Por LUIS GARCÍA QUIROGA
Reconozco que la pregunta de mi buena amiga, aunque me sorprendió, no me molestó ni me disgustó.
Al contrario, sentí que estoy en el camino correcto que predicaba el fallecido maestro Javier Darío Restrepo, quien solía decir: “El primer deber del periodista es incomodar a los poderosos”.
Pensé que, si ella lo dice como lectora de mis columnas, es desde este escenario que le debo una respuesta de fondo, entre otras cosas porque es probable que esa misma percepción sea la muchos de mis lectores, aunque otros tantos saben que mis escritos se enfocan en darle una mirada diferente a lo que sucede en Pereira y nuestro entorno regional, bajo la premisa que los gobernantes pasan y la ciudad queda; y que, como periodistas, podemos ser amigos, pero somos más amigos de la ciudad.
La respuesta es no. Ni soy ni me siento anti Maya. Tampoco soy pro Maya. Ninguna de las dos orillas solaza mi espíritu divergente y el propio alcalde lo sabe porque lo hemos hablado. Esto me recuerda al ingeniero Jairo Arango Gaviria, quien me padeció como primer alcalde de Pereira elegido por voto popular (1988-1990) siendo yo director de Noticias de RCN, cuando fui su más duro crítico. Nunca fue nada personal. Hoy somos buenos amigos y mantenemos una relación respetuosa. Como debe ser.
Digo lo mismo respecto del gobernante cuyo partido político sea rojo, azul, verde o amarillo. Xi Jinping, presidente de China al ser preguntado cómo era eso de ser gobernante de un país comunista con economía capitalista, respondió: “No me importa si el gato es negro o blanco, con tal que cace ratones”. En plena violencia política Gaitán decía: “El hambre de los humildes no era roja ni azul; es amarilla como la muerte”. Yo digo que más allá del pragmatismo, que lo es, lo que tiene valor intrínseco es la independencia de criterio y el pensamiento crítico y libre.
No creo que los periodistas seamos ni tengamos el tal cuarto poder, salvo que nos creamos el cuento y caigamos en el pantano de la arrogancia, tan usual en los poderosos. Juan Gossaín, quien por 8 años fue mi jefe, asegura con estudio en mano, que el gran defecto del periodista colombiano es la soberbia, esa despreciable antagonista de la bella y sencilla humildad.
Claro que, no pocas veces los periodistas confundimos la dignidad con la soberbia. El prócer José de San Martín decía que, “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.
Si el alcalde Carlos Maya u otro alcalde antes o después hizo, o ahora hace cosas de beneficio común y para la ciudad -aunque no hago parte del comité de aplausos- sería mediocre e injusto desconocerles méritos. Es un acto de mezquindad y arrogancia periodística invisibilizar las acciones positivas del gobernante.
Incluso creo sano reconocer ciertos anuncios de buenas intenciones, aunque de ellas esté empedrado el camino al infierno de las falsas expectativas y las cortinas de humo, tan propias de ciertos asesores y estrategas rendonistas que se creen expertos en crear bodegas y falsos perfiles en las redes sociales para deslegitimar opiniones que desnudan el engaño y el fraude.
Es evidente que un alcalde es la autoridad más cercana y visible al ciudadano, incluso más que el mismo presidente de la República. Esa importancia lo hace vulnerable y expuesto al escrutinio público. Como dije en mi pasada columna: pueden poner toda la publicidad que quieran sobre la campaña Cero Huecos, pero si han pasado seis o más años sin que tapen los del vecindario, todos terminamos por saberlo.
Ante la frustración fáctica de la comunidad, sin remedio, todo gobernante le debe dar la cara al momento de verdad que lo expone a la mirada escrutadora del periodista quien solo debe lealtad a su compromiso con la ciudad y la sociedad. De allí que el deber del gobernante sea cumplir su juramento de gobernar para todos y dejar la percepción certera (no maquillada) de que quiere y hace lo mejor para su pueblo.
De lo contrario, es ahí donde el periodista crítico pone el ojo y pone la bala, porque a falta de control político, lo que le queda al ciudadano es el control social del perro pastor que cuida la manada de ovejas (léase ciudadanos).
Es así, querida amiga, que sin soberbia, te digo que el perro pastor, aunque como en mi caso, venga de las entrañas del lobo, no es del lobo, es de la manada.
Más claro no canta un gallo.