En la Comuna 13 de Medellín hay un atractivo turístico que se viene consolidando hace ya un tiempo; estando allá pude comprobar que para crear una economía y darle vida a un sector sin oportunidades sólo se necesita voluntad, las ganas de la comunidad de darle un giro a una realidad violenta y triste y de la institucionalidad dispuesta a llegar con obras; que cuando se dan estas sinergias la seguridad no es una imposición, es un resultado y la prosperidad es una consecuencia.
La versión de los lugareños indica que los conflictos sociales y las situaciones de orden público que se desataron en la comuna nororiental, pero especialmente en San Javier, por cuenta de actores armados, cuyo hecho más notorio que le dio visibilidad a toda la problemática fue la denominada Operación Orión, hizo que muchas personas se desplazaran, que los que no se fueron quedaran en precarias condiciones y que nadie en Medellín quisiera aparecerse por allá.
Vale decir, según está documentado en múltiples publicaciones, que la tristemente célebre Operación Orión, realizada por el Ejército Nacional pero, al parecer permeada por las autodefensas, se constituyó en un hecho horrendo, como muchos otros en este país, que la población no creyó que se pudiera superar. Según datos de la Corporación Jurídica Libertad, la operación habría dejado 80 civiles heridos, 17 bajas atribuidas a la Fuerza Pública, 71 personas asesinadas por los paramilitares, 12 personas torturadas, 92 desapariciones y 370 detenciones.
Sin embargo, en estas circunstancias, la comunidad, sabiendo que más bajo no se podía caer, que la cosa no podía ser peor, con el liderazgo de grupos juveniles tomó la iniciativa de manifestarse a través del arte con los grafitis, el rap y la cultura hip hop, para demostrarle al resto dela ciudad que había esperanza, que allí todavía se podía vivir en paz y que podían visitarlos.
El apoyo del gobierno municipal que se tradujo en la idea novedosa de construir seis tramos de escaleras eléctricas y un puente que facilitaron el acceso a una zona, populosa, sinuosa y empinada, derivó en toda una estrategia para atraer turismo local, nacional y extranjero, generando en lo que antes era un teatro de guerra un ambiente de feria y comercio, en una especie de clúster social poderoso, en una zona compleja y desahuciada.
A la Comuna 13 no se podía entrar por la violencia pero la comunidad y el Estado hicieron todo lo posible para que si se pudiera, superando todas las expectativas. Hoy podríamos decir que es difícil acceder pero por razones muy distintas, porque la gente no cabe; todos, propios y extraños quieren ir a novelear, como dicen los paisas a loliar, a comerse un helado, un postre, tomarse unos tragos o almorzar, en medio de toda una puesta escena de bailarines de break dance y cantantes de múltiples formas del género urbano.
El paseo de la muerte que era la Comuna 13 se convirtió en un permanente carnaval. Con este caso de éxito, perfectamente replicable en cualquier otro lugar de Colombia, los paisas, que a veces se vuelven fastidiosos por su excesivo regionalismo, ratifican que tienen algo especial, que su dirigencia y su gente es capaz de ponerse de acuerdo aun en las circunstancias más extremas y sacar adelante los proyectos más ambiciosos.