Hacia 1993, mi padre Alonso era un maestro de construcción muy apreciado por su exigencia y honestidad en sus obras, hacía los planos arquitectónicos en lápiz color negro, los planos hidráulicos en rojo y los planos eléctricos en trazado azul. Calculaba la profundidad y grosor de los cimientos y la cantidad de material para que quedara «fino» y «sismo resistente». Terminaba la obra y entregaba las llaves de su casa con perfección. Pero llegaron las constructoras y con ellas se arruinó el trabajo. Los maestros deberían convertirse en obreros o limitarse a los remiendos de daños pequeños en casas antiguas. El dinero que ganaba un constructor con su ayudante ahora debía dividirse entre las ganancias para la empresa, los profesionales de la obra, el obrero y el ayudante. Los recursos en casa se agotaron, los ahorros se gastaron y entramos en una crisis económica no anunciada en televisión, no anticipada ni condolida, sin poder mediar protesta alguna, solo adaptarse y seguir luchando.
Es justo en ese momento de «pobreza económica» cuando ingresé a la Universidad Tecnológica de Pereira.Gran parte de las oficinas de bienestar quedaban en el galpón, donde atendían tres administrativos entre ellos la jefe de bienestar la Ingeniera Luzvian, una secretaria muy simpática y el capellán el padre de Jairo Montoya que a su vez será psicólogo. Allí estaba el servicio de salud. Es imposible olvidar que el triage lo realizaba Cecilia, la enfermera a quien le decíamos Ceci. Ella miraba a la cara de cada uno de los estudiantes y definía quién pasaba primero, El que tosía más fuerte o se quejaba más, recibía atención exhaustiva. A veces nos regañaba por no cuidarnos lo suficiente. En su oficina, tenía recortes de periódicos, libros y guías educativas pegadas en las paredes, así como reflexiones que compartía con el estudiantado.
En odontología estaba el Dr. Yepes, un señor alto y robusto que hablaba fuerte. Su auxiliar era Myriam Lucía, una joven y muy amable profesional que hoy en día trabaja en SST y que se preocupaba mucho por atender muy bien a los estudiantes, con una vocación intensa por el cuidado de la salud. En otro lado de la Universidad, donde queda hoy en día registro y control académico, quedaba el área de gestión cultural. En el sector donde queda hoy en día bienestar, quedaba el área de deportes. El gimnasio estaba en el espacio que hoy en día ocupan dos oficinas y los baños del primer piso. Era una piecita y allá había pesas de las que llaman fierros, barras y discos, bancos de madera y algunas mancuernas. Más adelante comprarían dos bicicletas estáticas de cadena y tubo cuadrado. En el primer piso quedaba la oficina de instructores de deportes, el almacén de deportes atendido por Diego Jaramillo y posteriormente por el profesor Orlando Castro de tenis de campo, quien inició como cadi de tenis, de quien decían que era el hijo del señor del quiosco de Postobón que quedaba en la cancha múltiple, hoy en día piscina. En el segundo piso quedaba una oficina de instructores, la del profesor Waldino Castañeda Coordinador de Deportes y la sala de tenis de mesa. Esa es una mirada parcial del bienestar desde los ojos del primer monitor social de la UTP.
Solo existían las monitorías académicas exclusivas para estudiantes que debían haber tenido muy buenas notas en una asignatura y que el docente hubiese visto características un tanto subjetivas como esfuerzo y confiabilidad.
Decían que antes había un restaurante universitario pero debido a un paro en el cual los estudiantes que hoy en día pueden ser docentes, directivos o jubilados tiraron sus platos de comida en la rectoría y entonces la Universidad cerró el restaurante.
En ese contexto, llega un joven que no tenía familia ni amigos en Pereira. Venía de un municipio, había recogido el costo de inscripción con la rifa de un walkman, una especie de radio con espacio para casett y audífonos que compró con 10 mil pesos que le prestó una maestra de escuela, en parte en gratitud por haberle apoyado leyendo y generando discusiones sobre sus libros de tesis de especialización y en parte por afecto y admiración, también había trabajado inicialmente en una fábrica de límpido, escobas y trapeadores, fabricando y llevando a domicilio esos elementos, recuerdo un día desfallecieron mis piernas caí al suelo con una caja llena de botellas que había trasladado al hombro por todo el municipio. Con eso, recogí $30,000 para pagar la matrícula que valía $33,000. Sin embargo, empezó el primer dilema: debía escoger entre pagar los pasajes todos los días o pagar la matrícula.
