano de las flores de la mítica California, la banda fue creada por un grupo de muchachos llamados Doug Ingle (Voz y órgano), Jack Pinney (batería), Greg Willis (bajo) y Danny Weis (guitarra). Más tarde, Willis fue sustituido por Jerry Penrod. Luego Penrod se marchó y fue reemplazado por Bruce Morse, a su vez relevado por Ron Bushy. Al grupo se sumó también el vocalista y panderetero Darryl Del Loach.
De esa convergencia de talentos surgió uno de los grandes himnos de la década, al lado de My Generation de The Who, Satisfaction, de The Rolling Stones, Blowing in the Wind, de Bob Dylan, All you need is love, de The Beatles. Se trata, claro de In a gadda-da- vida, resultado de una mala pronunciación del título original, que es El Jardín del Edén.
La letra no puede ser más simple y predecible:
In a gadda-da -vida, honey
Don´t you know that I love you?
In a gadda- da vida, baby, Don´t you know that I´ll always be true?
De modo que no fue la letra sino el sonido lo que supuso un viaje a la esencia de la utopía. El juego con los teclados recrea a la perfección las sensaciones de un viaje con ácido lisérgico, el tiquete a los subterráneos de la conciencia sintetizado en principio por el químico suizo Albert Hofmann, cuyo profeta fue el profesor Timothy Leary. ¿De qué pretendían escapar esos muchachos para preferir la locura a la tierra prometida por el capitalismo a través del ascenso social y el consiguiente consumo sin límites? En primer lugar, de los horrores de la bomba atómica, de las mentiras de los políticos, de la hipocresía de los mayores y de nuevas formas del crimen que se enseñoreaban contra los líderes por los derechos civiles y contra pueblos remotos que servían de cobayas para nuevas armas letales.
En medio del delirio se llegó a decir que In a gadda- da vida era una frase proveniente del sánscrito y eso la rodeó de un nuevo prestigio. Después de todo, muchos artistas hicieron de oriente su lugar de peregrinación y empezaron a tener sus gurús de cabecera: frente al grosero materialismo de occidente, el desapego de prácticas como el budismo representaba una sugestiva opción. Nadie podía adivinar entonces que muchos de esos líderes espirituales serían seducidos por el dólar y se instalarían en lujosas mansiones de San Diego y Los Ángeles. Así ha sido siempre: tampoco nadie podía predecir lo que sucedería con las aspiraciones de Napoleón o las promesas de la Revolución Rusa. Para los lectores de Herman Hesse, H.D. Thoureau y de los poetas beat la tierra de promisión estaba a la vuelta de la esquina: bastaba con subirse al Magic Bus de Ken Kesey con sus provisiones inagotables de LSD, poner a los Iron Butterfly en la casetera y esperar el advenimiento.
Como bien lo muestra Thomas Pynchon en su formidable novela titulada Vineland, los jipis se hicieron viejos, igual que todos. Las drogas sicodélicas no eran la sustancia de la inmortalidad. Las flores se marchitaron. Algunos lograron reintegrarse a tiempo al sistema con parte del cerebro achicharrado, pero se las arreglaron para sobrevivir y hasta convertirse en prósperos ejecutivos. Como corolario se volvieron moralistas y se dieron a impartir consejos para triunfar en la vida. Otros- fueron legión- se desollaron los nudillos Tocando a las puertas del cielo, como en la canción de Dylan. Fatal decisión: no había nadie para abrirles.
Algunas teorías conspirativas todavía aseguran que la CIA atiborró de ácidos a los jóvenes para impedir que una generación entera echara por tierra el sistema. Visto así, el LSD era parte de un plan, pero nadie ha podido probarlo. Mientras las discusiones a favor o en contra se renuevan, In- a gadda-da vida, con la simplicidad de su letra, ligera como el aleteo de una mariposa y la densidad de su sonido, pesado y agreste como el hierro, sigue sonando y diciéndoles cosas distintas a nuevas generaciones, porque el rock tiene esa particularidad: desde que emitiera su primer grito a través de la radio hace ya setenta años, cada vez que alguien anuncia su muerte reaparece con nuevos bríos porque lo suyo, como todas las buenas músicas que en el mundo han sido, es convertirse en banda sonora de quienes llegan a este extraño y fascinante lugar llamado Planeta Tierra que, hasta ahora, con todas sus convulsiones, es lo mejor que nos ha sido dado.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada: