Colombia tiene una de las tasas más altas de homicidios por 100 000 habitantes cuando se compara con los registros a nivel global, y aún es mucho mayor al tomar como referente los denominados países primermundistas. En un foro que se hizo en Cartagena, en el marco del reciente Congreso Nacional de Psiquiatría, se analizaban las cifras suministradas por la ONUDD, la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. En el país, en 2021 fueron asesinadas 13 873 personas, un promedio de 32 homicidios por día, lo cual arroja una tasa global de 27; mientras que en el mundo, el promedio es de 6.2, en países como Japón esta tasa es de apenas 0.2, y en Islandia, de 0.9. En síntesis, la tasa de homicidios por 100 000 habitantes es 4.5 veces mayor en Colombia con respecto al promedio de los demás estados en el mundo. Tales indicadores son apenas la punta del iceberg: como sucede con este bloque de hielo, cuya novena parte es lo único que se ve porque el resto permanece oculto en el mar, sucede con la violencia oculta, de carácter cotidiano, como el maltrato infantil, de género, en contra de los ancianos y ni se diga de los insultos proferidos por bandos opuestos a través de redes sociales.
¿Cuál es la génesis de estos niveles desbordados de violencia, que azotan a Colombia? Los factores son muchos, pero en esta ocasión me voy a referir a uno que tiene gran importancia en cualquier conflicto: la intolerancia. Este concepto se utiliza con las personas que no aceptan las prácticas o creencias distintas a las suyas, y, además, reaccionan con rechazo, discriminación o estigma hacia los que consideran “diferentes”, como lo vemos diariamente en el rechazo o la afrenta hacia grupos étnicos o contra los que tienen una determinada orientación política o sexual. El intolerante es incapaz de asimilar emocional y racionalmente un principio característico del individuo humano: que es diferente, que no existen dos que sean exactamente iguales, sino que cada uno es el resultado de paradigmas que ha ido introyectando a lo largo de su vida. Cada ser es la expresión de una dinámica psíquica que ha ido forjando con las experiencias vividas.
Aprender a ser tolerantes es uno de los grandes retos que tiene la sociedad colombiana para dar un verdadero salto cualitativo hacia la reconciliación y la paz. ¿Esto es posible? ¡Claro que sí! La clave para lograrlo, como todo cambio humano, está en la educación. Es urgente que formemos seres humanos más conscientes en el establecimiento de verdaderas prioridades en su vida, como reconocerse en toda su dimensión intelectual, emocional y espiritual. Que tengan como propósito de vida el desarrollo de valores fundamentales como el respeto hacia sí mismo, pero también hacia todos los seres vivos, la aceptación de la diferencia a través de la escucha empática centrada en la compasión y el profundo respeto hacia los demás: ¡Sí se puede! www.urielescobar.com.co