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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadResplandores de la espera

Resplandores de la espera

«La inactividad es la partera de lo nuevo«
                        Walter Benjamín

Avanza el milenio con sus sujetos en función de la productividad, con la ferocidad del neoliberalismo, sus mercancías, sus redes de tráfico y tránsfugas, sus devastaciones; sus praderas muertas, sus remolques aniquiladores de bosques, sus dragas, sus venenos, sus plásticos, sus ríos suicidas, sus miserias cibernéticas,  sus amasijos de impresentabilidades. Avanza el milenio con sus cuerpos sin tiempo para la pausa, sin tiempo para la espera.

Me acodaré en un lugar cercano a la cuerda floja para balancearme; pondré en esta vacilación de manera intencional a María Zambrano, quien anota que el clima de una sociedad se puede detectar en los cuerpos y en el andar de las personas. No es difícil constatarlo. Todos los días, cuando la gente va al trabajo o al estudio. Ese cuerpo social, cansado, adormecido, amedrentado, en los sistemas de transporte masivo como si fuese a la guillotina. Cuerpo máquina, jerarquizado para el mejor aprovechamiento económico. Cuerpo de alimentos sintéticos, guerras colmillos y dólares. Cuerpo sediento de selfis, devoto de las apariencias, presuroso, espectacularizado en su más tangible intimidad, insaciable, huidizo, desconectado, desacralizado; cuerpo que avanza con sus experimentos y modificaciones. Cuerpo distraído, de ojos digitalizados, náufrago, en el aislamiento de la pantalla del teléfono.  

Varias generaciones hemos cantado el relato de Sergio Stepansky de León de Greff: Juego mi vida//, Cambio mi vida//, de todos modos//  la llevo perdida//… “Hoy me jugué la vida”. Dejé el teléfono en casa de un amigo, donde no regresaría por varios días. Extraviar el teléfono, que más parece un chip, conectado a nuestras neuronas, me ayudó en esta reflexión, no, sin antes, constatar la perturbación a la que estuvo sumido mi cuerpo, por la ausencia de ese objeto. La existencia humana pareciera estar en manos de este “habitáculo de completud”. La nueva sangre invisible de la comunicación, siendo su poder cada vez más abstracto y asfixiante. El nuevo Rey sentado sobre los mendigos y mendigas de notificaciones, like y  tik tok. Nada parece apiadarlo. Darle un celular a un niño o una niña es tan peligroso como ponerle en sus manos un revólver. El resto es silencio, dirá Shakespeare.

Una pausa, hay que hacer muchas pausas, observo algo que intento condensar en estos haikús:

Los amantes exhibiendo el deseo

Un niño en el columpio

Arrastra el tiempo.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         El sol de medio día

En los hombros desnudos de las muchachas

Remolinos de lluvia

Los niños mirando el cielo

Es por ello, que en un mundo de estéticas totalitarias, cuerpos homogenizados, domesticados, controladas por el Big Data, la fuerza de la imaginación echa a andar su espera, su pausa, su confianza, su paciencia, su ritmo, su raíz antigua, su color, su forma, su verbo en azul, su belleza, claridad  y serenidad apenas necesaria. Pitonisa empecinada en el hallazgo hilvanado en las texturas del silencio, los cauces de la contemplación, el rigor de la inacción.

Hierba roja de mi infancia

Enredadera tras la ventana

Miro la lluvia

Resplandores de la espera. Florecer entre las grietas del tiempo que se resiste a ser aniquilado como helechos brotando del olvido de una casa abandonada.  Así pues, el acto creativo, se hace con el cuerpo que espera, con sus tiempos de pausa, que luego se presentará como la bailarina que no sucumbe a las sombras, repasando su esplendor en medio de barricadas y conspiraciones

Aleida Tabares Montes

4 COMENTARIOS

  1. Aún hay seres despiertos que se atreven a describir la somnolencia que nos rodea, mi querida Aleida un café para este amanecer.

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