Hace poco, en un taller con funcionarios de empresas estatales, descubrimos algo tan obvio que da hasta risa: no basta con saber mucho, también hay que saber contarlo. Allí estaban ingenieros, abogados, sociólogos, médicos y economistas —todos con títulos colgando como diplomas olímpicos—, pero cuando les pedí que explicaran a una comunidad lo que hacían, algunos hablaban tan enredado que ni con subtítulos de Netflix se entendía.
Y es que la comunicación no es un accesorio; es el puente entre el conocimiento y la acción. El experto que no sabe comunicar es como un chef de estrella Michelin que sirve el plato… ¡sin sacarlo de la cocina! Se queda oliendo delicioso, pero nadie lo prueba.
Durante el taller practicamos técnicas de comunicación efectiva que, aunque suenan a manual de autoayuda, son más útiles que un GPS en carretera desconocida. La escucha activa, por ejemplo: no se trata solo de oír, sino de atender. Es mirar al otro, asentir, preguntar y hasta reformular lo dicho para asegurarse de que el mensaje aterrizó. Parece sencillo, pero créanme, más de uno descubrió que había pasado media vida escuchando solo para responder, no para comprender.
La comunicación asertiva también dio su toque de drama. Algunos confundían asertividad con agresividad, como si ser claro significara golpear con palabras. Al ensayar frases como “yo pienso” o “yo siento”, varios se dieron cuenta de que decir las cosas de frente no tiene por qué sonar como una regañada.
Ni hablar del lenguaje no verbal. Descubrimos que cruzar los brazos puede sonar a “aquí estoy, pero no me hablen”, que un tono de voz monocorde duerme hasta al más motivado y que una sonrisa auténtica convence más que cien diapositivas con gráficos.
Lo mejor fue cuando pasamos a la práctica. Un ingeniero intentó explicar con fórmulas un proyecto de acueducto. Nadie entendía nada. Entonces, alguien le sugirió que usara una metáfora: “Imaginen que el agua es como la fila del supermercado; si abrimos más cajas, todos pasan más rápido”. ¡Eureka! Hasta la señora de logística lo aplaudió y por fin entendimos el proyecto.
Ese fue el gran hallazgo del taller: comunicar no es “simplificar” el saber, sino traducirlo a un lenguaje que el otro pueda digerir. Y ahí radica la diferencia entre que una comunidad apoye un proyecto… o que lo vea como otro enredo más del Estado.
Al final, la moraleja es clara: en la vida y en el trabajo, no gana el que más sabe, sino el que logra que los demás lo entiendan. Comunicar no es adornar, es poner el conocimiento al servicio de todos. Si eres de los que presume de experto, recuerda que tu verdadero título debería decir: traductor de ideas para humanos comunes y corrientes.
Porque al final, ¿de qué sirve ser genio si tus ideas mueren en tu cabeza?
Fernando Sánchez Prada
Speaker