Por ALEX GRANADA
¿Para qué he de tocar
una mano fría,
si tampoco la quiero
hoy caliente?
Recuerdo los años
cuando los besos,
en humedad
estaban excedidos.
Ahora,
no son besos;
son roces de labios secos
que no besan.
Son un ritual exigido,
es un asunto social
de la especie humana;
una danza antigua
del juego de los respiros
que necesitan bailar
los vivos.
La natural ternura
que se perdió
en la infancia,
regresó en la vejez
para aliviar
y dar sentido y calor,
a la novedosa lentitud
que retiene el cuerpo
y que lo enfría.
Vida nueva,
sutil y macilenta
que con rubor de absenta
marca en los porosos huesos
la indeleble huella de los años.
No recuerdo
en qué momento
perdí el deseo
de correr y de saltar
para manifestar la alegría.
Ya pasaron los tiempos
del calor intenso,
de la vida termal,
de los interminables ardores;
de la ausencia del frío.
Se ha ido
el paso afanado
para llegar al nido,
el hacer mil cosas juntas;
el ir y venir,
y luego saltar hacia el vacío.
A la señora Utilidad
-que siempre fue la reina-
se le acabaron
los días de su gloria;
han venido a gobernar
en esta corta vida,
los días de la conciencia vasta,
del esfuerzo justo,
de la subconversación
con el silencio, que origina
la oración sanadora.
Con todo esto,
he podido ver
los ojos de los misterios
sutiles;
ya comprendo claramente
el desparpajo de los gatos,
la ansiedad del perro,
la tenacidad de los castores,
el canto del gallo,
y el afán del sol.
En los últimos días
he vuelto a revisar
el viejo baúl de pino
donde guardé los indicios
que contaron los secretos
más pequeños.
Allí encontré
uno que necesitaba:
El secreto de la
buena despedida.
Lo voy a revelar.
Hoy quiero revelarlo.
No pudo ser antes,
debió ser ahora
¡tiene que ser ya!
La vida feliz
que anhela la carne
cuando obedece al alma,
se llama: tibieza.
POESÍA TEÓRICA
Alexánder Granada Restrepo