Por LUIS ALBERTO MARTÍNEZ
Una de tantas labores de personas que a diario salen a las calles en busca del pan para sus hijos y demás familia. La pandemia no los detiene. Hombres empujando pesadas carretas llenas de frutas en cosecha, los aguacates y chontaduros son muy promocionados a través de parlantes que a todo volumen gritan las atractivas promociones. El ardiente sol quema sus afligidos cuerpos, otras es la lluvia que los moja sin piedad, pero ahí están, es un sagrado deber a cumplir, a cualquier precio. Los vendedores y vendedoras de tinto en improvisados carritos unos, otros con seis termos, tres en cada mano y las infaltables empanadas y buñuelos, para amortiguar un poco el hambre de muchos que igualmente están en la brega por la supervivencia; es lo que observamos.
El recorrido a lo largo de la ciudad es lento y pesado, las ganancias no aparecen y el deseo de satisfacer las metas del día se desvanecen, entre tanto la angustia y desesperación, crece a pasos agigantados. Las ventas estacionarias también son víctimas de la terrible epidemia causante de tanta desdicha, las manipulaciones de los alimentos llenan de pavor a las gentes que temen al contagio, así las cosas, los compradores son pocos, como pocas las esperanzas de nuevos resplandores.
En estos ires y venires me encuentro con doña Gloria, señora de unos cincuenta años de edad, supongo, de contextura delgada, rostro demacrado, años atrás dedicada a la venta de tintos, pero la necesidad urgente de una medicina para su progenitora la obligó a vender su herramienta de trabajo. Haciendo otros oficios, de repente encontró la oportunidad de retornar a su antigua labor – vendedora ambulante – y pasó a ofrecer Coladores de Café, elemento útil en los hogares que da lugar al más rico y aromático café. El hecho es que esta sencilla mujer se ubica desde muy tempranas horas de la mañana, hasta bien entrada la tarde, en la carrera 7ª, entre las calles 18 y 19, frente al Centro Comercial Antonio Correa. Allí la vemos con su exhibidor de coladores y su pequeño hijo de siete años sobre sus piernas, y a un lado, unas veces parado, o acurrucado, su otro crío de 12 años de edad, que quiere estudiar, pero no tiene cómo. Carecen de todo, la pobreza es absoluta. Viven en una casa de inquilinato en una pieza donde duermen y hacen los alimentos, por cierto, muy escasos, su hija de 16 años lucha por salir adelante, es una niña inteligente, estudiosa. Su silencio es angustioso.
Me he referido brevemente a este caso, con la esperanza de encontrar corazones generosos capaces de brindar alguna ayuda a esta humilde señora. Ella no pide limosna, trabaja, solo que su modesta actividad no le da para el sostenimiento y educación de sus hijos. Su porvenir menguado, su vida entristecida, su futuro devastador, la gloria aún está lejana para doña Gloria y su pequeña prole.
Seguramente historias como esta hay muchas, como son muchas las almas caritativas prestas a socorrer a quienes necesitan apoyo.
Cuidémonos, el Covid-19 sigue cobrando vidas, la vacuna es como el virus llegó, pero no la vemos. He dicho.
Luis Alberto Martínez. LAM