Jorge H. Botero
Controlando, hasta donde se pueda los riesgos, hay que trabajar para no morir de inanición
En el Archivo de Indias en Sevilla reposan los cuadernos de bitácora de muchos navegantes de la época en que España dominaba el mundo. Allí encontré este relato escrito por Sebastián Álvarez de Toledo, capitán del galeón Santísima Trinidad:
“Zarpamos de la Habana rumbo a Cádiz el 10 de octubre de 1678, fecha que nos colocaba ante una contingencia inevitable: enfrentar alguna de las terribles tormentas que son comunes en el Caribe en esa época del año. En nuestro séptimo día de navegación se desató el temporal. Di la orden de arriar las velas para evitar que el viento las desgarrara y cuidar los palos. Infortunadamente, el huracán rompió el trinquete, que en su caída arrastró parte del velamen y los seis marineros a cargo de la faena. Aún hoy escucho sus gritos de pavor antes de hundirse en las aguas turbulentas. Pasamos varios días a la deriva hasta que percibí que la fuerza del viento era un poco menor. Aunque nada garantizaba que no aumentará su intensidad, y para evitar una muerte segura vagando por el océano, tomé la osada determinación de desplegar velas y enfilar hacia el puerto de destino. Otras muertes tuvimos en la ruta causadas por el escorbuto. Los sobrevivientes, que fuimos la mitad de la tripulación, arribamos el 25 de enero. Laus Deo”.
Hallamos aquí una metáfora apropiada de la situación en que nuestro país, y tantos otros, se debaten. La cuarentena masiva ha destrozado ya millones de empleos; el Estado aporta ingentes recursos para mitigar la tragedia que son insuficientes y, peor aún, insostenibles a la vuelta de escasas semanas. Recae sobre el presidente y su equipo una ardua tarea: ir disminuyendo el rigor de la cuarentena colectiva para que la gente pueda retomar sus actividades productivas, controlando, al mismo tiempo, la evolución de la enfermedad. No hay una fórmula única para salvar vidas y, al mismo tiempo, empleos. Tomar riesgos es inevitable como lo demuestra la narración del capitán Álvarez de Toledo.
Pero como la tempestad tarde o temprano cederá, es preciso pensar en estrategias para reactivar una economía que se encuentra paralizada. El sector de infraestructura vial puede ayudar, en breve plazo, a generar empleo, reactivar la demanda y a resolver las muchas fallas que en ese ámbito existen. Me refiero a pequeñas obras, no a las grandes: pasarán varios años antes de que se contraten los primeros obreros para el Metro de Bogotá, mientras que la capital, que adolece de enormes falencias en su malla vial, tiene capacidad gerencial y recursos financieros para adelantar un vasto conjunto de obras comenzando en cuestión de pocas semanas. Otras ciudades bien dotadas de capacidades y recursos, tales como Medellín, Barranquilla y Bucaramanga, podrían igualmente jugar un valioso papel en el empeño de reactivar la economía.
Este mismo tipo de consideraciones coyunturales vale también para las zonas rurales, aunque en ellas influyen consideraciones de naturaleza estructural de enorme importancia. En los municipios más afectados por el conflicto armado (en realidad, por el azote del narcotráfico), la carencia de vías que conecten territorios aislados con los mercados es el factor que inhibe el desarrollo agropecuario y, por ende, condena a la población campesina a los cultivos ilícitos. Barbacoas, en el departamento de Nariño, es un caso emblemático. Para llegar al caso municipal se precisa un viaje por mar costosísimo que, en una lancha rápida, tarda 7 horas; los campesinos que no lo pueden sufragar, o sea todos, salvo que los intermediarios de la coca aporten los recursos, tienen que realizar un viaje por tierra que puede durar 20 horas.
Ejemplos como este abundan. Es el problema, nunca cabalmente resuelto, de la débil presencia del Estado en la Colombia rural. Por supuesto, no se trata, como algunos lo piensan, de sustituir la presencia de la Fuerza Pública por ingenieros, maestros y obreros. Ambos contingentes son indispensables. Aquel permite que estos puedan realizar su tarea.
Con fundamento en el documento Conpes 3857 de 2016 sobre vías terciarias -importante legado del gobierno anterior- la Administración Duque ha elaborado un pormenorizado plan de infraestructura rural cuyas cifras más notables son estas: 70.000 empleos directos por año, 40.000 kilómetros de vías construidas, reparadas o mantenidas, impactos en 955 municipios, entre ellos los más pobres del país. La importancia de un programa como este emerge con nitidez de esta realidad inadmisible: de los más de 142.000 kilómetros de vías terciarias con que contamos, solo el 8% se encuentra en buen estado. Percatémonos de la magnitud de la pobreza y violencia en el campo que estas cifras implican.
Con el mismo deleite que en estas noches de pandemia leo la bella historia de nuestra lengua que recién ha publicado Carlos Rodado Noriega (Editorial Debate), en horas diurnas leí la excelente presentación que el Invias ha preparado sobre su estrategia de vías terciarias. El programa vale, para todo el cuatrienio, $2.47 billones, suma esta, hasta ahora, carente de apropiación presupuestal. Es una suma grande y más lo es en medio de la crisis. Pero quizás esta misma circunstancia justifique que esta iniciativa sea priorizada. Realizarla contribuiría a resolver la enorme brecha en términos de bienestar entre el campo y la ciudad, sino que, además, en las difíciles circunstancias que vivimos, ayudaría a generar, en el corto plazo, empleo y a reactivar la demanda.
En la identificación de fuentes financieras propuestas en el documento del Invias no figuran recursos aportados por la banca multilateral. El apoyo a la recuperación de los países devastados por la Segunda Guerra Mundial, primero, y, luego, la lucha contra la pobreza, se encuentran en el génesis del Banco Mundial, objetivos que también inspiran a nuestros bancos regionales, el BID y la CAF. Es el momento de tocar de nuevo esas puertas, no solo para no hundirnos en medio de la crisis sino, también, para poner a andar la economía. La liquidez mundial es abundante, la aversión al riesgo en los mercados de capitales elevada: las emisiones de bonos que efectuarían las multilaterales para financiar los urgentes programas de infraestructura deberían tener éxito. Las señales que de ellas nos llegan son muy positivas ¡Manos a la obra!
Briznas poéticas. Jorge Luis Borges escribe. ¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento / Y antiguo ser que roe los pilares / De la tierra y es uno y muchos mares / Y abismo y resplandor y azar y viento / Quien lo mira lo ve por vez primera, / Siempre”.
Publicada en Semana y reproducida en El Opinadero, con autorización previa y expresa del autor