¿Qué miedo le tenemos a las transacciones bancarias, verdad? ¿Y eso de dónde proviene? De algo muy sencillo y ello tiene que ver con la actitud » leonina» de un no reducido número de establecimientos financieros quienes no pierden oportunidad para «clavar» al cliente con cuanto gasto se les ocurre, olvidando que la utilidad no está tanto en tal cantidad de pequeñeces que ensombrecen su servicio, sino en transacciones repetitivas e incrementales derivadas del progreso de las partes en transacción.
Conocí hace unos años a banqueros que apodaban » plumillas » por su permanente negativa a aprobar los créditos que les solicitaban. Hoy tales funcionarios han sido substituidos por fríos computadores que miran más que nada a la parte financiera, dejando a un lado quizás el aspecto más importante en la composición del patrimonio cual es el componente humano, y de ahí que las frías decisiones de decir que no, tarden en ocasiones no más allá de un simple minuto.
Sr. Gerente, le pregunta el cliente a su oficial de cuenta, Ud. cree que mi préstamo saldrá aprobado? Ni que yo fuera adivino, le contesta el otro, sin comprometerse para nada en la decisión. Por ello la acción humana se convierte prácticamente en un simple «cheque cancelado» que implica que el parroquiano vuelva y aplique para el crédito en algunos meses más cuando de pronto las cosas quizás le sonreirán mejor.