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Director Fundador

CulturaA mi abuelita la operó José Gregorio

A mi abuelita la operó José Gregorio

La Ectoplasma praxia

De cómo el beato José Gregorio Hernández operó a mi abuela

Por JOSÉ FERNANDO RUIZ PIEDRAHÍTA

El 19 de junio del año 2020 el Papa Francisco declaró que se iniciaba el proceso de beatificación del médico venezolano José Gregorio Hernández Cisneros, quien cumplió 71 años en este proceso canónico. La iglesia suele tomarse su tiempo para declarar santa a una persona. Alguna vez oí cuando era niño que rezarle a José Gregorio era pecado porque él aún no había llegado a los altares, sin embargo, las filas de penitentes y necesitados que acudían en masa donde la “señora” en busca de alivio rápido y barato, parecía no importar, pues eran muchos quienes testimoniaban que el siervo de Dios había ido en persona y había hecho una operación a fulano o zutano.  Confieso que todas esas cosas me parecían de brujerías absurdas y creencias de gente que de alguna manera frenaba su carrera a los altares, sin embargo, los invito a leer esta historia de la vida real que le pasó a este escritor cuando ya usaba pantalones largos, pero no usaba aún maquinilla de afeitar.

Imagínense ustedes que yo era un niño de unos diez años quien acabada de hacer la primera comunión y que se sentía orgulloso de llevar en el alma la presencia de Jesús y que de pronto oye sin proponérselo, una conversación que a mis oídos sonaba bastante extraña.

—El hermano Gregorio le hace el milagro a su mamá doña Márgara. —dijo la vecina a Margarita, mi madre adoptiva.

— ¿Será cierto eso Doña Estercita?

—Si señora, el hermano viene y hace la operación. —aseguró doña Estercita con mucha seriedad.

Yo pensaba que vendría un médico a operar a la abuelita en nuestra casa, cosa poco común, pues hasta donde entendía, las operaciones se hacían en un hospital. Mi abuelita tenía una protuberancia carnosa en la parte posterior de la cabeza desde hacía muchos años y que le incomodaba mucho para poder dormir. A la abuela la habían llevado a cuanto médico y especialista había en Pereira, Manizales, Medellín, Cali y Armenia sin que ninguno de ellos supiera cómo operar o cómo tratar el tumor, aún con las radiografías que le tomaron y que mostraban un enraizamiento nervioso conectado con el cráneo. Recuerdo a un doctor mayor que una vez fue a la casa con una especie de lámpara de rayos infrarrojos y que estuvo radiando a mi abuela y lo único que consiguió fue tumbarle el escaso cabello que tenía. La familia estaba desesperada porque no se encontraba solución para quitar el tumor.

Una tarde no muy lejana a la conversación, mi madre, mi abuela y yo, nos fuimos en taxi al barrio popular donde según decían, habitaba una médium que tenía comunicación directa con el siervo de Dios José Gregorio Hernández Cisneros y que hacía increíbles cirugías fantasmales. ¡Jesús!… era para reírse o para llorar porque las cosas del otro mundo pueden despertar esos dos sentimientos. Llegamos a una casa ruinosa en cuyo frente se aglomeraban una buena cantidad de personas que curiosas intentaban asomarse por las ventanitas de la fachada. Nos bajamos del taxi y una mujer de edad no muy avanzada se acercó a mi madre y le dijo.

—Buenos días… Usted es doña María Piedrahíta viuda de Ruiz ¿cierto?

—Si señora. —contestó mi abuela.

—Venga por aquí misiá, que la doña la está esperando.

Seguimos a la señora por entre las gentes que rodeaban la casa y entramos por una puertecita disimulada en lo que parecía ser el patio trasero de la humilde construcción. Adentro en la semi penumbra un olor indescriptible a sancocho y mugre revuelta imperaba y ese olor casi parecía tener una corporeidad flotante que me abrazaba invadiendo mi nariz causándome algo de nauseas. La señora caminaba de prisa y de pronto, como por arte de magia, nos entró a una salita llena de alfombras y gobelinos donde se alineaban varios cuadros del médico venezolano en los que se le representaba con vestido de traje negro, bata blanca de cirujano y rodeado de angelitos y nubes rosáceas que subrayaban su beatitud. Sin embargo, en un costado de la salita de espera, había un tétrico cuadro de la muerte representada por un esqueleto que se disputaba con un médico la vida de una paciente que abrazaba al galeno mientras el esqueleto luchaba por llevársela. Nunca he olvidado tan espantosa ilustración.

La puerta se abrió y una voz femenina, agradable y clara, nos invitó a entrar.

—Siga doña María… pueden entrar los tres.

Una lámpara arrojaba una engañosa luz rosada sobre las viejas paredes de bahareque rebozadas de rosarios y viejos escapularios en los que resaltaban algunos cuadros del santo curandero. La mujer que estaba sentada detrás de una mesita de madera ordinaria era extraordinariamente hermosa, con una belleza casi imposible; de esas que cortan el aliento.

Se fijó en mí.

—Este niño tiene problemas estomacales. No le den más chicharrón…pero ustedes no vienen por el niño. Vienen por la señora María. Vengan… siéntense y me van respondiendo a lo que el hermano les va a preguntar.

