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PolíticaPa´atrás como el cangrejo

Pa´atrás como el cangrejo

Por  JORGE H. BOTERO

La invitación a cerrar ¡todavía más! la economía es “cosa de locos” El senador Jorge Enrique Robledo ha sido reconocido por sus colegas -muchos de ellos sus adversarios políticos- como uno de los mejores parlamentarios de Colombia. En efecto lo es, al menos por dos razones: por su pulcritud sin mácula y por ser un jugador leal dentro de las instituciones democráticas. Estas virtudes no le impiden ser coherente con sus ideas de toda la vida: nadie puede disputarle el privilegio de ser el campeón contra el libre comercio, ni de su facilidad para lanzar duros epítetos a sus adversarios.

A este columnista años atrás le anunció una demanda por traición a la patria, consistente esa conducta despreciable en haber participado en la negociación de algunos de los tratados de comercio que hoy se encuentran vigentes. No me han llamado todavía las autoridades a responder por ese crimen que no podré negar; si se le añade un tris de pasión ideológica, podría ser considerado como de lesa humanidad, y, por tanto, imprescriptible. En mi defensa, y solo para atenuar la pena (que merezco), diré a mis jueces que esos y otros conatos de apertura económica -lamentablemente- han fracasado.

Lo registra el informe anual del Consejo Privado de Competitividad, (CPC): Después de casi 30 años de apertura económica, el comercio de bienes y servicios como porcentaje del PIB se ubicó en 36,8 % en 2018, apenas 2 puntos porcentuales adicionales a lo registrado en 1990. Pero eso no es todo. Si bien los aranceles nominales se han venido reduciendo, simultáneamente se han elevado las barreras no arancelarias o administrativas, las que, en muchas ocasiones, se convierten en prohibiciones para importar. En la actualidad, esas restricciones comprenden casi el 80% del universo arancelario. Desde esta óptica somos uno de los países más cerrados del mundo; ocupamos el puesto 127 entre 141. En este continente solo nos supera Brasil.

Este enclaustramiento del país tiene consecuencias fatídicas. Muchos empresarios nacionales, al no verse obligados a competir con las importaciones, pueden abusar de los consumidores. Los lobbies empresariales son muy eficientes, entre otras razones porque a los consumidores casi nadie los defiende. Carecen de organizaciones que velen por sus intereses, y solo uno que otro funcionario valiente (o mero exministro) se opone a esa explotación del mercado doméstico. Para colmo, existe una alianza tácita entre esas empresas, en general grandes, y las organizaciones sindicales, que se materializa en alta protección para aquellas y elevados incrementos anuales del salario mínimo.

Qué bueno para los trabajadores, dirán algunos. Es verdad, pero solo para la élite laboral. Como el 50% de los trabajadores gana menos del mínimo, mientras esa brecha se mantenga o crezca, automáticamente aumenta la protección en favor de las empresas grandes y en contra de las pequeñas, que suelen ser informales, y cuya precaria productividad les impide pagar el mínimo legal. El cerrojo es, por lo tanto, doble: protege contra la producción foránea y la local de tamaño reducido. Y para colmo, la informalidad laboral no cede.

 ¿Si el mercado interno es tan rentable, para qué tomar riesgos exponiéndose a la ducha fría de la competencia internacional? El problema es que la magnitud del déficit actual de la balanza de pagos es insostenible a mediano plazo. La declinación paulatina e irreversible de las ventas externas de petróleo y carbón, que representan el 80% de las exportaciones, nos obliga a buscar una diversificación de la canasta exportadora. En este difícil empeño, la experiencia universal demuestra que se requiere incrementar las importaciones de bienes de capital y materias primas para mejorar la competitividad de las exportaciones y competir en el mercado interno, cuando tenga sentido, con bienes importados.

Lo anterior viene al caso a propósito de la actual ola proteccionista. La semana pasada tocó darle varilla a Jimmy Mayer, un empresario exitoso. Sin ningún escrúpulo lógico, nos propone que para aumentar las exportaciones ¡subamos más la protección del mercado interno! Si eso hiciéramos, Perogrullo, un economista poco conocido pero acertado, nos diría que esa iniciativa aumentará, todavía más, su rentabilidad; ergo, habría menos interés en exportar. Hoy toca replicar al Senador Robledo, con motivo de su reciente columna Son las importaciones, estúpido.

Según el ilustre parlamentario, durante los últimos treinta años los distintos gobiernos se dedicaron a facilitar la entrada de bienes extranjeros a Colombia, bienes que estamos en capacidad de producir en el país. Generar riqueza y empleo en el exterior y destruirlo e impedirlo aquí es una política que acabó destruyendo una gran parte de la riqueza acumulada a lo largo de décadas. No aporta Robledo prueba alguna de esta rotunda afirmación, que es errónea. Hasta el pasado febrero, Colombia registraba una trayectoria de progreso material casi ininterrumpida que había durado una centuria.

Cierto es que la economía está hoy en depresión severa, lo cual tiene abrumadoras implicaciones sociales, pero esa situación no obedece a una estrategia perversa de desmantelamiento del sistema productivo nacional; es el resultado de las medidas de confinamiento adoptadas para mitigar la pandemia. De hecho, al finalizar el 2019 la economía colombiana estaba en proceso de recuperación, aunque afectada por problemas que no están resueltos: baja productividad, alto desempleo, elevada informalidad y crecimiento insostenible de la deuda pública. Ninguna de estas falencias estructurales es el efecto directo de un exceso de importaciones.

Constituye una paradoja que, seguramente sin proponérselo, el Senador Robledo resulte aliado de sectores privilegiados de la sociedad colombiana: los que se benefician del ensimismamiento de la economía y de su elevada informalidad. Como mucho lo aprecio, y no me gusta verlo en esas compañías, le propongo un mejor enfoque para su próxima columna: Es que exportamos poco, estúpido.

Briznas poéticas. Para los amantes del bolero, José Emilio Pacheco dejó escrito: Aún te sigo abrazando en esa canción / Que a veces de repente vuelve a escucharse: / La más cursi, la más vulgar, / La más bella canción del mundo.

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