Cada 2 de octubre, el mundo conmemora el Día Internacional de la No Violencia, una fecha instaurada por la ONU para honrar el natalicio de Mahatma Gandhi, líder espiritual y político que demostró que la resistencia pacífica puede ser una herramienta poderosa para transformar sociedades. Esta conmemoración no es un simple acto simbólico: es una invitación urgente a detenernos, reflexionar y actuar frente a una realidad global que se ve cada vez más afectada por el conflicto, la polarización y la pérdida del valor de la vida. Desde la perspectiva de las ciencias de la mente, la violencia no es solo un fenómeno social o político; también es una manifestación del sufrimiento humano no resuelto, de traumas colectivos e individuales que se perpetúan en ciclos de agresión y miedo. La mente humana está diseñada tanto para la defensa como para la cooperación; sin embargo, en contextos de inseguridad, desigualdad y desconfianza, predomina el “otro” como amenaza y no como igual. El cerebro humano, influenciado por emociones intensas como el miedo o la ira, puede distorsionar la realidad, y conducirnos a actuar desde el impulso, sin considerar las consecuencias a largo plazo. Desde esta óptica, la violencia —sea doméstica, comunitaria o internacional— es muchas veces el resultado de una dificultad para manejar conflictos de forma saludable, de una incapacidad para reconocer al otro como legítimo en su diferencia.
Hoy, en pleno siglo XXI, nos enfrentamos a guerras con una intensidad que creíamos superada, a discursos de odio que se propagan por redes sociales, y a sociedades cada vez más divididas. ¿Será posible que podamos dar una oportunidad al diálogo, al respeto, al encuentro? La psiquiatría moderna ha mostrado cómo el reconocimiento del otro y la empatía son fundamentales para una salud mental colectiva. Escuchar sin anular, dialogar sin imponer, construir sin destruir, son habilidades que se aprenden y se practican, tanto en la vida personal, como en la vida social y política. Mahatma Gandhi sostenía que “no hay camino hacia la paz, la paz es el camino”. En un mundo saturado de ruido y enfrentamiento, volver a lo esencial —el valor de la vida, el respeto a la diferencia, la capacidad de convivir en la diversidad— se convierte no solo en un ideal, sino en una necesidad urgente. La paz no es la ausencia de conflicto; es la presencia de justicia, de equidad y de diálogo real.
Desde la investigación social, sabemos que ambientes pacíficos, donde se respeta la diversidad y se promueve la cooperación, generan bienestar mental, reducen el estrés y fortalecen el tejido social. La salud mental de las personas y la salud de las sociedades están profundamente entrelazadas. El de 2 de octubre no es solo una fecha para recordar a Gandhi, sino una oportunidad para preguntarnos: ¿qué estoy haciendo yo, desde mi rol, por promover una cultura de paz? Tal vez no podamos cambiar el mundo de inmediato, pero sí podemos empezar por nuestro entorno, por nuestras palabras, por nuestras decisiones. www.urielescobar.com.co