La hermosa mujer tenía unos ojos verdes como las esmeraldas de Muzo o Chivor. Su pelo negro era como un pozo de tinta china y su voz parecía tener tonos de cristal que nos hipnotizaban mientras hablaba con las palabras del hermano José Gregorio. La médium de cuyo nombre no puedo acordarme hablaba mientras iba moviendo un vasito de los que se usan para servir aguardiente en una ouija hecha artesanalmente que más parecía una bandeja para licores. La hermosa médium dijo con voz solemne que mi madre debía comprar sábanas nuevas completamente blancas, un camisón blanco sin adornos, tijeras nuevas, una bolsa de algodón, un frasco de mertiolate y vaso de cristal sin dibujos ni adornos. La abuelita debía acostarse sola en su habitación con su camisón nuevo y la cama debía vestirse con las sábanas que fueron adquiridas en un almacén de artículos para el hogar. Sobre la mesita de noche se pondría el algodón, el vaso con agua hervida, las tijeras nuevas y el frasquito de mertiolate.

Mi abuela se encerró con los elementos indicados y todos nos fuimos a dormir. No concilié el sueño con facilidad pues me imaginaba a José Gregorio caminando por la casa, pero los párpados se me cerraron del cansancio. Oí como entre sueños, que la abuelita llamaba a la familia con voz angustiada y escuché las carreras y susurros de mi familia que acudía en tromba a los llamados de auxilio. Llegué de último y observé la sangre sobre la almohada. Gruesos goterones de sangre “periférico-gravitacionales” como dirían hoy los de la serie CSI, habían manchado la pared. El frasco de mertiolate estaba vacío y la bolsa de algodón había sido usada completamente, pues en el suelo y en la cama se veían bolas llenas de sangre y mertiolate que se habían usado para el procedimiento sobrenatural, sin embargo, lo más increíble estaba por verse. En el vaso de cristal flotaba como un pequeño monstruo de laboratorio, el tumor de mi abuela. En su cabeza había una herida limpia en el lugar donde había estado la carnosidad que tanto la había atormentado por años.

Soy un hombre mayor que cree en Dios y en la Virgen María, pues a mí me consagraron a la aparición de Fátima. No soy científico, ni me he dedicado a descubrir los grandes secretos de la humanidad, pero cómo explico eso; qué pasó en mi hogar hace ya tanto años. Yo lo vi, lo oí, lo olí y toqué el vaso con su contenido. Es decir, ¿cómo pasó? ¿De verdad vino el hermano José Gregorio Hernández Cisneros, medico venezolano, y de manera espiritual fantasmal o ectoplasmática hizo una cirugía en la cabeza de mi abuela para extirpar el tumor y dejó el exceso de tejido en un vaso?… ¿Ah?… Yo sinceramente no creo que mi abuelita haya sido capaz de operarse ella misma. Nunca más nadie en mi casa habló de ello porque no tenía presentación que se hubiera acudido a un médico muerto para sanar a la abuela.

—Es que vino el hermanito José Gregorio y le hizo el milagro a mi mamá. Era lo que se respondía cuando alguien preguntaba.

Mi padre no decía nada, pero también lo veía “cabizmundo y meditabajo”, por favor tradúzcalo como cabizbajo y meditabundo porque cuando era niño solía poner las palabras al revés. Nunca escuché de él una opinión tal que me diera luces sobre el fenómeno, y a los imprudentes que nunca faltan, cuando preguntaban por el chichón de mi abuela la respuesta de mi familia era:

—Es que ya la operaron.

Yaxuri Solórzano ya tiene trece años y ha sido curada por el beato José Gregorio Hernández Cisneros. 71 años después de la trágica muerte del médico venezolano, se propone que suba a los altares de la iglesia católica como un hombre santo digno de ser puesto como ejemplo de la bondad, el amor y la piedad.  La causa de beatificación se demoró todo ese tiempo porque la iglesia consideró durante muchos años que la veneración exagerada y la vinculación de su nombre a rituales de brujerías y santerías, opacaban las investigaciones serias que la iglesia adelantaba frente a los milagros, sin embargo, yo fui testigo de uno de esos extraños milagros que tal vez atrasaron su llegada a los altares.

El caso de Yaxuri es el más reciente y uno de los que más documentación ha tenido: En 2017, la niña recibió un impacto de bala cuando quedó atrapada entre los fuegos de un asalto en su barrio. Los médicos terrenales pocas esperanzas dieron a la familia de la niña quien contaba con diez años y que fuera sometida a una operación de la que difícilmente se recuperaría. La familia llena de fe y esperanza, encomendó la vida de su pequeña a las manos milagrosas del siervo de Dios, José Gregorio Hernández Cisneros. La ciencia tuvo que aceptar que allí hubo un extraño fenómeno; la niña por encima de todo pronóstico se salvó y puede caminar, hablar, ver, pensar y sonreír.

Esta crónica fue escrita en julio de 2020, año de la pandemia causada por el Covid 19, y por esa razón,  no hubo fiestas, ni aglomeraciones cuando el Papa anunció que iniciaba la causa beatificatoria del doctor José Gregorio Hernández Cisneros. La gente en Venezuela celebró en sus casas con misas y rosarios transmitidos por plataformas de internet y espero que para el primer semestre de 2021 pueda asistir, aunque sea por televisión, a la ceremonia de santificación de ese hombre increíble que sé, una vez estuvo en mi casa e hizo un milagro que aún hoy no he podido entender.

Ver para creer.

JOSÉ FERNANDO RUIZ PIEDRAHÍTA

Comunicador Social y Periodista

Escríbame a: mirollodecine@gmail.com

1 COMENTARIO

  1. Excelente historia que UD. Vivió, cómo me gustaría encontrar una medium igual, conoce alguna?

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