Por James Cifuentes Maldonado
Hace poco un amigo de redes sociales publicó un meme que decía algo así como que es más probable recibir un ataque, un improperio o una ofensa de un cristiano defendiendo a su Dios amoroso, que de un satánico defendiendo a su terrible diablo; el meme llamó mi atención, por la gran carga de verdad que creo tiene el planteamiento, pero noté que luego fue eliminado, seguramente por las reacciones y el malestar que debe haber generado entre los puritanos y los camanduleros.
Hechos probados como Las Cruzadas, las guerras santas que patrocinaron los europeos, la «Santa» inquisición, la indiferencia del Vaticano frente al holocausto judío, las aguas tibias en las que se remoja el tema de la pedofilia en los curas, y más recientemente los escabrosos hechos de las fosas comunes en internados en el Canadá, nos confirman que, a pesar de tanto amor y tantos rezos, el cristianismo no ha ayudado a construir un mundo mejor. Que el amor, en la forma en que lo entendemos los cristianos, ha sido, en muchos casos, un instrumento de sometimiento, de tortura, de aberración y de injusticia.
Se pregunta uno ¿por qué en este país tan conservador, tan casto, tan piadoso, tan mariano, con dirigentes tan católicos y comprometidos con Jesús y con la Virgen, como el presidente Duque y su partido, practicamos tan poquito la compasión y en su lugar vivimos a Dios rogando y con el mazo dando, incapaces de perdonar y de generar mayor empatía con el prójimo que no ha tenido las mismas oportunidades y que piensa diferente?
¿De qué sirve declararse devoto de la Madre Laura y orar a la Virgen de Chiquinquirá, si toda la nación no cabe en esas oraciones y si los actos de campaña y de gobierno no son consecuentes con el bien colectivo y la magnanimidad que se pregonan?
Porque, digámoslo claramente, la victoria del No en el plebiscito por la paz no fue propiamente un acto de misericordia, ha sido el evento político más mezquino y que más daño le ha hecho a este país, tanto por la embarrada de Juan Manuel Santos de promoverlo como del uribismo de malograrlo emberracando la gente con mentiras.
Por consiguiente, yo sigo con mi cantaleta, tenemos que combatir la religiosidad, el fanatismo y la intolerancia, y crecer más en la espiritualidad de cada individuo; los caminos hacia Dios no son las romerías y los tumultos que nos han mostrado históricamente, el camino hacia Dios inicia y termina en cada Corazón.
El camino hacia la bondad y el amor no es el adoctrinamiento de niños ingenuos e inocentes que se toman literalmente las fábulas y las alegorías contenidas en la Biblia, no es la evangelización de comunidades enteras, a sangre y fuego, en sacrifico de su propia cultura y de su propia cosmovisión, como se hizo con los pueblos indígenas americanos.
Despertar a esta realidad no nos hace enemigos de la fe, ni ateos ni anatemas, nos hace más civilizados. Yo creo en Dios, pero no en el dios que me imponen a la fuerza. Yo creo en la idea de Dios que he construido paso a paso, con cada alegría, con cada desgracia, con cada pena, con cada bendición, con cada duda, con cada verdad, que he venido descubriendo a lo largo de mis años. Porque, para mí, Dios es el espejo en el que me miro todos los días.
Excelente columna, me gustó muchísimo. Has dado en el clavo
Respetado Columnista: excelente .