Por JORGE H. BOTERO
El debate sobre la remuneración de los Congresistas es relevante. Habrá que darlo con mejores elementos de juicio
La calidad de los sistemas democráticos depende de diversos factores: el diseño y funcionamiento de las instituciones, la jerarquía intelectual y moral de los servidores estatales y la naturaleza de los debates públicos. Preocupa cuando estos carecen de rigor, tal como ha sucedido con los incrementos salariales de los congresistas.
Justamente el día de navidad fue emitido un decreto que, con efectos retroactivos al primero de enero de 2020, los eleva en el 5.12%. La fecha elegida -una vez ha concluido la legislatura- y la magnitud del incremento, generan una imagen deplorable y falsa: como los parlamentarios se manejaron bien, aprobando y negando lo que el gobierno les pidió, éste, agradecido, les mete un dinero importante en sus bolsillos. Duque es generoso con un estamento bien remunerado (los parlamentarios, hacen parte del decil diez de la distribución del ingreso; son, pues, ricos), y por eso les aumenta sus emolumentos en esa proporción mientras que no tiene esa misma largueza para el reajuste del salario mínimo del 2021, que fue del 3.5%. Para colmo -se señala con furia- lo hace en medio de la crisis social derivada de la pandemia.
Caben varias anotaciones. El Gobierno no puede, así quisiera, manipular los salarios de los congresistas. La Constitución ordena incrementarlos cada año en proporción igual al cambio promedio de las remuneraciones de los servidores públicos del orden nacional, según certificación expedida por el Contralor General. Ese no es, en principio, un mal esquema; es mejor que el establecido en la anterior carta política, la cual establecía que los parlamentarios definirían el monto de sus salarios y gastos de representación con una sola limitación: los salarios de los ministros. Por lo tanto, carece el gobierno de la potestad de no aumentarlos, hacerlo a una tasa inferior o destinar los recursos para otros objetivos.
Por eso los reproches que se han expresado, incluso desde sectores afines al gobierno, le hacen daño más allá del que éste se causa así mismo. Me explico. La condición habilitante para dictar el decreto que comentamos -una certificación expedida por el Contralor- fue emitida el 4 de marzo. No se encuentra razón alguna para que se haya dejado correr el tiempo sin actuar, salvo la resistencia natural a bañarse en agua helada. También resulta enigmático que, habiendo podido prever la reacción negativa que se produjo, el gobierno, cuando no pudo demorar más el cumplimiento de una obligación constitucional, no haya suministrado con antelación explicaciones como las que aquí se exponen, a las que cabe añadir una banalidad: unas eran las condiciones de la economía que fueron tenidas en cuenta para definir, en un acuerdo con los sindicatos, los salarios de la burocracia estatal -lo cual sucedió en el 2019, cuando el futuro era promisorio-, y otras las relevantes para determinar el salario mínimo del año en curso que cabe vaticinar terrible.
Suena chévere que el Centro Democrático haya dicho que los integrantes de su bancada no recibirán el incremento decretado o que destinarán sus recursos a actividades sociales. En igual sentido se pronunció Humberto de la Calle. Sin embargo, hay que anotar que los derechos laborales son irrenunciables; no obstante, si lo fueren, y, en efecto, los integrantes de esa bancada -y, probablemente, los de otras- así procedieran, se generaría una presión para que los funcionarios del gobierno, que desde meses atrás recibieron sus reajustes, los devuelvan o hagan donaciones equivalentes. ¿Convendría al prestigio de las instituciones ese escándalo? Además, destinar los ingresos que cada uno haya percibido, luego de pagar los impuestos que correspondan, a obras sociales, o a tomarse unas vacaciones, es un derecho indiscutible de los padres de la patria, ustedes y yo.
El senador Bolívar ha propuesto que los parlamentarios reciban sus remuneraciones exclusivamente en función de las sesiones a las que asistan. Es una mala fórmula. Supone que el trabajo de los congresistas se agota en la asistencia a las sesiones; en realidad, mucho de lo que hacen se desarrolla por fuera del recinto: en la preparación de debates y ponencias, y en los contactos con el electorado. Adoptar esa propuesta implicaría una errónea concepción del órgano fundamental de la democracia representativa.
El exministro Cristo, a su vez, ha señalado que el presidente goza de un margen de discrecionalidad para definir los componentes no salariales de la retribución de los parlamentarios, entre los cuales se encuentran los gastos de viaje que, durante el año pasado, fueron menores como consecuencia de la realización de sesiones virtuales y reglas estrictas de confinamiento. Tiene razón. Solo que ellos no pueden ser disminuidos retroactivamente; hacerlo implicaría desconocer derechos adquiridos.
A sabiendas de que defender al Congreso- no los abusos que sus integrantes cometan- es ir contra la corriente, preocupa esta generalizada animadversión contra la institución. No pocos pensarán, que, en realidad, lo que necesitamos son gobernantes honestos, dotados de amplios poderes, y no tanto bla bla parlamentario. Ese es el clima adverso al parlamento y, por ende, a la democracia, que impera en Rusia, Turquía, México, entre otros. Por eso es conveniente pensar en estrategias estructurales, como una elemental que se encuentra en trámite: reducir el largo periodo de receso entre el 16 de diciembre y el 20 de marzo siguiente. Toca decir, una vez más, que necesitamos un congreso de menor tamaño- como lo propone el expresidente Uribe- para que sus integrantes sean más visibles. Y que la gran reforma política, uno de cuyos elementos centrales debería ser dotarlo de mejores herramientas para realizar sus tareas, sigue pendiente, salvo la electoral que es preciso evaluar con cuidado.
Briznas poéticas. Leemos en la Ilíada: “¿Por qué lloras, Patroclo, como una niña que va con su madre, y, deseando que la tome en brazos, le tira del vestido, la detiene a pesar de que está de prisa y la mira con ojos llorosos para que la levante del suelo? Como ella, ¡oh Patroclo!, derramas tiernas lágrimas”.