Hoy hace 10 años murió mi madre. Tal vez por esa razón y porque acaba de terminar marzo, un mes con carácter y sapiencia femenina, pienso que, por fortuna, hay una incontenible transformación en marcha, en donde, por fin, el mundo está escuchando, sin interferencias, las voces de las mujeres.
Clara Emilia, mi madre, vio frustrado su deseo de estudiar periodismo porque, según el abuelo, “era una profesión para hombres”. Sin embargo, se graduó como Secretaria Comercial Contable y tuvo el privilegio de trabajar y devengar su propio salario, algo poco común para una mujer a mitad del siglo XX. Y aunque obtuvo, en cinco ocasiones consecutivas, el título de buena madre, se ganó más nuestro respeto por su rectitud y sinceridad (aún a veces dolorosa) que por sus capacidades como ama de casa, las cuales también desplegaba, en horario extralaboral.
Fueron esas madres, como tantas de nuestra generación, capaces de dimensionar un escenario para sus hijas mucho más allá de las cocinas, las escobas y los pañales; porque entendieron que su mejor legado eran la educación y la autonomía.
Con mi padre, su cómplice durante 47 años, se esforzaron para que los cinco hijos –tres mujeres y dos hombres- estudiáramos una carrera profesional y nos graduáramos. Fue su aporte, simple y silencioso, a un mundo que ya estaba cambiando.
Mi madre entendió que los hijos debían irse de la casa para construir sus propios caminos y, a pesar de su formación católica, respaldó sin la menor vacilación a la hija mayor, cuando las circunstancias la llevaron a divorciarse.
Y a pesar del profundo amor que sentía por los nietos, nos advirtió a los hijos: “con mucho gusto les recibo la visita todas las veces que quieran, pero olvídense que vaya a ser la niñera. Ya trabajé toda mi vida, los niños exigen mucha dedicación y tiempo y no estoy para esos trotes.”
Directa. Sin adornos. Transparente. Igual expresaba la satisfacción o molestia. Imagino su sorpresa en el quirófano aquella mañana de julio de 1974, cuando en medio del embotamiento por la anestesia escuchó que sería madre de gemelas. Y es que faltaban varias décadas para que llegaran las ecografías en 3D, los ultrasonidos y el tamizaje neonatal.
Tal vez sin querer, tal vez por la cuarentena, esta semana terminé escribiendo sobre mi madre. Quizás era un homenaje que le debía, a quien, además de darnos un amor incondicional, dedicó horas enteras de nuestros años de primaria, revisando y corrigiendo los cuadernos de español y ortografía.
Leyendo sus cartas y el diario que tenía en la mesa de noche, estoy convencido de que, en contra de los prejuicios del abuelo, Clara Emilia fue, además de buena mamá, una excelente periodista. Al fin y al cabo, nos imprimió el alma de esperanza y escribió los capítulos iniciales de la crónica de nuestras vidas.
Que bella anécdota,
Hermosa columna Juanito. Qué bella tu Clara Emilia
Felicitaciones. Columna escrita desde la razón, para dar cuenta del espíritu libertario y de empuje, de una generación de madres, que tuvo que guardarse mucho de sus sueños y proyectos; desde lo afectivo, para invitarnos a tener presente , el valor de la gratitud y el amor perenne, a ellas , las mujeres cargadas de ternura y firmeza.
Semblanza de una madre, que bella ante dota.