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ActualidadMÁS ALLÁ DE LA RAZÓN – SEGUNDA PARTE

MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN – SEGUNDA PARTE

 

Sueños 4, 5 y 6: Identidades, paisajes y futuros posibles

Por JORGE ELIÉCER SALAZAR RÍOS

SUEÑO 4

Me soñé durmiendo al aire libre, en un paraje rural junto a un pequeño botadero de basura. Al despertar, me miré el rostro en un fragmento de espejo roto y descubrí facciones femeninas: maquillaje corrido, ojos fatigados, una expresión trasnochada. Parecía haber amanecido allí tras una noche de excesos con alcohol.

Al revisar mis vestiduras, noté que llevaba prendas femeninas, algo sucias y desgastadas. Al observarme con más detalle, comprendí que tenía rasgos asiáticos: ojos rasgados, piel clara. Descubrí que era una persona transgénero, con senos medianos y un pene entre mis pantys. Vestía tacones fucsia, pantalón y blusa de encaje. Calculé que tendría entre 18 y 25 años.

No hallé documentos en mis bolsillos que revelaran mi nombre, país o historia. Intuí que había estado en algún bar, discoteca o prostíbulo, pero no supe cómo ni cuándo llegué al basurero. Estaba sola, sin nadie alrededor, sin pistas sobre mi ubicación exacta ni sobre quién era. El sueño me dejó una sensación de desarraigo profundo, como si mi identidad flotara sin anclas en un mundo ajeno.

SUEÑO 5

Me soñé frente al majestuoso río Orinoco, contemplando sus aguas límpidas y frescas. El paisaje era sereno, amplio, casi sagrado. Sentí un saludo a mis espaldas; al voltear, vi una pareja que agitaba las manos con entusiasmo. Aunque no entendí sus palabras por la distancia, respondí con igual alegría.

Ellos salían de una casa de campo y tomaban rumbo opuesto al mío. Observé el entorno con atención, intentando comprender mi lugar en esa escena. Concluí que era un joven venezolano de entre 18 y 23 años, de piel morena clara, buena presentación y estatura media. Vestía pantalón y camiseta bien combinados.

La pareja que me saludaba eran mis padres, también de piel morena clara, bien vestidos, de unos 50 años. La casa, a unos 150 metros, era sencilla, sin cultivos ni ganado. No supe si vivía allí, si estaba de visita, si tenía hermanos o pareja. Solo sé que el río y el paisaje me llenaban de paz, felicidad y una extraña sensación de pertenencia.

SUEÑO 6

Me soñé en el año 2224. Nada de lo que veía se parecía al mundo que conozco. Me sentía como un cavernícola intentando describir un platillo volador. Lo más cercano que puedo usar como referencia es la serie Los Supersónicos.

Viajaba en una nave espacial pequeña, circular y plana. Su exterior era gris suave; el interior, color crema. No tenía mandos visibles, aunque sí sensores o medidores que no me interesó descifrar. El asiento era mullido y cómodo. Las ventanas, pequeñas y transparentes, permitían ver el paisaje con claridad.

La nave no emitía sonido alguno. Deduje que no usaba combustibles conocidos. Tal vez funcionaba con energía solar, inteligencia artificial o algún sistema que no puedo imaginar. No me preocupaba el destino ni el trayecto; todo parecía seguro y programado.

No pude verme físicamente. Tal vez era humano, híbrido, robot, holograma o clon. Desde la ventana, observé estructuras flotantes: casas, apartamentos o contenedores que formaban pequeñas ciudades suspendidas en el aire. No supe si estaban habitadas ni por quién. Justo cuando intentaba entender más, desperté.

Con estos tres sueños concluye la segunda parte de la trilogía Más allá de la razón, dedicada a explorar identidades fragmentadas, paisajes emocionales y futuros inimaginables. Cada visión, aunque desconcertante, revela una búsqueda profunda de sentido en medio del misterio.

Capítulo anterior:

MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN

Próxima entrega:

Tercera parte – Sueños espirituales y religiosos
Prepárense para adentrarse en una dimensión distinta, donde lo simbólico se entrelaza con lo sagrado, y la razón cede paso a lo trascendente.

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