Una oración que me impacta y también lo ha hecho con muchas personas a través de los tiempos, es la de San Francisco de Asís. Esta reza «Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, permite que no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar. Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo en ti como se resucita a la vida eterna. Amén».
El gran maestro de la humildad, el Santo de Asís, nos enseñó con su oración la importancia de salir de nosotros mismos para pensar más en los demás, proceso en el cual no solo se logra una mente mucho más serena sino también una mejor manera de vivir y un mundo más justo, pleno, y bello.
No es estando en el egocentrismo ni en el egoísmo como se alcanza un ambiente mejor, sino precisamente en el obtener, y dar, lo cual nos permitirá crecer emocionalmente de forma estable y también lograrlo con nuestro entorno.