OJO CON EL CINE
La vida es un soplo. Horas después de haber despedido en una ceremonia hermosa a la suegra, que falleció luego de una extraña dolencia, que parece fuera una secuela de ese “Covid” que se inventaron los chinos hace apenas unos años, y ya reposados un poco, en casa de un sobrino que con la frecuencia que determinan sus emociones mágicas, reúne a toda la familia sin pensar en lo que económicamente pueda costar esa atención amable y cariñosa que despliega en dichos momentos, fueron apareciendo anécdotas, recuerdos, ideas e historias que si tuviéramos un guionista entre los allí reunidos, podríamos escribir una de las mejores películas de carácter familiar que pudiera existir en el mundo del celuloide que solo es propia del cielo del cine.
Y como si se hubiera preparado de verdad para hacer realidad lo de esa inimaginada película, fueron apareciendo estrellas también de verdad, que enriquecieron el elenco familiar, donde con naturalidad, los actores todos, representaban cada uno a la perfección su delicado y preciso papel. Y me explico. Hijas de ella, mujeres bellas, inteligentes, pícaras, alegres, de risas duras y suaves. Una de ellas, mi compañera de hace años; su hijo, el agrónomo que hizo que Pereira se llenara con los años de miles de árboles por todas las avenidas y parques y que sin advertirlo, solo soñándolo, le instaló un obelisco a la misma ciudad por el estadio que le dio para siempre su carácter a la Villa de Cañarte; sus nietos y bisnietos que como angelitos, proyectan una alegría inconmensurable por todas y cada una de las gracias que con gracia hacen sin meditarlo y sin haberse escrito en parte alguna, porque su ingeniosidad y sus ocurrencias son ilimitadas, espléndidas; ese puñado de parientes que han ido llegando por todos lados y que se caracterizan por tener, todos y cada uno, una personalidad muy original y única. Un ingenioso e inteligente comerciante, un esposo serio, un dibujante que a veces escribe cosas y un cantante que llena escenarios con su grupo en grandes capitales de esta América que arde. Y todos ellos y todas ellas, cada uno y una con infinidad de historias comprimidas en sus cerebros, guardadas, que en sus momentos oportunos sacaron a la luz para edulcorar con ternura, magia, humor y sabiduría, esos ratos de tristeza que fueron pasando de manera tenue para aliviar ese dolor que deja la partida de un bello ser que tuvo la grandeza de dar durante toda la vida solo bondad y que se caracterizó por no decir nunca una palabra de grueso calibre y no conocer jamás el significado de la palabra envidia que tanto daño le hace a la humanidad que crece en nuestro medio.
Artistas de verdad le dieron un valor agregado a ese documental. Dim, David Escobar y su esposa, la actriz Danielle Arciniegas, (para mi vanidad, mi hija) que sin necesidad de cantar el primero ni de actuar la segunda, iluminaron con potencia todas las fotos que hicimos a cada rato. Y para mayor sorpresa, trajeron con su equipaje, que se caracteriza por unas maletas rojas grandes, a esos dos angelitos que se llaman Ella y Roma, que lo iluminan todo con solo salir de ellas.
Y lo más importante, sin haber sido preparado nada por nadie, solo por la circunstancia de la partida de ese ser tan querido, que habiendo decidido sin proponérselo ni desearlo por ella misma, pues es cosa de Dios y sus extrañas y difíciles e incomprendidas e inexplicables razones, todas sus historias y anécdotas, fueron el tema que se trató durante las conversaciones que se produjeron a lo largo y ancho de la atención que ese mono ofreció a la familia que tanto se quiere.
Este es un documental, o mejor, es una película que a diferencia de todas las que existen, no tiene ni tendrá al terminar su proyección, la palabra FIN.