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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadEL ARTE EN UNA BUSETA

EL ARTE EN UNA BUSETA

 

Lo rutinario nos sustrae de experimentar sensaciones, que pueden dejar huella en nuestra vida. Gran realidad.

Quienes utilizamos el transporte público tal vez seamos un poco privilegiados al vivir dicha experiencia: no estamos sujetos a la tensión que exige conducir, es un ejercicio de mucha responsabilidad, da cuenta de su vida, de otras vidas. En conclusión, usted tiene una responsabilidad muy grande en la vía. Sin embargo, el otro ser humano mencionado con antelación, también es responsable de su vida y la de otros, cuando usa su sensatez y comprende su papel en ese tránsito a pie.

Como usuaria del transporte público, he aprendido a conocer ese mundo desconocido por muchos y por qué no, interesante. Una vez ingresa al vehículo (llámese buseta o…), la acción no se hace esperar transformando ese momento en una estación más de su vida.

El tiempo pasa tan de prisa como el aire, no espera, tal vez esa sea la razón por la que caminamos al ritmo que nos exige perdiéndonos de gratas experiencias, de momentos significativos.

En ese recorrido, he podido contemplar escenas cargadas de magia, lo que ofrece una esquina, el semáforo, una avenida, la calle… en fin.

Cuando se realizan diversos desplazamientos por la ciudad, tomar el transporte público se convierte en un paseo por la diversidad que se encuentra allí: el campesino cargando en su costal los frutos de la tierra para venderlos en la tienda de la esquina, o en el puesto de verduras; la madre llevando en brazos a su pequeño y sosteniéndolo con fuerza para evitar caer o lastimarlo; el estudiante que va escuchando su música predilecta  quien logra entablar contacto con los viajeros cuando el carro se detiene, o para identificar el sitio donde debe abandonarlo; la señora que solicita una mano para poder descender, porque su condición de salud, así lo exige; el niño que se dirige a la escuela; el maestro, la secretaria, el padre de familia…  Son muchos los protagonistas de esa mágica escena.

El cuadro cobra vida cuando al detenerse el carro para realizar su tarea, la de recoger pasajeros, se percibe la presencia de un personaje que cambia el ritmo de ese viaje monótono. El artista. Hoy acompañan el recorrido de estos vehículos, muchos cantantes o quienes aspiran llamarse así, sólo porque poseen el ritmo y comparten las letras de sus composiciones, diversos géneros. No hay instrumento que acompañe dicha interpretación. Una manera de ganarse la vida.

El violín pocas veces protagoniza esos espacios, encontrarlo presente, una maravilla. En este viaje, es el protagonista, realiza la acción cautivándonos. Un viaje inesperado.

Sube el chico, sonríe, es guapo, su tez oscura, pero iluminada con una sutil sonrisa enmarcando ese rostro apacible, sereno. Se dirige a los viajeros y de manera respetuosa anuncia el tema que ofrecerá. Hay suspenso. Lo que sucede unos segundos después, es alucinante, nuestras miradas (las de algunos), son de profunda admiración, detalle que identifica y se complace con dicha respuesta. A él no le importa que la buseta realice maniobras que podrían hacerlo caer, realiza malabares que se convierten en parte del espectáculo. Finalmente logra el objetivo, llegar a las fibras íntimas. No es necesario abrir el telón, allí se conjugaban los   hierros, armazón de la buseta como el escenario perfecto al que podrían acceder todo tipo de personas. Lo único realmente importante era la imponencia del violín y de su ejecutor. La obra, perfecta.

Llega una segunda pieza y con ella, la sensación que la piel ofrece ante sonidos que solo sabe brindar ese instrumento. Es música para el alma, para los sentidos, recargan el cuerpo.

A ese chico que encontró en los semáforos, en las paradas del transporte público, su razón de ser, le agradezco su elección, porque cambió lo rutinario en una obra de arte e hizo que su sonrisa se quedara incrustada en el corazón de quienes apreciamos la música con la certeza de volverlo a encontrar en la vía que transitamos. Un ejemplo a seguir. Para él representa el inicio de un sueño, que emprendió con algo de temor, según lo expresado, pero, a la vez su mayor reto. Para mí su carisma, sonrisa, entrega, pasión, respeto y amabilidad, su mayor obsequio, se necesitan más actos como este.

Qué grata manera de agradecer al universo por todo lo que nos ofrece. No podemos dejar de deslumbrarnos, el ser humano tiene que continuar trabajando en recuperar la capacidad de asombro, es una manera de insuflarle al alma vitalidad.

Vivimos en un paraíso, pero, admiramos y anhelamos lo que otros ofrecen. Una sonrisa, un acto tan sublime como este, debería hacer parte de nuestra cotidianidad y ser valorado. El colombiano es talentoso, rebuscador, soñador, fantasioso, osado, pero es parte de nuestra idiosincrasia.

“Quien no arriesga, morirá sin conocer sus capacidades y la felicidad que puede brindarles a otros”.

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