Según el diccionario de la RAE una de las acepciones del término industria se refiere la “maña o artificio para hacer algo”, en este sentido y en este bello país nadie podría negar qué existe una actividad a la cual se han consagrado febrilmente y desde tiempos inmemoriales muchísimos colombianos: la industria de la muerte.
De acuerdo con informes de la Comisión de la Verdad que presidió el padre De Roux hubo 450.664 muertes entre 1985 y 2018, lo cual implica necesariamente la existencia de varios miles de asesinos.
A este inmenso problema social lo han tratado de medir en varias oportunidades, tal como como sucedió en el siglo pasado con el libro “La Violencia en Colombia”, publicado por monseñor Germán Guzmán y el sociólogo Orlando Falls Borda, el cual, como sucede hoy con el informe De Roux, en su momento fue ferozmente atacado por nuestra derecha reaccionaria.
En esa oportunidad se calcularon unos 200.000 asesinatos entre 1948 y 1958, cometidos principalmente por liberales o conservadores. Cantidad de corte “hitleriano” que no cuenta ningún otro país latinoamericano. No obstante el terror qué esto significó, hoy tenemos que este surtidor de muertes se mantiene vigente gracias a los ajustes que requiere el mercado del microtráfico y a los más o menos 10.000 milloncitos de USD que se mueven en nuestra segunda rama en materia de exportaciones después de los hidrocarburos: la mata que mata
En Pereira siempre hemos tenido una aceptable tajada en la industria de la muerte. No era muy difícil contratar sicarios en lugares cercanos a la antigua plaza de mercado; después se trasladó el negocio a ciertas calles centrales y a lugares aledaños al barrio Cuba y hoy por hoy- me cuenta uno de mis exalumnos que es investigador judicial-, la cuestión es un poco más complicada: si necesito asesinar a alguien debería asesorarme de conocedores, los cuales efectuarán contactos en forma tal que yo no resulte después extorsionado por mis propios ejecutores. Y a pesar de lo engorroso de semejante procedimiento tenemos un mercado floreciente y bien surtido de jóvenes trabajadores-sicarios.
AGM/29/08/2022
La.muerte, como sinónimo de poder, es algo que utilizan diferentes actores en nuestra bella Colombia para empoderarse en las diferentes actividades que se realizan de manera ilegal y muchas veces legal, es paisaje para quienes nos habían gobernado y que esperamos pueda cambiarse en un futuro.
Cuando se enfrentan jóvenes-niños, pagados por bandos extremos. Llámese ejército «regular» o «subersivo». Y quienes con discursos fanáticos y de poder autocrático los utilizan, lavándoles sus maleables mentes juveniles. Estamos en un mundo de NUNCA acabar.
Todo esto es porque hemos perdido la ética y la justicia. Todo por el todo, no importa los medios.
Y tenemos como cultivo perenne de carne de cañón, la pobreza. Necesidades no satisfechas, empezando por la educación. Entendiendo como educación el conocimiento para desarrollar una vida digna, y no el adoctrinamiento, para desarrollar una vida sicarial.