POR JERSON ANDRÉS LEDESMA
En medio del enorme tráfico de las 6:00 pm al frente de Mercamás en Dosquebradas, asiente con su presencia olvidada un individuo maltrecho, con extensa barba desprolija y cabellera abundante que se riega en puntas hasta más abajo de sus ojos. En su mano derecha carga un harapo de colores gastados con el cual pretende limpiar los parabrisas de los vehículos, cuyos conductores impacientes ante el semáforo avisan con sus pitos el frenetismo que irradia el fin de la jornada.
Sin embargo, el individuo es rechazado; la escena es perdurable, una mano le expresa simbólicamente: -no, por favor; y así desvía su lento caminar hacia otro vehículo, incluso, antes de que ponga su mano en el rodante, una vez más alguien le indica: -amigo, no. ¡Cuántas veces ha de soportar el desprecio social, la antipatía de los subnormales que son arrastrados por el fuego de la indiferencia! Posados sobre cómodos sillines con sus estéreos encendidos apabullantes, mientras la cólera va al frente a paso raudo.
Pero el invisible andante en medio de su ruina también tendrá su historia y he aquí puesta esta última sobre hojas de papel para que su vago lamento no pierda vigencia. El pasado cuatro de noviembre, el paisaje de la Avenida Simón Bolívar se mostraba idéntico, sin mayores cambios; de repente, el andariego tomó su trapo para proceder a su oficio y ante la cantidad de rechazos, se quedó estático en la vía y comenzó a decir en voz casi inaudible: -lo que gano no alcanza, en estos tiempos el dinero no alcanza para nada, todo se va rápido y el gobierno ahí, sin ayudas, sin nada; no hay… y sus fonos desaparecieron solo hasta constreñir parte de sus labios rocosos, los cuales seguían conjeturando sobre la realidad de los subyacentes; estimó que su esfuerzo no daba la pena para limpiar el barro de algunos carros apostados en el rojo del semáforo.
No era una conversación con el que viste atuendos de moda, era un monólogo para sobrevivientes invisibles, era una bienvenida a la inconformidad. Empero, el invierno golpea el asfalto, a veces el frío comprime la voluntad y mientras los parabrisas inician sus movimientos, él, como invisible pordiosero, reposa a un lado de la carretera acurrucado esperando tal vez un nuevo amanecer.