Por JAMES CIFUENTES MALDONADO – Miscelánea.
Creo en la responsabilidad de quienes tienen la oportunidad de escribir en un medio, para expresar sus puntos de vista y a la vez ayudar a formar las opiniones de otros, con todo lo que ello implica, si lo que se escribe no es debidamente ponderado o, peor aún, cuando ni siquiera es verdad o se trata de mero proselitismo, la promoción de intereses propios o de terceros, disfrazados de opinión.
Los editorialistas o quienes arreglamos el país en una tertulia, requerimos un contexto informativo o unas fuentes que nos lleven a reunir los elementos o los conceptos necesarios para construir o consolidar un texto. Así, entre los medios y los suscriptores, entre quienes escriben y los lectores, se establece una relación no solo de utilidad sino además de confianza. Elegir qué leer es tan importante como elegir qué comer; si comemos balanceado, los resultados de una u otra forma se van a notar; si leemos sólo basura muy seguramente hablaremos basura, al igual que si sólo comemos chatarra nuestro cuerpo terminará convertido en eso.
Durante más de 10 años fui suscriptor y lector de la Revista Semana y como no soy muy recorrido ni cosmopolita y todavía tengo batatilla en las orejas, admito que en gran medida mi visión en lo político, en lo económico, en lo social y en las diferentes perspectivas del acontecer de Colombia y del mundo, partía de lo que encontraba cada 8 días en esa publicación, la cual, por alguna extraña manía, leía siempre de adelante hacia atrás.
Cada domingo comenzaba mi ritual con Daniel Samper Ospina, con toda su gracia y su irreverencia, para fascinarme luego con el conocimiento histórico y la agudeza de Antonio Caballero, pasando por la capacidad de retratar el país en un solo trazo de Vladdo. Luego de la sección de Tecnología, Mundo Moderno y otras variedades me deleitaba con la claridad de Alfonso Cuéllar para, después de leer los reportajes especiales y de sumergirme en las cloacas de la corrupción, denunciadas por María Jimena Duzán y Daniel Coronell, terminar fisgoneando en los confidenciales.
Obviamente y aunque me costara y a veces me revolcara el estómago, también leía a Salud Hernández, en su momento a José Manuel Acevedo y más recientemente a Vicky Dávila, y los seguiré leyendo, por supuesto, porque ahí radica la riqueza de este ejercicio, conocer todas las versiones, por extremas, incomprensibles o parcializadas que nos lleguen a parecer. La cuestión es que, con el revolcón en SEMANA ya no se justifica seguir pagando para leer solamente a columnistas como esos.
Pretendiendo ser objetivos, pero sin lograrlo, porque se les notó la solidaridad de gremio, Camila Zuluaga y su equipo de Blu Radio, intentaron poner contra las cuerdas a Gabriel Gilinski, nuevo propietario de Publicaciones SEMANA, cuestionándolo por el cambio de línea editorial y las decisiones administrativas que llevaron a la desbandada de los columnistas más antiguos y que más aportaron a la impronta y al prestigio de la revista; sin embargo, el inversionista no se arrugó y de una manera contundente defendió la realidad de los medios en la nueva era tecnológica, vaticinando la desaparición del papel impreso y la disrupción de lo digital, no solamente para informar, sino para hacer crecer el negocio.
Así, sin ser más que un simple suscriptor, también renuncio.