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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadTío Alberto 

Tío Alberto 

MISCELÁNEA 

Me preguntaron por qué el tío Alberto era tan especial; no tuve una respuesta clara ni inmediata; atiné a decir que era distinto, diferente a los otros hijos varones que tuvieron mis abuelos maternos.  La verdad no compartí con él tanto como hubiera querido, pero las contadas ocasiones en que pude hacerlo, algunas temporadas que pasó en mi casa, al cuidado de mi mamá, conocí a un ser sencillo, recursivo, laborioso, con una gran imaginación, pero con los sueños cortos e inmediatos, hechos apenas a la medida de lo que pudo conocer y aprender, nunca salió de Pereira y no estoy seguro de que haya terminado la primaria.    

Vivía día a día, nunca dejó de ser jornalero, del campo y de la construcción, con las mismas satisfacciones e ingratitudes narradas en el tango de Pepe Aguirre; pasaba con entereza los tragos dulces y los amargos que el destino le sirvió en la copa de la vida, la vida que en su caso fue dura, injusta y que llegó a tener significado por las mujeres que amó y los hijos que le dejó al mundo, que ahí están, que salieron adelante y sólo ellos pueden dar fe de la conexión que tuvieron con su papá.  

Era un ser esencial, su principal valor era su humanidad, con todo lo que ello implica, con lo bueno y con lo no tan bueno, que es la condición que tenemos todos y que nos prohíbe o nos niega la autoridad moral de señalar o de juzgar. Mi tío Alberto solo fue culpable del pecado original que llevamos a cuestas desde que nacemos, por el mero hecho de existir y de ser; estigma que se remueve con la muerte que es la otra forma de empezar a vivir, en la eternidad a donde acaba de partir.   

Mi tío Alberto, no era el mismo del que habla la canción de Serrat, puesto que no tuvo títulos, ni cetro de oro ni corona, tampoco cató de todos los vinos ni anduvo por mil caminos, pero dio lo que pudo dar, compartió lo que tenía en su alacena y en sus bolsillos y especialmente nunca dejó de sonreír, ni en los momentos de mayor dureza, como cuando perdió la libertad y luego cuando estuvo a punto de perder una pierna por una fractura expuesta que vino a sanar después de dos años.   

Él ya no está, una enfermedad silenciosa y no identificada apagó sus ojos a sus 63 años, pero su canción, como yo la entiendo, seguirá sonando, muy cercana a su último verso: «En el final del camino te esperó la sombra fresca de una piel dulce de 20 años donde olvidar los desengaños de diez lustros de amor … Tío Alberto«.  En mi repisa quedan el Ferrari de madera y la tractomula de cartón que hizo con sus manos, que un día me regaló y que hoy no tienen precio, en mi corazón y en mi mente queda lo más importante, su recuerdo, que hará que viva para siempre.   

Adenda. Al momento de escribir esta columna, Carlos Maya en rueda de prensa rendía cuentas sobre la Avenida de los Colibrís, tema difícil de abordar sin contar con la información suficiente y yo no la tengo. Con todos los cuestionamientos y reconocimientos que le caben, ahí está la obra, frente a la cual pido toda la objetividad de los opinadores y de la actual administración. Más grave que lo que ya se hizo o se dejó de hacer, es que el proyecto no se complete en su fase I y, peor, que no se inicie la fase II, porque, como está, no llegamos a la nueva Pereira.  

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