Con la valiosa asesoría científica de algunos amigos galenos y terapeutas –cómplices de mis desvaríos idiomáticos–, me animé a escribir estas líneas para explicar, entre ciencia y metáforas regionales, cómo un medicamento logra actuar justo donde el cuerpo lo necesita.

Un viaje fascinante por el cuerpo humano para descubrir cómo los medicamentos hallan el dolor sin brújula, sin mapa… y con mucha química.
El misterio del GPS biológico
En realidad, los medicamentos no “saben” a dónde ir. No tienen un Waze ni una conciencia que los guíe hasta la zona del dolor. Lo que ocurre es un proceso biológico y químico que se puede resumir así:
Absorción: cuando tomamos una pastilla, el principio activo se absorbe en el estómago y pasa a la sangre. Si es mediante una inyección, entra directo al torrente sanguíneo.
Distribución por la sangre: esta actúa como un sistema de transporte que lleva la sustancia a todo el organismo, sin discriminar entre “lugares sanos” y “lugares enfermos”.
Acción selectiva: el medicamento ejerce su efecto únicamente donde encuentra receptores o blancos específicos (células, proteínas o tejidos con “puertas” moleculares a las que puede unirse). Un analgésico como el ibuprofeno bloquea enzimas que producen prostaglandinas, sustancias que causan dolor e inflamación. Como esas enzimas están más activas en la zona inflamada, allí se nota más el alivio. Los antibióticos, por su parte, atacan bacterias porque interfieren con estructuras que solo ellas tienen, no las células humanas.
Metabolismo y eliminación: una vez cumplida su acción, el medicamento se transforma en el hígado y finalmente se elimina, casi siempre por los riñones.
Resumen: el cartero químico
El medicamento no busca el dolor: lo encuentra. Viaja por el cuerpo como un cartero sin mapa, dejando su mensaje en cada buzón. Solo los que esperan la carta –las células con el receptor justo– la abren y reciben alivio. En los barrios tranquilos, donde nada duele, el cartero deja correspondencia que nadie abre. Y al final del recorrido, el cuerpo recoge lo que sobra: el hígado y los riñones se encargan de cerrar la correspondencia.
Metáfora costeña: el vallenatero
El medicamento es como un acordionero en una parranda. Cuando llega a la fiesta (tu cuerpo), arranca con su ritmo vallenato y toca por todas partes. Pero solo se arma el pleque pleque donde hay gente despechada (los receptores en la zona adolorida o afectada). Ahí pega la música: calma la pena y baja la tusa.
Los demás apenas lo oyen de fondo y siguen en su cuento. Al final, cuando la parranda se alarga, llegan los policías del pueblo –tu hígado y tus riñones– y sacan al vallenatero para que descanse.
Metáfora paisa: el montañero
El medicamento es como un galán montañero bien entrador. Baja al pueblo (tu cuerpo) y empieza a coquetear con todas las muchachas que ve en la plaza. Pero solo se dejan conquistar las que tienen la llave del candado (las receptoras en la zona afectada). Ahí sí que la cosa se prende: hay roce, calor, alivio y sonrisa de oreja a oreja.
Las demás muchachas, que no estaban en ese plan, lo miran y dicen: “¡Ay, tan bobo este montañero!”. Y cuando el galán ya se ha paseado bastante, llega el papá bravo –el hígado– con el machete al hombro: “¡Mijo, recoja y se me va ya mismo de la casa, que esto no es potrero suyo!”.
Metáfora pastusa: el cuy del carnaval
El medicamento es como un cuy asado en Pasto: se sirve en todas las mesas de la fiesta del carnaval. Pero solo los que de verdad tienen hambre de cuy con papas se lo comen y disfrutan (los receptores en la zona afectada). Ahí sienten el alivio y se llenan contentos.
Los que ya están llenos o no gustan del cuy lo dejan pasar sin mucho efecto.
Y cuando se acaba la fiesta, llega la tía pastusa –el hígado– y dice: “¡Ya, ya, recojamos la mesa, que mañana hay misa temprano!”.
Moraleja
El medicamento, como coplero, galán o cuy de carnaval, no busca con GPS a quién curar: va “picando” por todos lados, y donde encuentra química, llave o tusa, ahí se enciende el efecto. Sea en cafetal, desierto, ciudad o vereda, siempre reparte lo suyo por todas partes, pero solo prende donde hay sed, vacío o ganas de fiesta.
Colofón
Los medicamentos no “saben” dónde ir: recorren todo el cuerpo por la sangre y actúan solo donde encuentran receptores o procesos activos relacionados con el dolor o la enfermedad. Por eso, aunque pasan por todas partes, el efecto se siente solo en la zona que lo necesita.
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* Periodista y corrector de estilo


