Samuel Eduardo Salazar reflejó, con su presencia y a modo de ejemplo, la imagen de su padre, el también ingeniero civil Samuel Salazar, quien en los albores de la creación del departamento de Risaralda se desempeñó como secretario de Obras Públicas. Lo caracterizaron la consagración, la responsabilidad, la seriedad en el ejercicio de sus funciones, la transparencia y el cumplimiento en sus propósitos de gestión técnico-administrativa. Ese fue el espejo en el que se miraba Samuel Eduardo: un hombre dotado de una inteligencia deslumbrante, demostrada desde las aulas con sencillez y dominio de saberes complejos, cualidades que lo condujeron al ejercicio idóneo de su profesión, a la maestranza universitaria, a la formación y conducción de juventudes. Todo ello lo realizó con una naturalidad y una calidez que lo acercaban fácilmente a las personas, ganándose su admiración, respeto y afecto.
En pocas palabras, poseía el porte de un liderazgo natural, exento de vanidad y alejado de todo narcisismo. Fiel a la herencia de virtudes de su hogar y a su constante cultivo intelectual, los frutos de su labor modelaron en él una vocación orientada a entregar lo mejor de sí al servicio de las comunidades, a fortalecer la función pública y a contribuir con la construcción de una ciudad inspirada en el progreso cultural y el sentido de pertenencia.
Salazar Echeverry integró un selecto y cívico mosaico de ingenieros, tales como Hernando Ángel, Fabio Alfonso López Salazar (recién fallecido), Alfonso Hurtado Sarria, Norman Duque, Ciro Medina, José de la Cruz Velázquez, Álvaro Millán y Armando Ramírez Villegas, entre otros, a quienes la ciudad y el departamento deben importantes aportes en obras y estudios técnicos de alto valor constructivo y de planeación. Su vinculación diplomática en Chile representó un valioso apoyo al país y amplió su horizonte en la aplicación del conocimiento al desarrollo regional.
Una de sus facetas más gratificantes fue la dedicada a la educación. Dotado de capacidades pedagógicas y administrativas, su gestión como rector de la Universidad Tecnológica de Pereira y de la Fundación del Área Andina, esta última por llamado del también inolvidable Pablo Oliveros Marmolejo, dejó huellas profundas que la posteridad conservará como emblemas de equidad y mejora cualitativa en la formación de generaciones ansiosas de aprender.
Samuel Eduardo, asimismo, fue un activo participante en la vida gremial. Su compromiso y constancia fortalecieron la organización de los profesionales de la ingeniería civil, brindando apoyo decidido al desarrollo de la Asociación de Ingenieros de Risaralda (AIR). Desempeñó la gerencia de la Andi. Esta institución, promotora del crecimiento del territorio, ha alcanzado un lugar destacado gracias a sus estudios, propuestas y aportes técnicos.
De igual modo, fue un pilar fundamental en la consolidación del Comité Intergremial de Risaralda, donde, por decisión unánime de su Junta Directiva, fue designado miembro asesor permanente. Desde esa posición participó activamente en debates, foros y proyectos estratégicos para la ciudad y el departamento, aportando conceptos acertados sobre temas como el aeropuerto Matecaña y la infraestructura de servicios públicos, siempre con rigor y sin intereses personales, guiado únicamente por el bien común.
Este paradigma de virtudes, deja un legado digno de recordarse en cada oportunidad. Su partida entristece por la ausencia de su don de gentes, por su inteligencia al servicio de la ciudadanía, por su amistad sincera y su civismo ejemplar. En suma, por haber sido un hombre bueno, familiar y libre de odios. Como bien expresó el Diario del Otún: “Ningún homenaje es suficiente para honrar la memoria de Samuel Eduardo Salazar Echeverry.”
Desde esta columna, un abrazo grande y solidario para Martha Lucía Ruiz, su amada esposa, y para sus hijas Patricia y Ana María.
¡Honor para siempre!


