“Desde el silencio” Es un libro lleno de nostalgias, con sabor a despedida y agradecimiento; gratitud al terruño amado, como a la prosapia, al linaje a la estirpe. A la familia extensa, a la familia directamente construida y a los amigos que son la familia que escogemos.
Texto lleno de exquisitos aromas poéticos; el llamado al padre con esta hermosa joya bucólica “…Y no pudo levantarse, la muerte lo asumió dándole fin a su errancia a esos sitios del amor a sus cultivos. Donde le hacía falta el canto mañanero del gallo, ver pastar el ganado y oír los ladridos del perro. Era de la tierra convencido. Del verde del monte asumía su esperanza resumida en el bienestar de su familia. Murió entonces en su ciudad idealizada, encontró la parca como tromba arrasándole la vida y se fue en silencio como vivió siempre.”. Al tío Marco y su chispa de sabiduría y humor.
A la aldea amada, aquel Alban de los sueños congelado en el tiempo de la niñez. A los amigos que se fueron; al hijo querido que le habla desde un silencio doloroso. Invocación de su can, de su mascota de manera lirica: “fuimos y lo encontramos muerto, parecía haber tratado de llegar a la corriente para irse río abajo; le había llegado la hora de partir, no pudo con la rutina. -Nevaba en sus ojos el tiempo y ya sin las noches buenas de antes, prefirió irse flotando por el río-. Murió de nostalgia de pueblo donde todas las residencias eran de él y en todas lo querían. Lo trajimos y lo enterramos en el potrero de la casa”. A la esposa amada su compañera de la vida…en dulces palabras de poesía pura: “-Una vez le dije mía, desde ahí mi voz para entonar su canto y mis pies para transitar por sus caminos; ahora mía, mía y nuestros anhelos recorren ese sendero de amor dejados por sus encantos de esposa, amante, compañera y mujer- “. ¿Es prosa? ¿Es poesía? ¿Crónica? Creo que es todo junto en donde una polifonía de sonidos sentimientos. Nostalgias del alma, amores idos, Infancia ida.
Es aquel hombre mayor del espejo que el autor invoca al principio y que miramos todos un día y nos sorprende; de repente tenemos la conciencia, la certeza de nuestra propia mortalidad. Y ya solo nos queda la memoria, el tiempo ido la vida que se escapa.
El hombre solo es él y sus recuerdos, como dice juan José Arreola, qué nos quedará si los perdemos. Nada.
Siento un hombre que se apega a la vida a través de sus memorias más preciadas.
Quizá ya no lo salve la nostalgia, pero de manera honesta dice: gracias, gracias, muchas gracias a todos.
Onésimo Vasquez posada
Dic. 19/2021