La mayor aspiración de un ser humano debería ser alcanzar la armonía y la satisfacción interior. Ningún ser vivo desea experimentar dolor y trata a toda costa de evitarlo; hasta los más pequeños seres (los unicelulares) están dotados de mecanismos intrínsecos heredados que les permiten alejarse de cualquier estímulo que provoque malestar. Esta tendencia ancestral en el humano hace parte de lo que los estudiosos llaman el temperamento, o sea, los instintos primarios con los cuales el niño es lanzado al mundo para lograr su supervivencia. En la medida en que este nuevo ser avanza en su proceso de aprendizaje, va conformando lo que se denomina el carácter, que no es más que la regulación y el control consciente de estos dos elementos que conforman, finalmente, los patrones de reacción o la personalidad de cada individuo. Buda lo expresó bellamente cuando afirmó: “El propósito del ser humano es ser feliz y, hasta donde sea posible, evitar el sufrimiento”.
Así como sucede en el individuo, también ocurre en la sociedad o en el entorno en el que este se desenvuelve. Es evidente que a todos los seres, en principio, les gustaría vivir en un ambiente de concordia con sus semejantes; ¿por qué, entonces, se han presentado tantas confrontaciones y guerras que buscan eliminar al contradictor y a su grupo, o a comunidades, o a países? Son muchos los determinantes implícitos en estas conductas lesivas tanto individuales como colectivas. Por ejemplo, lo sucedido en Colombia hace 5 años nos permite reflexionar sobre este complejo actuar humano. El 26 de noviembre del 2021 se cumplieron 5 años del acuerdo de paz firmado entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Gobierno colombiano, lo que puso fin a 56 años de dura confrontación armada y a miles de muertos entre los dos bandos y millones de desplazados. Pero, antes de este suceso tan importante para la vida republicana, el Gobierno a través de un plebiscito había convocado al pueblo colombiano para que expresara en las urnas el apoyo a la paz. El resultado fue sorprendente, el resto del mundo no podía explicárselo: ¡triunfó el no sobre el sí (50.2 % contra 49.7 %)!
¿Este resultado significa que los colombianos no deseaban la paz? ¡Por supuesto que no! Llegar a esta conclusión sería algo muy simplista y alejado de la realidad. En el corazón de cada colombiano hay un anhelo por alcanzar la paz “estable, duradera y definitiva”, pero en muchos de ellos hay una distorsión de lo que significa esta expresión, porque pretenden que se ajuste “a sus propios conceptos sobre la paz”. Colombia logrará ese anhelo cuando una gran masa crítica de ciudadanos entienda que para alcanzar la paz colectiva, debe reinar la paz en el interior del individuo. Paz personal se traduce en un esfuerzo por alcanzarla con todos los colombianos, sin ningún tipo de exclusiones. www.urielescobar.com.co