Querida y respetada por su Don de Gentes, mi tía fina (Josefina Jaramillo de Velásquez, q.e.p.d.), fue un ser humano excepcional que como cualquiera de nosotros, tuvo sus aciertos y desaciertos a través de sus pasos por este mundo.
En mi adolescencia no solamente se convirtió en la tía condescendiente, sino también en una segunda madre. Su sobrino y primo mío (comerciante exitoso, hoy convertido en un afortunado escritor con dos libros publicados) inconscientemente competimos al recibir sus generosos detalles y su admirable comprensión por nuestras travesuras de juventud.
Como dirían los jóvenes de hoy, no sé en que momento se convirtió en mi parcerita, pues mis llantos de tusa y mi consecuente síndrome de abstinencia por una persona amada tras la ruptura de una relación de pareja, le dolieron más a ella que a mí mismo: Tranquilo mijo que ya le pido una botella de aguardiente y le llamo a esa novia para que arreglen las cosas. En ningún momento imaginé que mi tía exagerara por sus decisiones complacientes y algo embarazosas.
Había estudiado danzas y bailes típicos en la Academia Danubio Azul de Medellín, donde aprendió Tango, Milonga y fox, entre otros llamativos compases musicales. Algunas veces nos comunicábamos para acordar un buen bailoteo (sin ninguna formalidad) en uno que otro club nocturno pereirano, donde a media noche nos corrían las mesas y sillas ampliándonos de esa manera la improvisada pista al gusto de los tabernarios. Cabe agregar que con gran anticipación a estos hechos, ya mi querida tía me había instruido en dichos ajetreos de pasos, movimientos y cadencias. Llovían los aplausos y hasta los pagos de nuestra cuenta en la mesa correspondiente.
Podría llenar un libro contando mis maravillosas anécdotas y vivencias compartidas con tal sentimiento y abrazada nostalgia, sin embargo, las lágrimas secas por el olvido me lo impiden. Por eso precisamente con esta copa vacía pero llena de satisfacciones, rindo un segundo homenaje a tan especial personaje de mi familia. Mi primer reconocimiento público hacia ella fue al publicar mi libro Diversos y Versos (2.020) donde inserté el poema:
T I A F I N A
Todo fue juma hasta nueva orden
tu estirpe y blasones remendados
tu maquillaje jubilado
aquellos actos se sellaron
como la opulencia de tus noches
suspiradas, electrizadas
Tu sombra consuetudinaria
y sismo de arrabales
abandonaron su metamorfosis.
Ya no eras tú, Lucerna vieja
garbo de Piaf y humo de tango
Te despedías de la vida
la taberna y tus canciones
tía Fina no te despidas tanto
de las uñas pintadas y
del dolor teatralizado
No quieras dejarme
yo contigo siempre
cómplices para lo etéreo
ahora somos carnaval sin ruido
minúsculo candil
apagándose en boom
Murió apenas
el intento de tu fuga
Uno de aquellos sitios predilectos para su entretenimiento de domingos, fue la famosa cantina esquinera ubicada en la carrera sexta con la calle treinta y dos, frente al acceso principal del cementerio San Camilo. La Última Lágrima, que nadie notaba como una cantina, es recordada porque su particularidad fue siempre el atender los dolientes del fallecido de turno, con venta de licor y derrame de lágrimas para ahogar las penas. Mi tía Fina no se tomaba sus cervezas allí precisamente para llorar un muerto, sino que sentía una gran curiosidad por saber quién era el muertico, nombre, familia y demás detalles de aquella vida social.
Por un pelo mi querida tía no se convirtió en leyenda, pues por esos años con su porte distinguido causaba no solamente asombro, sino también curiosidad, el ver a una mujer de su edad -74 años- tomando licor moderadamente dentro de una cantina, y hasta bailando los aires musicales argentinos, muy de moda dentro de estos taconeos magistrales y culturales de ahora.
Gracias a mi tía por haberse adelantado a su época y haberme permitido extrovertirme como nunca, en medio de una locura sana que mucho contribuyó a mi madurez personal.
Directivo SOER -Sociedad Escritores de Risaralda-