Cuando íbamos a ingresar a estudiar, era la fecha límite para pagar la matrícula financiera y no tenía el dinero. Entonces me fui a bienestar y la persona que me atendió fue el padre Jairo Montoya, el capellán quien dijo textualmente: «No le prometo nada pero voy a ver qué puedo hacer por usted. Venga mañana a las 4 de la tarde a mi oficina». Al otro día llegué a esa hora al galpón. Allí había una silla de cemento al lado de lo que hoy en día son los baños. Ahí me senté y esperé toda la mañana y parte de la tarde hasta las 4 pm que llegó el padre.
Yo me imaginé que se había olvidado de mí. Me acerqué y le dije: «Padre Jairo, ¿Usted se acuerda de mí?» El Padre, un tanto serio con una voz gruesa parecido a la de Santa Claus, me dijo: «Claro que sí, siga joven y siéntese». Yo le dije: «Hablé con usted el día de ayer». Él Padre no me dejó terminar la oración, me respondió: «Sí señor, yo me reuní con varios profesores… Hicimos una vaca y aquí está el dinero de su matrícula». Mi corazón se aceleró de la felicidad. Sabía que el camino no era fácil, pero tenía abiertas las puertas de la UTP y mi vida cambiaría para siempre. Ese fue mi primer Bono de Matrícula.
La alimentación al parecer estaba resuelta. Mi madre se levantaba todos los días a las 4 de la mañana y hacía desayuno y almuerzo al mismo tiempo. Empacaba en un tarrito de chocolisto el arroz, los huevos y la tajada. En una botellita de aguardiente empacaba chocolate. El sitio del almuerzo solitario era junto a un árbol botella que queda atrás del bloque de eléctrica. Allí había unas sillitas de cemento. Todos los días almorzaba y me acostaba a hacer la siesta en ese lugar o caminaba por el jardín botánico con el vigilante rondero.
Ahh, pero sucede que el dinero del transporte que guardaba como un tesoro se me estaba agotando. Solo quedaba para una semana. Los horarios eran continuos hasta las 3 pm y el almuerzo se vinagraba en el tarro de chocolisto. Debí buscar ayuda de nuevo en bienestar.
En mi siguiente columna seguiré contando esta historia.
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Buenas tardes, es un relato muy lindo y tambien una historia de vida dificil que sirve de ejemplo para muchos estudiantes, identifico con algunos puntos de la historia, la discripcion de la universidad es fantastica me lleva a imaginarme esos lugares, muchas gracias por compartir
Luis. Que gran testimonio. Eso es lo que lo ha convertido en el buen ser humano que hoy es. Yo también tuve la fortuna de conocer a Eucario y Luz Mary. Dos bellas personas. Saludos 🖐️
Muchísimas gracias Jair. De verdad que Eucario y Luz Mary son seres que contagian paz y bondad. Digo son porque el espíritu de Eucario estará en algún lado contagiando toda esa luz de su corazón y Luz Mary sigue iluminando la vida de muchas personas. Saludos
Excelente en ese entonces trabajaba yo el ingeniería industrial, tal cual lo cuentas así era la universidad pero tú has avanzado mucho felicitaciones que rico perdonas tan lindas como el padre Jairo me acuerdo muy bien de el yo de irreverente le decía buñuelito
Holaa Obeida. Mil gracias jajajaja el padre un orientador muy especial para los estudiantes de la época ñ.
Hermosa narrativa de amor y superación, que nos permite a través de su humanismo trascender en los estudiantes y en la Comunidad en general GRACIAS
Muchas Gracias Doctora María Cecilia por tan generoso comentario. Saludos y bendiciones
Luis A. Q bella historia, eres ejemplo de superación, te mereces lo mejor, para ti toda mi admiración.
Un abrazo Eu !!
Muchas Gracias Eu. Un abrazo inmenso y muchos saludos.
Luis a pesar de conocer tu historia de vida, al leer estas letras, siento profundo dolor por lo que nos ha tocado que vivir a muchos estudiantes… en mi época fue igual, y a pesar que la UTP, apoya un número considerable de estudiantes, creo que hace falta ampliar más esa cobertura. La Vicerrectoría la debería estar dirigiendo usted o una persona como usted que conozca la necesidad verdadera, lástima que hoy día todo se traduce a intereses personales y políticos.
Un abrazo Pablo y Gracias por comentar y por la deferencia. En este momento se han ampliado mucho los apoyos, por ejemplo de 800 bonos de alimentación del 2021 pasamos a 1600, nunca será suficiente pero estamos empujando fuerte todo el tema de bienestar, ahora estoy desde julio como Líder de Gestión Social. Saludos
Luis Que hermoso relato un ejemplo para esta juventud de hoy día a la cual todo hay que ponerles en las manos y todo les parece terrible, todo un ejemplo de vida.
Que gran ser humano eres Luis, un abrazo
Excelente artículo..
Gracias Amparito. Un Gran abrazo 🤗