Todo se sabe, a fin de cuentas. Tras mucho probar cafés, modos de preparar y hábitos de consumo, encontramos la diferencia. Un buen café es el que parece, huele, sabe y se ve como café… Porque corresponde a prácticas y disciplinas productivas y de beneficio ordenado, con la secuencia que urdió eso de «el mejor café del mundo».
En alguna de las muchas correrías por los confines cafeteros, vendían una libra entre un empaque medio brillante, dorado «cafecito con leche» y una estampa de algún paraje de tierra cafetera. Llevado a la hora de la verdad, ese polvillo reaccionó como estirando brazos y piernas y «agarrándose» de las paredes de la olla del café. Con mucho susto. Lanzó bombas muy oscuras y pereció finalmente en el fondo, como un pucho de tinta negra, sin el olor característico del café.
Indagando al origen, explicaron que era de una población reconocida del Quindío, de finca muy reputada, que bregaba a configurar su marca propia. Y de aromas, texturas y finuras cafeteras, ¡muy poco!
Esparcido sobre una tabla, se ve como café algo verdoso y no tiene la consistencia del grano tostado molido. Preguntando, llegó la respuesta más aproximada a la realidad ahí evidente: es un tipo de corte, recogido no a la manera tradicional, digitando los granos uno a uno como hacen las chapoleras y recolectores de café. Cosechan, estos, con una máquina, como de corte de trigo o maíz u otro grano agrícola con alardes de guadaña fina, en donde caen no apenas frutos perseguidos (deberían ser solo maduros), sino hojas del árbol propio y de otros vecinos, trozos de tierra acopiados por la aspiración del suelo tras el corte. No quieren perder nada y algunas sustancias no citables, que yacen en los suelos de todos los confines de esos cagaderos donde ahora pretenden imponer marcas nuevas de café. Es como todo lo contrario a una pepa que usan y consienten en su integridad (Honey) cultivada y arrullada con toda esa dulzura por fuera de la desmucilaginadora, en municipios como La Celia y Santuario, de los confines conocidos por nuestros asesores de cabecera, secando en pacientes jornadas de amor y agua limpia. Pues «cambia notablemente: el café es como un bebé, si le cambias a una leche mejor, crecerá más rápido y te dará resultados óptimos, pero si lo cuidas como las abuelas, te dará resultados increíbles, más vigoroso, más resistente, de mejor calidad», apunta mi asesor Omar Andrés Barreto, administrador ambiental y compañero en los equipos de educación ambiental de Carder.
El nuevo constructo, no se seca, ni despulpa, sino benefician en su integridad y da toques más diversos, según los entendidos. Le adjudican a ese mismo cenicero «trazas sabóricas» de las mieles de naranjos, guayabos u otros bártulos vecinos.
En el sur, donde no hay muchos testigos, los suelos se prestan más que en nuestra zona andina, para ese entuerto expansivo de ramas parecidas o vecinas al café de sombrío.